Si  muchos de males que sufre nuestro país, tales como la anemia educativa, el miedo a caminar en las calles, o el enfermizo sistema sanitario, son responsabilidad en su mayor parte el Gobierno, esos señores a quienes hemos elegido y pagado, muy bien por cierto, para que manejen y resuelvan los problemas, no es menos cierto que un buen pedazo, trozo o parte de ese pastel de culpabilidad la tiene también la oposición política, la cual parece que hace tiempo que no consulta los libros para saber cuál es el verdadero significado de esa palabra, ni su importancia en la democracia moderna.

La oposición existe y debe existir porque es necesaria para frenar y corregir los excesos de un poder, cualquiera que sea, siempre tentado de incurrir en la prepotencia, de imponer su voluntad a mayoría, o caer en actos de auto conveniencia personal o partidaria, y además para señalar los yerros que puedan cometerse a esos niveles.

Una oposición que se precie, se para firme en dos patas con espuelas de buen gallo de pelea, cuándo algo perjudica a las grandes mayorías, o se saca debajo de la manga mejores alternativas sociales o económicas si las existentes son mediocres, o no funcionan, y también – oigan bien –  apoya como un palo madrina al gobierno cuando se trata de proyectos que son de vital importancia para toda la nación, porque, como dice el dicho, lo cortés no quita lo valiente.

Más oposición parece hacer los comunicadores sociales desde sus programas o secciones, desgañitándose sin que nadie les haga caso, que los propios políticos a quienes les corresponde

Pero aquí tenemos una oposición lo más parecida a un cumpleaños de esos en que todos los muchachitos están dándole palos a la piñata y puñetazos entre sí y mientras están con sus propias rebatiñas, otros más listos se les comen los pocos caramelos que aún les quedan. Raras veces una oposición dominicana habrá tenido tantas oportunidades de jugar un papel institucional brillante frente unos Gobiernos que no cumplen muy bien con el suyo.

Los casos de corrupción, de dimensiones nunca antes vistas, los escándalos de nepotismo, policiales, de justicia y todo tipo, el auge de la delincuencia y el narcotráfico, las deficiencias en materia de enseñanza, los urticantes privilegios de la clase dirigente, el poco éxito de la lucha contra la pobreza… y mil cosas más, son temas que debían haberse enfrentado desde las bancadas contrarias con la debida altura, importancia y firmeza. Tal vez muchas de estas cosas no hubieran sucedido si contásemos con una oposición articulada, constante y orientada.

Y no es articulada porque no existe o no parece existir plan alguno al respecto, pues si acaso alguien habla, dice lo qué le parece, sobre lo qué le parece, por dónde le parece y cuándo le parece, y ni es constante porque las respuestas no tienen la debida continuidad perdiendo así el  ¨ momentum ¨  y cuando responden lo hacen desde alguna columna perdida en las tripas de un periódico cuando ya ha pasado demasiada agua debajo del molino.

Y no es orientada porque si se debe hablar  sobre los patos, salen tirando a las gallaretas, cualquier cosa menos lo que deberían. Más oposición parece hacer los comunicadores sociales desde sus programas o secciones, desgañitándose sin que nadie les haga caso, que los propios políticos a quienes les corresponde,  pues más parecen ser amigos o aliados de los gobernantes que rivales políticos.

A ver si este bando contrario – donde también cobran generosos salarios- se dejan de pleitos internos y se ponen a trabajar como deben. Uno se pregunta ¿si no se organizan entre ellos, que son cuatro gatos, cómo van a organizar un país de diez millones? ¿si no nos defienden ahora, cómo lo van a hacer después?  Oposi…¿qué? ¡Oposi…nada!