“garrapatoso verboso sarnoso doloso sinuoso
el político sabe huele su camino y atenta contra todo”
Con virulencia menor pero igual carga de provocación, “Perro no come perro”, de Odalís G. Pérez, prosigue el tono de iracundia y audacia verbal de “Tímpano Terrestre”, un texto anterior suyo publicado en Puerto Rico y apenas conocido en la República Dominicana.
Inspirándose para titular su poemario en un refrán del habla popular castellana (“el perro no come perro, ni el gorgojo come fierro”, que alude a que entre colegas o gente de la misma clase no se hacen daño y cuyo equivalente en el español dominicano es “filo con filo no corta”), Pérez nos propone un texto poético audaz y novedoso que se pronuncia sobre la crisis del sujeto y el estado del mundo. Conocedor y estudioso de la poesía universal, construye un texto a un tiempo lúdico y reflexivo, empleando diversos recursos fonopoéticos y semánticos (la aliteración, la prosopopeya y la prosopografía, entre otros) que subrayan la sonoridad de los juegos fonéticos y la ironía. El libro abre con un largo primer poema, sin título, que ocupa su mayor parte, seguido de “Rumores y atributos”, para cerrar con “Derivas y esplendores”, un conjunto de cuatro poemas en prosa (Círculo del nombre, Arcana Mundi, Boca de mundo, Ceremonias para olvidar el mundo), y un quinto y último poema que retorna al verso encabalgado (Ultima cifra: el eco).
Con un ritmo sostenido, posibilitado formalmente por el encabalgamiento métrico, “Perro no come perro” explora los secretos del universo, el esoterismo, la magia y las ciencias ocultas. El filólogo-poeta recurre a grecismos y latinismos, a lo mágico y lo oculto en las palabras griegas y romanas de textos antiguos. Pero ahora el filólogo le cede el puesto al poeta, que le releva de turno y a la vez revela a ese otro que habita en el sujeto llamado autor (¿cómo negarle al conocido crítico y ensayista su condición de poeta?, ¿por qué encasillarle en una imagen inmóvil y reclamar sólo para otros el monopolio del oficio?).
El mundo visto por Pérez no es sólo el mundo de los números, la cábala y la especulación esotérica. Es, sobre todo, ese inmundo mundo mundial que denuncia Sabina en su tema “Crisis”; el mundo de la crisis posmoderna, crisis de los saberes, los pensares y los haceres, de las formas de vida corrompidas por los poderes institucionales o fácticos. La razón cínica del poder ha desplazado al humanismo y se ha entronizado. Y lo que sale de su entronización es toda una humanidad envilecida y degradada, una condición humana moral y espiritualmente subalterna y domesticada. El mundo en que vivimos es un “mondo cane”, un mundo de perros: perros sarnosos, perros gueveros, perros viralatas, perros callejeros, perros policías, perros delincuentes, perros asesinos, perros bañaperros…
El poeta lo sabe y lo dice: el mundo se ha convertido en un laberinto de señales en el que vagamos perplejos y nos extraviamos. “No hay campos ni ciudades, sino espacios rotulados, huesos y pieles escribiendo la biografía secreta del mundo (…) toda una cancerografía regada y extendida como forma de apaciguar la especie”. Rosario de penas, valle de lágrimas, lugar de castigo, herida abierta que no sutura, el mundo que habitamos es un reino de escandalosa impunidad y perversas complicidades en donde todos se tapan y se cuidan las espaldas porque perro no come perro.
Texto perruno, “Perro no come perro” transita de la violencia cotidiana al horror vacui y de la denuncia política al saber esotérico. Tras el periplo verbal, que es la travesía del ser y del lenguaje, se anuncia la vuelta a los orígenes, al origen. Pero no hay vuelta posible. La verdadera travesía es otra y más terrible: la del Arcanus Mundi al Anus Mundi, la del secreto y misterio del mundo a su horror y su barbarie. El misterioso mundo (arcana mundi) ha perdido ya su antigua magia y su encanto para convertirse en un mundo fétido y escatológico (anus mundi) a donde van a parar las inmundicias de la historia. La excrecencia del animal es sólo la espantosa metáfora del tumor cancerígeno del mundo.