UN JOVEN palestino entra en un asentamiento, entra en la casa más próxima, apuñala a una niña de 13 años que duerme y a él lo matan.

Tres hombres israelíes secuestran a un niño palestino de 12 años, escogido al azar, lo llevan a un campo abierto y lo queman vivo.

Dos palestinos de una población pequeña cerca de Hebrón entran a Israel ilegalmente, beben café en un centro de Tel Aviv y comienzan a dispararle a todos, hasta que son capturados. Se convierten en héroes nacionales.

Un soldado israelí ve a un atacante palestino gravemente herido en el suelo, se acerca a él y le dispara en la cabeza a quemarropa. La mayoría de los israelíes presentes lo aplauden.

Estas no son acciones “normales” ni incluso en una guerra de guerrillas. Son las manifestaciones de odio sin fin, un odio tan terrible que supera todas las normas de la humanidad.

PERO SIEMPRE fue así. Pocos días después de la guerra de 1967, en la que Israel conquistó Jerusalén Este, Cisjordania y la Franja de Gaza, viajé solo por los territorios recién ocupados. Me daban la bienvenida en casi todas partes, la gente estaba ansiosa por vender sus productos, contarme sus historias. Sentían curiosidad por los israelíes, tanto como nosotros por ellos.

Los palestinos no soñaban entonces con una ocupación eterna. Ellos odiaban a los gobernantes jordanos y estaban contentos de que los hubiéramos expulsado. Ellos creían que nos íbamos a ir pronto, lo que les permitiría, al fin, gobernarse a sí mismos.

En Israel, todo el mundo hablaba de una “ocupación benévola”. El primer gobernador militar era una persona muy humana, Jaim Herzog, un futuro presidente de Israel y el padre del actual presidente del Partido Laborista.

En pocos años, todo esto cambió. Los palestinos se dieron cuenta de que los israelíes no tenían la intención de irse, sino que estaban a punto de robarles su tierra, literalmente, y cubrirla con  asentamientos.

(Algo similar ocurrió 15 años después, en el sur del Líbano. La población chií saludó a nuestras tropas con flores y arroz, creyendo que nos sacaríamos de allí a los a los palestinos. Cuando no lo hicimos, se convirtieron en guerrilleros decididos y, finalmente, fundaron el Hezbolá.)

Ahora, el odio está por todas partes. Los árabes y los israelíes usan diferentes carreteras, pero es mucho peor que el apartheid sudafricano, porque allí los blancos no tenían ningún interés en expulsar a los negros. También es mucho peor que la mayoría de las formas de colonialismo, porque los poderes imperiales generalmente no le sacan la tierra de debajo de los pies de los indígenas con el fin de establecerse allí.

Hoy en día reina el odio mutuo. Los colonos aterrorizan a sus vecinos árabes, los niños árabes lanzan piedras y bombas incendiarias improvisadas a los coches de los judíos que pasan por los caminos reales, donde ellos mismos no tienen permiso para circular. Recientemente, fue apedreado el coche de un oficial de alto rango del ejército. Se bajó, persiguió a un chico que huía, le disparó en la espalda y lo mató −en violación flagrante de las normas del ejército para abrir fuego.

HOY, UNOS 120 años después del inicio del experimento sionista, el odio entre los dos pueblos es abismal. El conflicto domina nuestras vidas. Más de la mitad de todas las noticias de la en los medios de comunicación abordan este conflicto.

Si el fundador del sionismo moderno, el periodista vienés Theodor Herzl volviera a la vida, se quedaría totalmente conmocionado. En la novela futurista que él escribió en alemán a principios del siglo pasado, llamada Altneuland (La Vieja-nueva Tierra), describe en detalle la vida en el futuro Estado judío. Sus habitantes árabes son retratados como ciudadanos felices y patrióticos, agradecidos por todos los avances y ventajas aportadas por los sionistas.

En el comienzo de la inmigración judía, los árabes eran de hecho notablemente condescendientes. Tal vez creyeron que los sionistas eran una nueva versión de los inmigrantes religiosos alemanes que habían llegado unas pocas décadas antes y, de hecho, habían traído progresos al país.

