(Apuntes para un manual de sociología barata)

República dominicana es de los pocos países de América Latina donde la “oligarquía” blanca no pudo hacer invisible al pueblo de mulatos y negros. Las razones podrían ser variadas, especulemos algunas.

Todo parece indicar que la composición “étnica” dominicana ha sido un factor importante, y que en su mayoría ha sido partícipe de los procesos sociales-políticos como guerras, actividades políticas y sindicales con papel protagónico.

Es significativo indicar que hasta los años 90s, un negro o mulato dominicano cuando participaba en un comercial de televisión casi siempre era en los roles de sirvientes  o un extra invisible. Hasta los años 70s, músicos como   Johnny Ventura, Cuco Valoy, tenían que entrar por la puerta trasera cuando amenizaban una fiesta en los clubes de la aristocracia dominicana.

Estos sectores populares con connotación étnica (negros o mulatos) empezaron a emerger  y aparecer como protagonistas a partir  de la producción de peloteros ricos y famosos, músicos populares con dinero, narcos lavando más que una lavadora de pobre y políticos corruptos que hicieron fortunas con los recursos del erario público.

A esa gran presencia que han logrado los sectores populares en la vida pública y privada, se debe agregar la naturaleza de unos ricos poco auténticos, no nacionalistas, endebles como clase social “dominante”  y con precaria conciencia burguesa, que tratando de negar o distanciarse de ciertos valores populares como la música tuvieron que integrarse a ella.

Ese sector de clase social, con hábitos difusos de burguesía, ha tenido poca conciencia respecto a la comprensión de que una clase es dominante cuando produce  sus intelectuales, militares, políticos, instituciones académicas para formar cuadros políticos que ocupen poder y puedan decidir con voz y voto en el diseño de una nación. En ese sentido, estamos distantes de lo que ha sucedido en Chile, Colombia, Brasil o Méjico, donde la élite burguesa ha diseñado instituciones orgánicas a sus principios ideológicos. Los ricos criollos apenas crearon una o dos universidades que han jugado un papel muy precario y conservador respecto a los procesos de transformación que ha vivido la República Dominicana.

Las pocas veces que ese sector de clase se ha hecho visible en los procesos sociopolíticos, ha sido para  obstruir o detener cambios importantes que pudieron desarrollar el país. Tenemos como ejemplos significativos, el solitario destierro de Duarte, donde la iglesia católica y gran parte de esos ricos de mentalidad rural le dieron la espalda al idealismo del patricio, más bien, se integraron y se hicieron cómplices del hatero Santana. También (con anuencia de iglesia católica) aniquilaron la reforma educativa de Hostos y fueron cómplices del golpe de Estado a Juan Bosch. La historia dominicana tiene muy pocos constructos sociales donde ese sector de clase ha participado en bien de la nación y no de sus intereses mercuriales-miopes, y en ciertos sentidos parasitarios.

La ausencia de ese contrapeso, que en sentido positivo pudo jugar ese grupo burgués si hubiese tenido conciencia de clase y ser parte de un proyecto nacionalista, y que se supone que en su hábitos y visión del mundo no está  incluido el desorden, el ruido, el sucio, abrieron una brecha para que poco a poco los males que implican la cultura del hacinamiento tomaran cuerpo en el ordenamiento público y la vida cotidiana, donde parqueadores,  dueños de talleres y tarantines prácticamente han sustituido el rol de los ayuntamientos. A este factor se debe agregar, la migración sin control del campo a las ciudades después de los años 60 donde la masificación sin respuesta de planificación deterioró los servicios públicos.

La ausencia de una clase dominante ha permitido que tengamos pueblo (en relación a todos los vicios que implica la cultura de la pobreza) por un tubo, en el congreso, en los programas de radio y televisión, en la manera de comunicarnos en el espacio público, en el transporte público, en la educación pública, en el uso de la música popular como divertimento, en los criterios del ayuntamiento cuando organiza actividades públicas, en la atmósfera que crean los partidos políticos cuando están en campaña que no respetan las aceras ni las normativas de ruidos, en la logística organizativa del carnaval y la feria del libro  que sus ejecuciones, por lo regular, arrabalizan el entorno urbano. En ese etcétera de pobreza cultural tan amplio, el país parece uno solo. ¡Qué pena…!en un país tan hermoso y tanto potencial humano.