Varios alegatos históricos, no siempre lo suficientemente contextualizados,  además de su  definitiva ausencia del patrio lar, desde el año 1822, concurrieron a fraguar esa especie de “leyenda negra”, que durante largo tiempo se mantuvo y que, en parte persiste hoy, respecto a la figura de José Núñez de Cáceres, hasta sumirle, como afirmara Juan Isidro Jiménez Grullón, en “injusto silencio y olvido”. 

En tres de esos reparos fijará la atención el presente artículo, procurando ahondar en una mirada de contexto. 

1.-Que  la proclamación de la independencia efímera precipitó la ocupación haitiana del 9 de febrero de 1822.

Cierto es que el 15 de noviembre de 1821, tanto en Dajabón como en Montecristi fue izada la bandera haitiana, en manifestación de adhesión política a la República de Haití, encabezada por Boyer. 

En Montecristi  lo hizo el Comandante Diego Polanco, quien suscribió una comunicación al comandante haitiano Magny, enviada por tres diputados de la misma ciudad, la cual fue recibida por el referido general tres días después.  

Desde Dajabón, hizo similar pronunciamiento Andrés Amarante y cuatro elementos  residentes  . Refiere, además, a este respecto,  el historiador García que, desde Santiago, un prófugo de la justicia, de nombre Juan Núñez Blanco, salió con un hijo suyo y dos de sus íntimos, un apellido Reyes y otro Mercado, desde Jacagua, sorprendiendo el Fuerte San Luis, apoderándose del mismo y enarbolando el pabellón haitiano. 

Los hechos precitados tienen sustento documental y desde luego pueden haber influido en el ánimo de Núñez de Cáceres para adelantar la  ejecución de la determinación política que abrigaba, de declarar nuestra independencia de España. Pues desde luego, tampoco era su pretensión que fuéramos vasallos de Haití, aunque propuso a Boyer una alianza defensiva, concertada entre iguales. 

Pero lo más importante a destacar en este punto, y está debidamente documentado en rigurosas obras que abordan los antecedentes y el desarrollo de la ocupación haitiana de 1822, cito por caso “La dominación haitiana” de Frank Moya Pons (UCMM, 1973), es que las pretensiones  del liderazgo haitiano de ocupar la parte oriental de la isla  venía fraguándose desde mucho antes, alentada por factores más complejos que la acción política realizada por Núñez de Cáceres. 

Por lo pronto, en  lo que respecta al contexto histórico reinante entre 1820 y 1821, ¿No obraba a favor de la unificación  con Haití, desde hacía más de un año,  por encargo de Boyer, su ayudante de campo Dexir Dalmassi, incitando en hábil propaganda  a los habitantes de la parte española a tal decisión, lo que hacía no sólo bajo los resortes de la persuasión sino también apelando al miedo? 

Tan es así, que en carta que el 20 de diciembre de 1820- un año antes del acto político de Núñez de Cáceres-, el Gobernador Sebastián de  Kindelán y  Oregón, hombre de luces y de carácter, se dirigió  a Boyer,  manifestándole: “el Comandante Dèxir Dalmassi ha entrado en esta parte española suponiéndose venido del Guarico o ciudad del Cabo Haitiano con pasaporte, y en comisión verbal de V.E cerca de general de nuestra banda del sur y de los demás comandantes de las Matas, San Juan y Azua, ofreciéndoles todas aquellas ventajas de que sabe valerse la astuta seducción para deslumbrar a los débiles..”. (Martínez Ramírez, 1945: 72). 

En el  liderazgo haitiano, desde la revolución, siempre estuvo latente el temor de que, si eran propicias las circunstancias, procurara Francia reconquistar su antigua colonia, en alianza con las potencias de la época,  y con ello  restaurar la esclavitud, para lo cual no era descabellado pensar que utilizaran la parte española.

 ¿No es lo anterior lo que explica el precedente de la invasión de Toussaint en 1801 y Dessalines en 1805, tras el restablecimiento de la esclavitud por parte de Francia en la isla en 1804?.  Ambos decretaron la abolición de la esclavitud,   a pesar de resultar fallido el  intento de apoderarse de esta parte de la isla, ya jurídicamente, aunque no siempre de hecho, en posesión de Francia? 

Luego vendría el Tratado de Paris, de 1814, en plena reconfiguración del orden político europeo tras la caída napoleónica y el triunfo de la santa alianza, mediante el cual Francia retornaba a España las posesiones negociadas en el Tratado de Basilea, es decir, en lo que a nosotros respecta, que esta parte de la isla volvía a ser, de derecho, que no de hecho, posesión ultramarina de España. De hecho  lo era desde 1809 con la reconquista de Juan Sánchez Ramírez. 

¿Y no actuó estratégicamente Alexander Petion,  al brindar su apoyo a Bolívar y protegerle en Los Cayos, en 1816, con lo cual  hacía más efectiva la lucha contra España en la costa firme, como sostuviera Peña Batlle? (Agosto, 1949). 

