Quiero entrar hermano en tu mente, en la última duración de espacio entre la vida y lo que los humanos hemos llamado muerte. Quiero hilvanar en el laberinto de tu alma noble, de tu espíritu decente, de tu inteligencia sana, de tu voluntad siempre solidaria que vieron abrir ante tus ojos las puertas de una irracionalidad o tal vez de un salvajismo de un mundo que regresa a la barbarie y el canibalismo del que fuiste víctima.
Pusiste hermano todos los talentos que Dios te dio, sin esconder o regatear uno solo: en reformas y normas que regularan las relaciones entre las personas. Cuando preparabas tus alforjas y tu cayado para trillar un mundo más allá de la UASD, donde la ausencia de ellas construye una sociedad invivible, atrapada en el odio y la violencia; caíste sin rodar el piso y sin renunciar a tu vocación de concertar y hacer la paz en una convivencia fraterna.
Hiciste un paseo sobre el suelo que tanto amaste zigzagueando, girando de una a otra calle, cortando con prisa cada esquina, para hacer honor con ello a tu corazón justo. Prohibiste a los que iban contigo en tu último viaje, disparar o defender con arma alguna tú vida, Vida que no era tuya; si no de tus hijos, esposa, hermanos, amigos y compañeros. Hiciste lo que sólo Dios en tu alma conoce, evadirlos y evitar una tragedia entre compañeros.
Olvidaste hermano, porque tu conducta era lo contrario. Fuiste un ser humano, fuiste gente y creías en las relaciones civilizadas. Si, olvidaste hermano que las fieras saben balancearse en las lianas, porque conocen la selva. Olvidaste que las ratas se pierden en los matorrales porque conocen mejor que nadie las madrigueras. Olvidaste que las hienas saben cómo cazar a sus presas, y cuando creíste ingenuamente haberlos perdidos te interceptaron, separaron el segundo vehículo que te acompañaba encañonando y neutralizándolos y a ti te bloquearon y te asesinaron de forma ruin y salvaje.
Oíste con claridad la voz que te alertó; pero no creíste que la víbora te atacaría con su veneno letal de odio. Antes de recostarte sobre el hombro de Omar tu seguridad, a quien quitaste el arma para que no te defendiera de la horda salvaje de delincuentes que te perseguía, no quería creer que la manada, que hacía uso de sus virtudes criminales, tronchaba la vida de un ser humano excepcional: buen padre, buen hijo, buen compañero esposo, buen amigo, y también, destruyeron valores que quisiste llevar al nuevo mundo pantanoso y degrado al que había transitado con sueños y propuestas. Perdiste la vida haciendo lo que mejor sabias hacer, hacer llegar a entendimientos civilizados y concertar buenos acuerdos razonables.
¡Me dieron! Tu última palabra que retumba, y sin maldecir al rey Tru Cutú que te aplicó la ley de la selva: la barbarie y salvajismo. Estado este en que se han convertido lo que no te dieron tiempo a contribuir para su cambio y transformación, los partidos.
Sabias tú Mateo en que te metías; pero quisiste atreverte a ser distinto a todos los que viven de la ausencia de normas, la falta de reglas democráticas, y más que todo al respeto de la vida y el derecho de los otros.
El dedo, la autarquía en las dirigencias, las encuestas y la destrucción de una cultura democrática es la que ha llevado el sistema de partidos a la barbarie y salvajismo que dan al traste con vidas valiosas e irreparables como la de Mateo Aquino Febrillet. No sé como despedirme ti, porque de los buenos no hay formas de cómo hacerlo. Sólo te digo, y digo a los otros lo que tu dirías, tomando prestado de la biblia en el libro de Job, personaje éste a quien más te pareciste con tu carácter, paciencia, ecuanimidad y tolerancia: “¡Tierra, no cubras tú mi sangre, y no quede en secreto mi clamor!”.(Job 17,18)