Lo cuento tal como me lo contaron.

Tacatá-tacatá-tacatá. Do pasito pa l’iquiedda y pa la derecha do-má.

Do pasito pa l’iquiedda y pa la derecha do-má. Dicen que así bailaba Ogé-pie.

A ese jodío haitiano yo mimito lo vuá degollá- dijo ei saigento.

Ei saigento era primo hermano de Manotas, aquel torturador de la Cuarenta en tiempos de Johnny Abes García, ambos sobrinos del Diablo, a quien ellos llamaban “el Gran Pecucio”, tan pecucio como lo eran ellos mismos.

-¡Por ahí lo traen! ¡Lo traen por la cañada del río- gritó una voz de pitonisa.

Ogé-pie era un hechicero haitiano con el que consultaban todos los guardias. Les leía la taza hasta al general y decían que jamás había bebido una gota de agua en su vida y que vivía a base de puro clerén y pasaba las 24 horas del día bailando al ritmo del bongó que le habían traído de Santiago de Cuba.

Tacatá-tacatá-tacatá. Do pasito pa l’iquiedda y pa la derecha do-má. Currutá-currutá y bueno que tá.

Alguien afirmó que Ogé-pie era un zombi, un muetto que parecía un vivo, como está la mayoría del pueblo haitiano, contagiando al pueblo dominicano de lo mismo. Es como el virus del Sida, que los haitianos llevan dentro en un 20%, y la bacteria  del cólera, que prevalente en Haití antes y después del terremoto del 2010.

Nadie logró nunca ver sus pupilas, siempre ocultas a la luz, bailando palos bajo la luz de la luna. Los machos saltaban en zig-zag y las hembras se abrían en círculo como la arena mojada esperando que la semilla surja del fondo de la tierra.

En una ocasión lo acusaron de comer niños envueltos en repollo “morado” y lo echaron del país pero, a los 21 días exactos, volvió a cruzar lo que queda  del Masacre a pie, ayudado por cuatro guardias rasos a los que les había leído la taza y les había dicho que Haití y la Republique eran el mismo país y que siempre lo ha sido, porque de eso no había habido nunca ninguna duda desde que Toussaint Louverture lo decretó en la Fortaleza Ozama hace cuchucientos años.

-¿Uté creé son blanco?- les preguntó Ogé-pie a los guardias-

-Uté má negro que mwen… Haiti, Republique, tou bagail meme chose…komprend? (todos somos la misma cosa…¿comprenden?). “Un’ille!” (una isla).

-Nou volvé tou le temps- inisistió el zombi- y los guardias lo deján pasá.

-¡Ogé-pie e un ladronazo!- le había dicho ei saigento al general, un troglodita trujillista que desnucaba a los haitianos sólo por verlos caer.

– Aplátate ahí y di “perejil”- les decía- y, si decían “pejejil”…¡paf! les rompía el occipucio siquitrillándolos sin piedad en el acto.

-¡Tráiganmelo vivo o muetto!-dijo el general.

Ogé-pie, cuando le leyó la taza le había dicho que se iba a ganar veinticinco billetes verdes por cada bracero haitiano que trajeran a cortar caña y el general se lo creyó, pero ese año sólo le dieron cinco billetes por cabeza. Una ganancia monumental, porque trajeron más de veinticinco mil haitianos y hubo que repartir el botín pero, como la soga siempre se rompe por lo más fino, le echó la culpa a Ogé-pie.

Ei saigento le había dado al haitiano diez pesos por decirle que la mujer con la cual vivía desde que llegó de Cevicos no lo iba a dejar plantao, pero resultó que se la llevó el capitán después de bailarla como a Lola hasta las 2:00 de la madrugada. Por eso ei saigento le cogió tirria a Ogé-pie y comenzó a llamarlo “ladrón”.

-Le vuá a volá el caco y se lo vuá a traé ensartao en la punta de mi bayoneta- le prometió ei saigento al general- tenemo que acabá con to eso jodío haitiano.

El caso fue que, cuando ei saigento llegó al batey rodeado de sus veinte guardias rasos, armados hasta más allá de la coronilla, se armó un tremendo titingó, parecido al de Palma Sola el 28 de diciembre del 1962, cuando mataron al general Miguel F. Rodríguez Reyes, el tío de las hermanas Mirabal, junto a los Mellizos Ventura Rodríguez del clan de Olivorio Mateo, aquel célebre gavillero que en el 1922 se alzó contra la ocupación de los marines.

En Palma Sola se hizo famoso aquel corito que decía: “Aquí no mandará Viriato Fiallo ni tampoco mandará Juan Bó. Aquí mandará Plinio Ventura por obra de Dió.”

Allí también hirieron de gravedad al coronel Francisco Alberto Caamaño Deño, quien tres años más tarde pasó a ser Presidente de la República en Armas (1965). ¡Que recovecos más extraños tiene nuestra historia patria!

-¿Dónde ta ese jodío Ogé-pie?- dicen que preguntó ei saigento sacando el puñai de reglamento que centelleó como un relámpago a la luz de la luna… ¡zás!

– Ese que ta bailando con Lola al compá del bongó, sudando como un marrano y con un túbano má grande que él… ¡ese e él! ¡Agárrenlo! ¡No lo dejen ecapá!

Un pasito pa l’iquiedda y pa la derecha do má…un pasito pa l’iquiedda y pa la derecha do má. ¡Currutá- currutá y bueno que tá!

-¡Por ahí lo traen como un andullo! ¡Lo traen por la cañada del río que ya se secó!

La tierra del batey estaba empapada de sudor y de sangre fresca, parecida a una madre pariendo a la luz de la luna. El olor a clerén se apoderó del batey y los guardias perdieron la razón.

-¡Por ahí lo traen sin cabeza!- trinó la pitonisa, al ver pasar a la muchedumbre.

Traían al cadáver atado como un andullo, envuelto en hojas de plátano, como hacen los haitianos en tropel cuando cruzan el Masacre a pie para no morirse de inanición.

-¡Arrójenlo al suelo!- ordenó el general cuando llegaron a la entrada de la fortaleza.

-Vamo a vé cómo luce ahora esa cabeza de orangután de Ogé-pie.

-Ofrécome a la Vigen y a to lo santo! ¡Aquí no hay ningún cuelpo!- dijo el cabo al desenrredar el andullo.

-¡Eta no e la cabeza de Ogé-pie- gritó el capitán, que se había acercado a  verificar que era la cabeza del haitiano la que traían a cuestas.

-¡Pero eta e la cabeza dei saigento!- pregonó el general.

Dicen las malas lenguas que hasta el mismo día de hoy, el cuerpo dei saigento, sin cabeza y sin parar, sigue dando saltos de clerén en el batey bailando junto a Ogé-Pie. Dos zombis gemelos que no pueden separarse jamás.

Tacatá-tacatá-tacatá. Do pasito pa l’iquiedda y pa la derecha do má.

Dos países condenados a sobrevivir juntos, presagiando el futuro de la humanidad.

“Nada prevalece tanto como el llanto” (Jacques Viau).