Estos alemanes, que se llamaban a sí mismos “Templarios” (sin relación con el grupo homónimo medieval de las Cruzadas) no tenían ambiciones políticas. Establecieron aldeas modelo y suburbios urbanos y vivieron felices siempre, hasta que los nazis alemanes los infectaron. Con el estallido de la Segunda Guerra Mundial los británicos deportaron a todos a la lejana Australia.

El pueblo modelo que estos templarios construyeron cerca de Jaffa, Sarona, es ahora un parque de atracciones en Tel Aviv, el mismo lugar donde tuvo lugar el último atentado terrorista.

Cuando los árabes se dieron cuenta de que los nuevos inmigrantes sionistas no eran una repetición de los templarios, sino un nuevo implante colonial agresivo, el conflicto se hizo inevitable. Se ha vuelto peor y aumenta año tras año. El odio entre los dos pueblos parece alcanzar nuevas alturas cada día.

Y AHORA, los dos pueblos parecen vivir en dos mundos diferentes. Un pueblo árabe centenario y un nuevo asentamiento israelí situados a una milla de distancia, podrían muy bien existir en dos planetas diferentes.

Desde su primer día en la tierra, los niños de los dos pueblos escuchan historias totalmente diferentes de sus padres. Esto sucede también en la escuela. En el momento en que son mayores, tienen muy pocas percepciones en común.

Para un joven palestino, la historia es bastante simple. Esta fue una tierra árabe durante más de catorce siglos, una parte de la civilización árabe. Para algunos, la titularidad del país se remonta a miles de años, ya que el Islam no desplazó a la población cristiana existente cuando conquistó Palestina. El Islam era en ese momento una religión mucho más progresista, por lo que los cristianos locales también adoptaron el Islam gradualmente.

Desde el punto de vista palestino, los judíos gobernaron Palestina en la antigüedad solo durante unas pocas décadas. El reclamo judío del país ahora, sobre la base de una promesa dada a ellos por su propio Dios privado judío es una estratagema colonial flagrante. Los sionistas llegaron al país en el siglo XX como aliados de la potencia imperialista británica, sin ningún derecho al mismo.

La mayoría de los palestinos ahora está dispuesto a hacer la paz e incluso a vivir en un estado palestino reducido al lado de Israel, pero son rechazados por el gobierno israelí, que quiere mantener “toda la Tierra de Israel" para la colonización judía, dejando sólo algunos enclaves desconectados a los palestinos.

UN ÁRABE palestino que cree que esto es una verdad evidente por sí misma puede vivir a unos pocos cientos de metros de distancia de una judía israelí, que cree que todo esto es una sarta de mentiras inventada por los árabes antisemitas (un contrasentido) con el fin de arrasar con los judíos hasta el mar. Todo niño judío en Israel aprende desde muy temprana edad que esta tierra le fue dada por Dios a los judíos, que gobernaron durante muchos siglos, hasta que ofendieron a Dios y Él los expulsó como un castigo temporal. Ahora los judíos han regresado a su país, que fue ocupado por un pueblo extranjero que vino de Arabia. Estas personas tienen la audacia de reclamar el país como propio.

Siendo esto así, la doctrina oficial israelí dice que “no hay solución”. Que tenemos que estar preparados para un tiempo muy largo −prácticamente por toda la eternidad− para defendernos nosotros y a nuestro país. La paz es una ilusión peligrosa.

La visión ingenua de Herzl fue rechazada por el líder sionista de derecha Vladimir (Zeev) Jabotinsky. Él declaró, con razón, que en ninguna parte del mundo un pueblo nativo ha  renunciado jamás a sus tierras pacíficamente ante un extranjero. Por lo tanto, dijo, tenemos que construir un “muro de hierro” para defender nuestro nuevo asentamiento en el país de nuestros antepasados.

Jabotinsky, que había estudiado en la Italia liberal post-Risorgimento, tuvo una visión del mundo liberal. Sus seguidores actuales son Benjamín Netanyahu y el partido Likud, que son cualquier cosa menos liberales.

Ellos aplaudirían efusivamente si Dios hiciera desaparecer de “nuestro” país a todos los palestinos de un día para otro. Incluso podrían considerar ayudar a Dios un poquito.

