Recuerdo el título de un libro, “Cuando la razón se vuelve inútil”, de Salvador Díaz Versón, a quien conocí hace muchísimo tiempo. El viejo periodista se refería a acontecimientos ocurridos en Cuba en el pasado siglo XX. Independientemente de suscribir o no todas las ideas expresadas por ese escritor, pensé en un título algo parecido al suyo, pero el lector no tendría así la menor idea de que me estaba refiriendo al tema inmigratorio en Estados Unidos.

Preferí entonces utilizar la palabra “obstinación”. La decisión de la Cámara de Representantes federal de aprobar sólo con votos republicanos un proyecto para “anular” las medidas de regularización de inmigrantes indocumentados decretadas por el Presidente de Estados Unidos revela un alto grado de obstinación, por no decir de obsesión con el tema. Se trataba de un voto simbólico que no repercutiría realmente sobre la medida ya que el proceso real de anulación sería mucho más complicado.

No es necesario simpatizar con el actual ocupante de la Casa Blanca o considerar como acertada la decisión de utilizar su autoridad ejecutiva en este asunto, para comprender hasta qué punto varios sectores han obstaculizado los intentos de solución de uno de los mayores problemas que confronta en esta década la nación norteamericana.

Por un lado, el primer mandatario demócrata del país ha vacilado y demorado en hacer algo realmente efectivo para resolver esta crisis inmigratoria y su partido no aprovechó con firmeza los años en los que disfrutaba no sólo del control de la Casa Blanca sino también de una mayoría en ambas cámaras legislativas. Después de hacer esas afirmaciones y reconocer que también los líderes demócratas han fallado en estas materias, deseo reiterar que el liderazgo republicano ha demostrado un grado de obstinación increíble con su abierta oposición a aceptar el más mínimo intento de resolver el problema.

El liderazgo republicano no ha demostrado deseos de enfrentar la realidad. Si lo hubiese hecho, eso hubiera mejorado su imagen en la comunidad hispanounidense, ya que esta le ha negado sus votos mayoritariamente en casi todas las elecciones de las últimas décadas. Cuando el liderazgo republicano actúa de esa manera, persiste la impresión de que no tiene en cuenta el sufrimiento de millones de personas que han echado su suerte con este país y que contribuyen con su trabajo a hacer crecer su economía.

Nadie en uso de razón pretende legalizar a todos los indocumentados o abrir las puertas a todos los inmigrantes. Ni siquiera una nación tan poderosa puede hacerlo sin pagar un alto precio. En otras geografías hay corrientes de inmigración que no son compatibles con la cultura e identidad nacional y muchos países no tienen el vasto territorio de que dispone Estados Unidos o el tamaño gigantesco de su economía. Pero el caso estadounidense es muy diferente. El gran país del Norte no puede aceptar a todos, pero necesita a millones de inmigrantes, “documentados” o no, que han residido y trabajado en su territorio por muchos años.

Mucho peor que no tomar las medidas correctas o demorar la legislación adecuada es obstaculizar abiertamente cualquier intento del poder ejecutivo o del legislativo de aliviar una situación tan penosa y que afecta la economía nacional. Con notables excepciones, cuando se escucha a ciertos líderes partidistas hacer declaraciones contrarias a legalizar a un sector tan significativo de la población, tal parece como que se desea arruinar la suerte de un partido político que, como el Republicano, no sólo merece aprovechar el sistema de alternancia en el poder ejecutivo sino que tiene una historia en la cual ha dado ejemplos muy significativos de su capacidad para dirigir la nación.

Un congresista demócrata lo expresaba de la siguiente manera: “No es solo la fantasía de que el Congreso podrá destinar suficiente dinero para encarcelar y deportar 11 millones de personas y sus familias, pero también la fantasía de que [una simple medida sin posibilidad de ser adoptada o tomada en serio] se convertirá en ley”. Luis Gutiérrez estaba refiriéndose con sus palabras a una “pura fantasía”.

Si la oposición republicana, que desde el próximo mes de enero controlará ambas cámaras del Congreso, desea demostrar que toma en serio el problema inmigratorio, deberá aprobar, con o sin apoyo del otro partido, una ley destinada a buscar soluciones y no a obstaculizarlas, como se ha intentado hacer con este paso altamente simbólico que sólo puede tener como resultado provocar el rechazo de la mayoría de los hispanounidenses.

Ciertamente “…la razón se vuelve inútil” cuando un partido político, llámese Demócrata o Republicano, convierte en adversarios permanentes a decenas de millones de votantes, simplemente por mostrar su oposición sistemática a un presidente, muy imperfecto quizás, o a un partido rival con errores, a la vez que contribuye a dañar no sólo su imagen sino también la economía y la convivencia en un país que siempre ha aspirado a ser un ejemplo para el resto del planeta. Triste obstinación.