“La España de charanga y pandereta, 

cerrado y sacristía, 

devota de Frascuelo y de María, 

de espíritu burlón y de alma quieta, 

ha de tener su mármol y su día, 

su infalible mañana y su poeta.”

Antonio Machado

Reconozco que mis relaciones con España son contradictorias: agradezco el idioma, disfruto del cocido corregido en un sancocho, una cazuela o un puchero y  ni qué decir de su liga de fútbol tan reconocida por los jugadores americanos que la pueblan, en fin el Barcelona FC.

Pero además hoy vale también reconocer que España es todavía una monarquía, que su gobierno es parlamentario y que, en general, sus políticos se oyen bastante bien. Nada de comparaciones, estoy de celebraciones.

Las elecciones del pasado domingo han demostrado claramente que los políticos españoles y sus estrategas ignoran completamente a los analistas de nuestra media isla. Los auspiciadores de los medios informativos deberían revisar sus inversiones porque es evidente que en España sus anuncios no se leen.

Pero debemos siempre ver el lado positivo de las cosas, todo nos debe enseñar algo, sobre todo para no tropezar durante más cincuenta años con la misma piedra (la misma que tenía en el zapato un diputado para la Reforma Constitucional, piedra que prefirió mantener y eligió cambiar los zapatos).

Lo de Rajoy derrotado es francamente impresentable pues consiguió el primer lugar sin lograr la mayoría (una situación parecida es la que generan las segundas vueltas). No entiendo cómo la embajada, la Casa España o la Churrería, no fueron capaces de enviarle la evaluación de impacto de las visitas sorpresa. Creo que lo traicionaron. Con esa información hubiera perdido igual, pero habría gozado unos domingos con chorizo, jamón serrano, cachopos y vino tinto.

Lo que resulta más sorprendente todavía es el enfrentamiento entre los partidos políticos españoles. Un darwinismo electoral llevado a su máxima expresión por los egos insaciables de Rajoy, Sánchez, Iglesias y Rivera, una irresponsabilidad que pudo haber sido evitada con el sencillo acto de revisar a nuestros analistas.

Si no me creen, podemos revisar los números: si el Partido Popular, el PSOE, Podemos y Ciudadanos se hubiesen unido habrían ganado en forma “contundente”, juntos sumarían un 84% de los votos y tenían la victoria asegurada.   Pero la dejaron ir, todo por no leer periódicos del otro lado del charco.

Pueden objetar mi razonamiento, puede ser fruto de la sinrazón democrática, pero lo que nadie podrá discutir es que la suma pudo asegurarse con la candidatura de un ‘Mario Conde’, de algún delincuente suelto producto de un indulto pero que tiene dinero y marca en las encuestas, de algún general franquista o de alguno de sus hijos, etc.

La ceguera ante las creaciones macondianas afectó especialmente al PSOE, para el cual evitar la derrota según el recetario local hubiera sido sencillo. Pero les faltó algo de pragmatismo francés: si se hubieran retirado a tiempo no estarían hoy con esas caras más largas que la esperanza del pobre.

Después de todos estos errores ahora están enfrentados a la “nueva España” que anticipó John Carlin. Se acabó el sistema bi-partidista que se mantuvo desde el inicio de la transición y que obligará a lograr acuerdos entre los partidos para formar gobierno, otra sinrazón democrática que perfectamente pudo evitarse si los políticos españoles conocieran los “timing” locales: los pactos de “gobernabilidad” se hacen antes de la elección, para sumar y ganar-ganar.

Afortunadamente los españoles saben que hay algo que no se debe sumar y que no se debe perder: la democracia.