Mientras el mundo enfrenta la propagación del coronavirus, Covid-19, la República Dominicana ha estado inmersa en un tollo electoral y su secuela.
La idiosincrasia dominicana de dejar las cosas a su suerte quizás resulte funcional una vez más. Pero este país es turístico, y una epidemia o pandemia, según se declare, puede afectar no solo la salud de los dominicanos, sino también la economía.
Una mirada rápida al mundo nos indica que en este momento confluyen varios problemas serios: la expansión del Covid-19, el conflicto entre los países de la OPEC, el colapso de las principales bolsas de valores del mundo y la inestabilidad política en varios países desarrollados sin que exista un liderazgo mundial confiable y efectivo.
Todos esos problemas afectarán tarde o temprano a la República Dominicana, y el impacto podría ser devastador porque las divisas proceden fundamentalmente del turismo y las remesas.
Si el coronavirus representa un nuevo desafío para las ciencias, estamos a expensas de los descubrimientos; si es parte de una guerra biológica, es de temer; y si hay mucha histeria, solo se controlará cuando el tema salga de los medios.
Si la clase política (toda) no entiende la transcendencia de estas elecciones quedará sepultada. No es alarmismo, es realidad
Lo que sí sabemos es que la República Dominicana necesita conjugar de la mejor manera posible medidas para contener la expansión del virus y para moderar el impacto económico negativo que tendrá en el país.
Los servicios de salud en la República Dominicana son precarios. Por eso hay que apresurar el paso para tener capacidad de respuesta efectiva en los hospitales. La entrada de turistas es significativa y no es posible cerrar el acceso totalmente, aunque se haya prohibido el ingreso de un par de cruceros.
Ante estas circunstancias, el gobierno debe tomar todas las medidas de prevención y control necesarias. Educar la población, habilitar espacios suficientes en los hospitales para el tratamiento de afectados, y mantener el país informado de nuevos casos como hasta ahora se ha hecho.
Este domingo 15 de marzo hay nuevamente elecciones municipales. Ese proceso debe ser pulcro y efectivo. No hay espacio para errores ni complicaciones. Ya el país pasó por un trauma; dos sería catastrófico. Si fue por incapacidad técnica, fallaron en grande, y si fue un sabotaje, son criminales.
La gente está ansiosa y molesta. En estas elecciones se necesita calidad, precisión y buena intención en la ejecución del proceso por todas las partes involucradas, no solo la JCE.
En vez de continuar con las poses discursivas, los actores políticos tienen en sus manos la solución a los problemas electorales. Que no les falte voluntad para hacerlo bien.
Cuando la democracia se quiebra, aún sea una democracia de baja calidad, es muy difícil recomponerla. El sistema de partidos políticos dominicano está muy debilitado, y cuando las instituciones colapsan, son reemplazadas por el peor oportunismo.
El pueblo dominicano demanda y merece elecciones confiables. Los partidos tienen que ponerse de acuerdo y abandonar el cálculo cortoplacista que solo dicta ganancia en el fracaso.
Si la clase política (toda) no entiende la transcendencia de estas elecciones quedará sepultada. No es alarmismo, es realidad.
Ya todos los partidos principales se dividieron. Los existentes son residuos de un tiempo de conflictos sin árbitros.
Terminaron los caudillos y están terminando los partidos. Cada vez la frágil democracia dominicana es más débil, lo que se expresa en un sencillo indicador: hay muchos insatisfechos con la democracia (también en el mundo). Entramos en una fase difícil. ¡Ojo!, esto no es relajo.