El atentado de Niza, quizás uno de los eventos más tristes del terrorismo moderno, por las características de la agresión, a gente inocente en condiciones de festividad especial, para Francia, el 14 de Julio[1]: 84 personas fallecidas, unas 300 heridas (más de 50 niños, entre las víctimas).
Estos hechos nos recuerdan que entramos de lleno en la Guerra Mundial, sin darnos cuenta. “Nadie está exento de este tipo de ataque” repiten políticos y funcionarios europeos. Todo indica que esta guerra será larga y, de características peculiares a lo que han sido las otras guerras en territorios y lugares específicos, con material bélico reconocido, regulado, en condiciones hasta privilegiadas, gracias a la tecnología.
La nueva guerra está en las ciudades, en nuestros lugares de ocio, hoteles, museos, restaurantes, conciertos, aeropuertos, playas, y, a la puerta de los hogares.
El campo de batalla es global, impregnando nuestro ser de dolor, aunque no estemos allí, quedamos heridos por el miedo y la pérdida de gente inocente.
También, él que participa en esta guerra viene de cualquier parte, tiene cualquier rostro, donde el único elemento en común es que salen a matar en nombre de un Dios que les hace explotar con facilidad.
Hasta ahora se enterraban las minas en esas geografías de conflicto, para que se caminara sobre ellas. Hoy caminamos por nuestras calles al lado de las minas, nos sentamos a su lado en el café, en el concierto, en el metro, en el avión… Cualquiera puede ser un sujeto sospechoso.
Lo que resulta terrible para todos aquellos que no creen en la guerra, que no les interesa, ni como negocio, ni como estrategia político-económica, ni como sistema de vida.
Atrapados en el conflicto, tenemos que aceptar que convivimos dentro de diferentes tipos de guerras: las que se declaran entrepaíses, las civiles, las racistas, las de gobiernos populistas o autoritarios…y esta del llamado “Estado Islámico” yihadista salafista y otros, apoyados en el terrorismo urbano, con nuevas y diferentes formas de atacar en solitario.
Estamos en un tiempo de guerra, extraordinariamente confuso, donde lo único que se tiene garantizado es la incertidumbre del momento, ante lo inesperado y anónimo del ataque terrorista.
Horrible desaventura que nos lleva hasta los espacios más oscuros de la gente, perdida y consumida por el mal, contagiándonos su desgracia, como si fuéramos culpables de la misma.
El ataque en solitario a Niza, -de un enfermo mental y/o pseudo-terrorista- ha sido el más horrendo escenario de los ataques terroristas a occidente, por todos los niños que han caído con los ojos repletos de fuegos artificiales.
Dado que el conflicto es global, Latinoamérica debe prepararse para el contagio inesperado, sobre todo cuando estas sociedades nuestras, cobijadas en la hospitalaria corrupción, son tan propensas a acoger todo tipo de alimaña internacional.
También nosotros como individuos sujetos a la incertidumbre, debemos prepararnos y reflexionar sobre estas modalidades de agresión, que no están lejos de las que vivimos cada día en nuestras calles – si bien las motivaciones sean otras -, salidas de las filas de la delincuencia, la violencia y el desorden institucional.Vivimos con miedo de salir a las calles, lo que da cuenta del desamparo de una ciudadanía a la deriva, que el Estado no consigue proteger.
[1]El 14 de Julio, día de la fiesta nacional francesa, en que se recuerda la Revolución francesa, con el acto simbólico que significó la Toma de la Bastilla en 1789.