El 25 de marzo de 1984 apareció en El País un artículo titulado "Un vasco cherokee cuenta su vida". Llevaba la firma de Bernardo Atxaga (1951), autor prácticamente desconocido en ese entonces para la mayoría de los lectores de habla hispana. En su primer escrito en El País, el afamado escritor vasco hace un apretado recuento de los cambios de los que había sido testigo en el panorama político-cultural del País Vasco, proceso que entendía como el paso de la “inexistencia” a la “invisibilidad”, y de ahí a los primeros intentos de hacer visible la cultura vasca.

La aparición de este artículo abrió una enorme brecha en cuanto al tema vasco que no se zanjó hasta la publicación de la versión castellana de Obabakoak, que le valió a Atxaga un insólito Premio Nacional de Narrativa de España en 1989. Se hacía historia: era la primera vez que un autor que escribe en euskera recibía tal distinción.

Obabakoak marcó la consagración literaria de Bernardo Atxaga. La novela cuenta en su edición en castellano con un epílogo titulado “A modo de autobiografía” que no aparece en la versión original de 1988. En el mismo, Atxaga destaca la relativa carencia de una lengua literaria vasca debido a la falta del uso literario del euskera. El uso literario al que alude Atxaga es el lenguaje literario propiamente occidental, que de acuerdo a su visión no se ha manifestado en euskera con la misma intensidad que en las demás lenguas.

En ese limitado desarrollo del euskera como lengua literaria estriba su preocupación mayor, puesto que trata de una lengua minoritaria y periférica. Muy consciente de ello, Atxaga empleará el recurso de la autorreferencialidad narrativa, tan caro a autores como Italo Calvino y Georges Perec, para poner en práctica el proceso de maduración acelerada del euskera como lengua literaria.

Las tres partes que integran Obabakoak: “Infancias”, “Nueve palabras en honor del pueblo de Villamediana” y “En busca de la última palabra”, responden a diversas modalidades en la historia literaria de Occidente, a saber: el realismo, la literatura fantástica y la denominada ficción posmoderna. En estos segmentos al parecer formal y temáticamente inconexos, el lenguaje se dilata al ser sometido a un persistente cuestionamiento cuya intensidad va en aumento hasta alcanzar su punto álgido en la tercera sección de Obabakoak. Entre las partes de la novela no se desarrolla ninguna forma de vinculación dialéctica, más bien se da una dinámica en la que una gran variedad de textos de las más diversas tradiciones se interrelacionan en una suerte de estética de las combinaciones.

Cristina Ortiz sugiere que a Obabakoak “le corresponde un discurso narrativo que presenta un mundo fragmentado en múltiples historias (infinitas), del cual sólo nos es dado reconocer zonas, territorios (virtuales)”. Si seguimos la precisión de Ortiz, hay que reconocer que la separación entre las secciones es aparente, puesto que se puede hablar de un vínculo entre las partes definido por estatutos de orden espacial. En ese sentido, el pueblo de Obaba funciona como eje organizativo al cual van a remitir de forma directa o indirecta todas las historias de la novela, al estilo del Yoknapatawpha County de William Faulkner o el Macondo de García Márquez. 

Tanto en “Infancias” como en “En busca de la última palabra”, Obaba es un referente pretendidamente real, un espacio que se nombra. En “Nueve palabras en honor del pueblo de Villamediana”, ese espacio hay que desentrañarlo a partir del contraste que la voz narrativa permite entrever con la descripción de sus vivencias en esta comarca de Castilla. Las historias que integran las secciones de Obabakoak no tienen en común más que el referente espacial que las conjuga, y desde el cual el lenguaje se torna ágil con el paso por diversos estilos de escritura. El pueblo de Obaba funciona entonces como la plasmación literaria del País Vasco, aun cuando este referente geográfico aparezca desprovisto de cualquier ribete esencialista.

En otras palabras, en Obabakoak la geografía aparece no en su carácter fáctico, referencial, sino como una matriz retórica dentro de la cual se despliega un argumento que nada tiene que ver con la representación de un nacionalismo parroquiano, sino con la certeza de la pluralidad de matices de toda cultura. Ciertamente, para Atxaga la nacionalidad vasca parecería no circunscribirse en modo alguno a moldes homogéneos; de ahí que privilegie la caracterización de personajes marginales en continuo desplazamiento, sujetos nómadas que reafirman la prevalencia de la hibridez y la fragmentación.

La traducción de una novela escrita en una lengua minoritaria como el euskera al castellano, precisamente la lengua con respecto a la cual esta conforma una "literatura menor", esto es, una literatura en la cual todo es ideología en virtud de las condiciones particulares de su forja al decir de Deleuze y Guatarri, hace de Obabakoak un proyecto tan literario como político. 

A treinta años de su publicación original en euskera, Obabakoak sigue cautivando lectores en el mundo entero. Ha sido traducida a más de veinte lenguas, la más reciente el etíope amhárico, y, como todos los clásicos, es un libro al que siempre se vuelve con adoración ritual.