Los merengues Ojalá que llueva café y Réquiem al Hotel Jaragua son geniales para poner ejemplos sobre importantes ideas económicas. Si los granos de café cayeran del cielo, como llegó el maná al pueblo judío para servir de alimento durante la travesía por el desierto, la canción sería su réquiem para despedirse del mundo de los bienes económicos. Carl Menger, hace un siglo y medio, le hubiese explicado al cantautor algo en estas líneas.
Antes de la lluvia, el café se consideraba un bien porque la primera condición es que un individuo, un ser humano, sienta una necesidad. En el caso de JLG: bebida caliente energizante para empezar a componer al despertar, placer de tomar bebida relajante al finalizar un concierto, romper el hielo con un brindis agradable al iniciar una negociación dura sobre compensación contra quien violó sus derechos propiedad intelectual. Otro requisito es que exista el conocimiento de una relación causal entre una taza de café con la satisfacción de esas necesidades.
Si es por sentir una necesidad y conocer las cosas que la pueden satisfacer, entonces luce una puerta por donde pasa todo, desde un alfiler hasta el avión Antonov Ann-225 que tiene 84 metros de largo. Carl Menger la convierte en paso de “ojo de una aguja” al establecer la condición de control o propiedad para que una cosa (un elemento objetivo del mundo exterior) sea un bien. El ejemplo clásico de esto es “el día soleado”. Existe una necesidad humana de un día soleado para jugar pelota o fútbol (ya hay que manejar ahora esos dos deportes para que los jóvenes dominicanos entiendan) y el conocimiento de que es la causa sean actividades placenteras (especialmente si se gana el partido), pero no tenemos control del sol para dirigirlo a que nos brinde esa satisfacción.
Control y propiedad sí podemos ejercer sobre el café por diferentes vías, por ejemplo siendo dueño de un cafetal o pidiendo sobres al colmado. Y es precisamente en estas acciones que podemos entender la razón sea de nombre Bien y de apellido Económico. Para dar satisfacción a todas las necesidades humanas vinculadas al café no existe la producción suficiente en los momentos actuales. Es un bien escaso. Al igual con todos los que tienen esa característica, obtenemos control de las cantidades que requerimos de acuerdo con nuestra escala individual de preferencias, esa que nos dice a cada uno qué podemos o no sacrificar para juntarse con un negrito, un medio pollo, un capuchino o un irlandés.
Cuando pagamos un precio por el café estamos revelando a terceros que estamos valorando ese bien o servicio más que las otras cosas que podíamos adquirir con el dinero que entregamos. ¿Cuáles? Sólo lo sabemos nosotros y en ese preciso momento se completa una transacción que es posible porque no está lloviendo café, porque el café no es un maná que cae del cielo.
Autores que se basan en textos bíblicos para sus creaciones deberían entender esto con facilidad. ¿Existe en las escrituras algún relato de judíos en el desierto especulando con raciones de maná? ¿Se podía sacar dinero al maná guardando lo que cae en la mañana para vender a quien en la madrugada se levanta con hambre? No.
El maná fue un regalo divino que en ese momento era una condición indispensable para sostener la vida de cada judío. No había que economizar maná de la misma manera que no había que economizar el aire que respiraban en el desierto. Así como el aire es una condición de vida, abundante y que no requiere acción humana para economizarlo (dejar de respirar media hora todos los días para que mañana la oferta disponible sea mayor), lo mismo sucede con el maná bíblico o la lluvia de café merenguera.
Fuera genial que lloviera café, manzanas, limones agrios, aguacates, conciertos de famosos, partituras, canciones, casas en la playa, en fin, todo lo que necesitamos para sostener la vida. La visión del artista puede ser un deseo de que en la tierra tengamos la misma vida que perdimos al ser expulsados del paraíso. Eso es un tema para los teólogos, me quedo en mi terreno donde espero haber dejado claro que, para quien tiene como medio de vida el café, verlo caer de las nubes sería un castigo similar a la lluvia de fuego y azufre contra Sodoma y Gomorra. ¡Qué paradoja!