SIN DUDA, Dios desempeña un papel cada vez de mayor importancia en el conflicto.

En el principio, Dios no tuvo un papel muy secundario. Casi toda la primera generación de sionistas, incluyendo a Herzl y a Jabotinsky, eran ateos acérrimos. Se decía que los sionistas eran personas que no creían en Dios, pero que creían que Dios nos había prometido el país.

Esto ha cambiado radicalmente, en ambos lados.

En los inicios del conflicto, a principios del siglo pasado, todo el mundo árabe estaba infectado con el nacionalismo de estilo europeo. El Islam siempre ha estado ahí, pero no fue la fuerza impulsora. Los héroes nacionales árabes, como Gamal Abd-al-Nasser, eran nacionalistas ávidos, que prometieron unificar a los árabes y convertirlos en una potencia mundial.

El nacionalismo árabe fracasó rotundamente. El comunismo nunca echó raíces en los países islámicos. El Islam político, que fue victorioso contra los soviéticos en Afganistán, está ganando terreno en todo el mundo árabe.

Curiosamente, lo mismo ocurrió en Israel. Después de la guerra de 1967, en la que Israel completó la conquista de la Tierra Santa, y especialmente el Monte del Templo y el Muro Occidental, el sionismo ateo fue perdieron terreno de manera constante, y una especie de sionismo religioso violento asumió el mando.

En el “mundo semita”, la idea europea de la separación entre el Estado y la Iglesia nunca se arraigó. Tanto en el Islam y como en el judaísmo la religión y el Estado son inseparables.

En Israel, el poder está ampliamente ejercido por un Gobierno dominado por la ideología de la extrema derecha religiosa, mientras que la izquierda “secular” ha ido durante mucho tiempo en franca retirada.

En el mundo árabe está sucediendo lo mismo −pero más todavía. Al-Qaeda, Daesh (ISIS)  y su calaña están ganando en todas partes. En Egipto y en otros lugares las dictaduras militares tratan de detener este proceso, pero sus fundamentos son inestables.

Algunos de nosotros, los ateos israelíes, hemos estado advirtiendo de este peligro durante décadas. Hemos dicho que los estados nacionalistas pueden llegar a un compromiso y hacer la paz, mientras que para los movimientos religiosos esto es casi imposible.

Los gobernantes seculares pueden ser asesinados, al igual que Muammar Gaddafi en Libia y Rabin en Israel. Los movimientos religiosos siguen adelante cuando esto les sucede a sus líderes.

(La palabra Assassin –asesino− es una corrupción de la palabra árabe hashisheen. El fundador de esta secta del siglo XII, el Viejo de la Montaña, solía alimentar a sus emisarios con hachís y enviarlos en misiones muy arriesgadas. El gran Salah al Din (Saladino) una vez se despertó en su cama para encontrar una daga junto a él, y se apresuró para llegar a un acuerdo con el líder de los “asesinos”).

ESTOY CONVENCIDO de que es en el interés vital de Israel hacer la paz con el pueblo palestino, y con el mundo árabe en general, antes de que esta infección peligrosa envuelva a la totalidad del mundo árabe −y musulmán.

Los líderes del pueblo palestino, tanto en Cisjordania como en la Franja de Gaza, siguen siendo gente comparativamente moderada. Esto es cierto incluso para Hamas, un movimiento religioso.

Yo sugeriría que para el Occidente en general, apoyar la paz en nuestra región –el Oriente Medio− es también de suma importancia. Las convulsiones que actualmente afectan a varios países árabes son un buen augurio para ellos tampoco.

La lectura de un documento como el de esta semana del Cuarteto sobre el Oriente Medio me sorprende por su cinismo autodestructivo. Este documento ridículo del Cuarteto, integrado por Estados Unidos, Europa, Rusia y la ONU, tiene la intención de crear un equilibrio –culpando por igual al conquistador y al conquistado, al opresor y al oprimido, haciendo caso omiso de la ocupación totalmente. En verdad, es una obra maestra de la hipocresía, también conocida como “diplomacia”.

En ausencia de todas las posibilidades de un esfuerzo serio por la paz, el odio no hará más que crecer y crecer, hasta que nos envuelva a todos.

A menos que tomemos medidas para contenerlo a tiempo.