Así pues,  las ideas literarias y culturales en la América continental, se asumen a partir de un proceso de acumulación y movimiento cuyos efectos se hacen legibles y patentes en la producción ensayística, histórica, política y en lo que es la continuidad de la formación o formaciones discursivas nacionales.

De ahí que, según la estudiosa venezolana Beatriz González Stephan:

“…la historiografía literaria podría entregar un conocimiento sistemático del proceso de formación de nuestra historia de la literatura, que será también parte de la historia cultural de Latinoamérica: con ello se estaría contribuyendo al desarrollo de nuestros estudios literarios.  Así pues, aunque la historia de la literatura propiamente surge como un tipo de formación discursiva de manera específica, entrabada con la consolidación de los estados nacionales  en la segunda mitad del siglo XIX, ya desde la Colonia empiezan a existir otras formas histórico-literarias que, como etapa formativa de aquélla, le dan a la historia de la historia literaria una mayor continuidad en su propio proceso de constitución”. (Op. cit. p. 21)

Si la cita anterior es puntual para entender la historiografía del liberalismo del siglo XIX en América Latina, la inscripción intelectual de un proceso como el de la Revolución Mexicana y los ramajes, movilidades, cuerpos intelectuales, educativos y humanísticos, se contextualizan en una visión intelectual integrada a los resortes de la historia nacional, ligada a la historia de la formación educativa primaria, media, superior y técnica.

En efecto, la matriz intelectual y educativa cobrará valor más tarde y según Rafael Gutiérrez Girardot:

“Cuando en 1925 Pedro Henríquez Ureña, maestro fraternal de Alfonso Reyes, expuso su postulado político de una América que debería ser “patria de la justicia”, tuvo en cuenta la realidad política de entonces y la de estos “figurones”, como decía Manuel González Prada, que la habían desfigurado, esto es, los llamados políticos, los provincianos a la violeta tipificados por el novelista boliviano Armando Chirveches en La Candidatura de Rojas (1909).  Generosamente, Henríquez Ureña los llamó “hombres de Estado” al expresar:

“Si se quiere medir hasta dónde llega la cortedad de visión de nuestros hombres de Estado, piénsese en la opinión que expresaría cualquiera de nuestros supuestos estadistas si se le dijese que la América española debe tener su unidad política.  La idea le parecería demasiado absurda para discutirla siquiera.  La denominaría, creyendo haberla herido con flecha destructora, una utopía”.  (Ver, La utopía de América, Biblioteca Ayacucho, Caracas, 1978, p. 10) (Op. cit. pp. 15-16)

Paideia. Utopía. Topía. Sophia.  Cronía. Universitas.Logos.  Toda una travesía de reflexión, educación, pensamiento y planteamiento de necesidades, encontramos en aquella escuela de pensadores, hispanoamericanistas y americanistas militantes, consecuentes en la línea y movimiento que abarca una ética del mundo intelectual y académico, donde el mismo concepto de revolución produce transformaciones, ebulliciones, singularidades que se extienden a un proceso crítico, pero enriquecedor desde la paideia política, histórica, literaria, filosófica, artística y cultural, entre otras, convergentes en una obra que desde los ya reconocidos Ensayos Críticos (1905) y Horas de Estudio (1910) se ha constituido como campo, vertiente de síntesis y análisis crítico, histórico-cultural y literario (ver, Historia de la Cultura en la América Hispánica (1947) y las Corrientes literarias en la América Hispánica (1949).

La esfera de un pensamiento que ya hemos llamado de fundación (ver, Odalís G. Pérez: Pedro Henríquez Ureña: Historia Cultural, Historiografía y Crítica literaria, eds. AGN, vol. CXIV, Santo Domingo, 2010), revela elementos integrados a una filosofía y sobre todo a una axiología que predomina en los escritos humanísticos de PHU.

Un documento representativo para la década entre 1910-1920 y más allá, es la fundamental Antología del Centenario. Estudio documentado de la literatura mexicana durante el primer siglo de independencia.  Obra compilada bajo la dirección de Justo Sierra y por los señores Luis G. Urbina, Pedro Henríquez Ureña, Nicolás Rangel, editada en 1910, y, por la Secretaría de Educación Pública Dirección General de Publicaciones México en 1985, con un total de 1092 páginas y en dos volúmenes marcados como Vol. I y Vol. II. Versión facsimilar.

En la edición de 1985 el historiador José Luis Martínez explica el proyecto, el libro en su contexto, dando cuenta de las fiestas y celebraciones del  Centenario de la independencia en 1910; las publicaciones conmemorativas; la proyección de la Antología del Centenario; la realización de la obra; el estudio preliminar; la antología; el apéndice; tradición, modelos y evaluación. (Ver, pp. XI-XXVIII)

En cuanto a Pedro Henríquez Ureña el historiador y erudito mexicano José Luis Martínez señala que:

“El dominicano Pedro Henríquez Ureña había pasado ya, por entonces un lustro en México y se había convertido en líder y maestro de la nueva generación y en su promotor de la renovación cultural.  La disciplina, la curiosidad y el rigor eran sus normas y las enseñanzas que infundía a sus discípulos   y amigos.  Aunque sólo tenía en su haber un libro, Ensayos Críticos (La Habana, 1905), en el año del Centenario aparecía el segundo, Horas de Estudio, París. 1910), y sus colaboraciones en las revistas de la época, y sobre todo, la organización de los dos ciclos de conferencias de 1907 y 1908, la constitución del Ateneo de la Juventud en 1909 y la reciente (agosto-septiembre de 1910) y notable primera serie de conferencias  que este grupo  había ofrecido, daban a Henríquez Ureña prestigio y autoridad.” (pp. XVIII-XIX)

El historiador contextualiza y muestra lo que es el ojo de la matriz y los metadatos de dicho momento en el orden intelectual:

“Urbina, Henríquez Ureña y Rangel se reunían a trabajar en el edificio de la Secretaria de Instrucción Pública, en su salón que era la antesala del secretario particular del ministro.  Rangel, que trabajaba además en la Biblioteca Nacional, debió ser el encargado de llevar allí los materiales que iban requiriendo:  los innumerables tomitos del Diario de México, los periódicos insurgentes, las ediciones de Fernández de Lizardi, los breves volúmenes de poetas y traductores de la época, los diccionarios históricos y bibliográficos, las primeras antologías, las biografías” (p. XIX).

El marco de la situación intelectual y sobre todo la importancia o significación de aquel espacio, adquiere valor para lo que es la historia misma de la Antología…:

“Aquel salón-continúa diciendo José Luis Martínez-permitía a Urbina combinar su trabajo secretarial con el de redactar el estudio preliminar y señalar los poemas y pasajes elegidos para la antología, para que fueran copiados; a todos, disponer fácilmente los libros, periódicos, folletos y manuscritos, que se hacían venir, además de la Biblioteca Nacional, del Archivo General de la Nación o de otros repositorios, así como de disponer de secretaria y auxiliares, y a don Justo supervisar la marcha de la obra sin perturbarla.” (Ibíd.)