Caminé ayer hacia mi centro de votación por las aceras hediondas de Ciudad Nueva feliz de sanar mi vocación por el ridículo. Pasé por el cementerio de la Avenida Independencia recitándole gracias a Jacques Viau Renaud en un susurro que me arrullará toda la vida, porque la jornada electoral del domingo es la más histórica donde me ha tocado participar en mis 55 años de vida. Medio siglo de dominicanidad diaspórica, medio siglo y pico. Vi las calles vacías y me estremecí. Hay respeto, hay conciencia, estamos votando.
Al regresar me topé con una hermana de mi madre, mi tía Gloria, que ha vivido toda su vida en la Estrelleta y comprobé que los genes Gómez al igual que los Lockward son anti-arrugas, mi tía está como un trinquete, lúcida, parlanchina y con una piel envidiable a sus 82 años. Mi tía iba a votar también, cuánta sincronía.
Miraba las aceras con esperanza repitiéndome que el mundo es un reflejo de mi interior y que para ordenar mi venerada Ciudad Nueva preciso dedicarle mucha atención, dedicación y esmero a mis pensamientos. Igualmente ejercité una de mis coreografías mentales preferidas, me imaginé desarrollando proyectos artísticos comunitarios donde el bienestar de las aceras y la limpieza del entorno sean protagonistas.
Frente a mi podio de votación conjuré la mala leche de la Junta Central Electoral con toda mi calma, encontrando a mi candidata a diputada, chiquitita, por allá escondida, y con todo mi amor le puse una gran equis negra a su rostro de oro puro, oro molido, oro de oración por este pueblo que tanto la necesita. Dudé a cuál partido minoritario apoyar para la presidencia y finalmente voté como feminista, agradecida por esta oportunidad fenomenal en pleno Siglo 21. Salí rápidamente, mi mesa fue tan eficiente como concurrida.
Pegada de la televisión y pendiente de los comentarios en las redes, comprobé una vez más que el ensayo de Guy Debord sobre la sociedad del espectáculo debió ser escrito en este retazo institucional que seguiremos llamando “país” por aquello de la inercia o la fe. En la noche salí con una amiga entrañable que estaba convencida de que era materialmente imposible el porcentaje tan bajo de Luis Abinader, aunque por otro lado reconocía que el tristemente famoso 60% de la Dictadura de la Impunidad, era imposible que bajara, una vez la JCE nos “informara con transparencia” su predecible fraude, en una maniobra clásica de su nunca suficientemente denostado presidente
Deseo con estas líneas ahorrarles o mejor dicho, alimentar con nuevos ingredientes el ridículo con el que me han distinguido familiares y allegados. Aquí un par de citas textuales: “¿Quién te crees ahora, la quinta Hermana Mirabal?” o “Te deseo lo mejor, en tus sinceros esfuerzos de lucha. Los heroes de Tiananmen les quedan chiquitos.”
La polarización de esta sociedad gobernada por un partido autocrático y con vocación de permanencia indefinida, es decir, dictatorial, ha sido objeto de análisis insuperables. Estás líneas son cualquier cosa menos eso. Lo que se ha escrito y difundido por diferentes medios al respecto roza ya con lo enciclopédico. Escribo porque en este medio acogedor, Acento, mi vocación para el ridículo tiene otro nombre, aquí se llama dignidad y respeto por la vida democrática. En este espejo, el recuerdo de esos punzones en el centro de mi plexo me refleja con benevolencia, qué feliz y qué tranquila me siento de que la primera vez que se pronunció en mi círculo familiar “Dictadura de la Impunidad” estas palabras salieron de mi boca. Cada vez que escucho el término por todas partes, un silencio balsámico me arrulla como un poema de Jacques Viau Renaud, que dio su vida por un pueblo que hoy en día, “gracias” a Roberto Rosario y sus fanáticos fascistas y racistas correligionarios, le hubiese impedido ejercer el voto.
Hoy con más ridiculez que nunca me pronuncio como haitiana epistémica y dominicana en tránsito. Las tragedias de esta isla me conciernen todas, igualmente sus logros. Las amistades entrañables y reconexiones que han surgido de todas estas luchas “ridículas” me inundan el corazón y endulzan mis lágrimas.
Amo a toda esta gente con una sorpresa fulminante, quién me iba a decir que algún día me iba a tocar protestar al costado del Palacio Nacional con un hijo de Yuyo D’Alessandro, un gran amigo de mi padre, Fonchi Lockward, ambos social-cristianos y reformistas, o que vería a mi amiga de tantos años, Ara Gena Martínez, hablando por un megáfono. Son reseñables todas las sorpresas y me seguirán arrullando cuando me toque enfrentar el predecible triunfalismo fraudulento de quienes han secuestrado, temporalmente, nuestros sueños. Ser ridícula es sublime, les invito a disfrutar mi coreografía mental, el estreno es inminente.