Luego se produciría  la unificación política  del norte y el sur de Haití, en 1820,  como hecho político relevante para comprender lo que sucedería después en esta parte de la isla. 

De estos incontestables precedentes, cabe deducir que la ocupación haitiana de febrero de 1822 hunde sus raíces en causas más hondas y complejas que la proclamación  de nuestra primera Independencia por  Núñez de Cáceres el 1 de diciembre de 1822. 

2.- Que  la adhesión a la gran Colombia por parte de Núñez de Cáceres y la ruptura con España  fue un intempestivo acto de precipitación.

No han faltado en nuestra historiografía quienes así lo han sostenido. Don Sócrates Nolasco, a quien ya citáramos en la anterior entrega del presente trabajo, afirmaría al respecto: “…precipitado de ánimo, ardoroso de temperamento, sabio de letras y acaso carente de ponderación, este hombre JUGÒ A LIBERTADOR la suerte de la familia dominicana y, contra lo presumido por él, en vez de libertad facilitó cadena para los suyos”. (1975: 63).

Y en un libro inédito que dejara en preparación el ilustre repúblico santiagués Santiago Guzmán Espaillat, al hacer referencia a este tema señalaba: “el movimiento separatista de Núñez de Cáceres fue una precipitación, pero una precipitación inevitable…”. 

Lo cierto es que, la proclamación de la independencia por parte de Núñez de Cáceres y de romper las amarras con España, comenzó a tomar cuerpo desde el triunfo mismo de la reconquista, en nuestro caso. Y esto así, por el descontento de los mismos seguidores de Sánchez Ramírez que se sintieron ignorados, a pesar de las diligencias de buen gobierno que intentó implantar el comisario regio Francisco Javier Caro. 

A partir de entonces, se sucedieron en cascadas diferentes conspiraciones, de las cuales, a modo de ejemplo, cabe reseñar  las siguientes:

1.- La  del habanero Fermín.  Permaneció encadenado en la torre del homenaje por siete años y luego enviado a España.  

2.- la “ Conspiración de los italianos”, la cual debía estallar la noche del 8 de septiembre de 1810, encabezada por el capitán Persi, traicionada por la acción de los conjurados Mojica y Ugarte. 

3.- Ya proclamada la Constitución de Cádiz, se produjo la noche del 15 al 16 de agosto de 1812,  la revolución de los negros encabezada por José Leocadio, Pedro de Zeda y Pedro Henríquez, entre otros, la cual, como consignan los textos, tenía como propósito liberar a todos los esclavos, matar a los blancos y unir la parte este de la isla a la República de Haití. 

Si estos aprestos libertarios no tuvieron más auge en los años previos al 1821, se debió en gran parte a la sagacidad y la prudencia del Gobernador y Capitán General de Santo Domingo, Don Sebastián de Kindelán, quien desde la festividad de reyes de 1818 se había hecho cargo de la rienda de las cosas, lo cual consigna el historiador García cuando afirma que: 

” las simpatías que despertaban en el corazón de los hombres ilustrados las victorias de Bolívar en la américa del sur, no precipitaran los acontecimientos que habían de dar por resultado la independencia de la colonia, pues que había tertulias serias, como por ejemplo, la del Licenciado Núñez de Cáceres, donde se trataba el asunto como controversia científica”. 

Cierto es que la solicitud de adhesión al proyecto de la Gran Colombia de la naciente República, no había sido objeto de previa negociación política y diplomática, pero nada tenía de descabellado el pensar, como afirmara Peña Batlle, que “… la labor emancipadora de Bolívar, traducida ya en el proyecto de la Gran Colombia, debía extenderse en su contenido unionista, hasta las posesiones insulares que mantenía España en el Archipiélago de las Antillas”. (Peña Batlle, 1949: 5; Balcácer, 1989,). 

¿No fue acaso la visión de Núñez de Cáceres, incorporar nuestros destinos a las corrientes libertarias del momento que en toda américa procuraban romper las amarras con España y constituir en repúblicas las antiguas colonias? 

¿Y acaso no era, precisamente, el proyecto de Bolívar confederar a las nuevas repúblicas, desgajadas del decadente imperio español, en una unidad política más alta y fuerte, a través de la confederación que cinco años después propondría formalmente en el congreso de Panamá de 1826? 

Cosa distinta es, como señalara el destacado historiador y jurisconsulto, que Núñez de Cáceres “ …no midió las proporciones objetivas de su empresa. No tuvo en cuenta los factores de fino realismo político que lo rodeó. La astucia y la influencia de Boyer fueron más eficaces  que los sentimientos y la visión de Núñez de Cáceres”.

Eran, no obstante, tiempos complejos, y en el momento del acto político del 1 de diciembre de 1821, