Mucho se ha hablado ya de la fijación de la mujer por el cuidado de su cabellera. Sobre todo en aquellas que pertenecen o tienen ancestros caribeños o africanos. Casi todas las mujeres desean verse lo mejor que se pueda, siempre, aunque el camino a la belleza sea tortuoso.

Ahora, una cosa es querer estar bien y otra, muy diferente, es ir al salón. Claro que el hecho de ir a los salones de belleza está relacionado en todo el sentido con la misma persecución de la belleza. Pero si se analiza con más detenimiento, las mujeres dominicanas no solo van al salón para verse bien, es una costumbre tan propia, tan metida dentro de las venas y el ADN dominicano, que a veces pareciera una obsesión.

Es como un pacto silencioso que se firma con las mujeres y es manejado como un derecho adquirido, en el que nadie puede opinar ni meterse. “Ella está en el salón” y es suficiente para todos comprender, no sé muy bien qué, pero todos lo comprenden.

Todas las que van al salón una vez a la semana, esas que no se lavan las cabezas en sus casas, entienden que es un tiempo que se dedican a ellas mismas. Un espacio de relajación donde no se piensa en nada, donde los problemas han quedado guardados en las casas o las oficinas. Las madres van con sus niñas, toda la rama femenina de los hogares se sienta en fila con rolos hechos a esperar que llegue su turno en el secador o que la chica de las uñas las llame…

Pero desde un punto de vista diferente y queriendo voltear un poco la torta, ir al salón es también un deber. Disfrazado, tal vez, pero lo es. Los maridos y hasta los jefes esperan ver a las mujeres con lacias cabelleras, con las uñas hechas y sin una canita a la vista y con su consentimiento entrenan a las hijas a entender que estas son acciones naturales, ejercicios de la vida cotidiana que con el tiempo llegan a ser agradables. Y obvio que es agradable para cualquiera llegar a su casa y ser recibida con piropos, otras con la típica pregunta bromista de si el salón estaba cerrado…

La obsesión de ir al salón, no es solo de la mujer dominicana, es también de los hombres, quienes fueron criados escuchando esa frase que dejaba en pausa cualquier sentimiento de nostalgia, tu mama está en el salón y todo tomaba sentido. Y ellos, en su adultez, son los primeros que hacen las preguntas referentes a la “belleza” que van desde ¿Viniste en motoconcho? hasta, se te ven las raíces… Y lo peor, es que nosotras ante estas cuestionantes, sentimos que de algún modo hemos fallado y en vez de responder con una malcriadeza, pensamos “coño, tengo que ir al salón”.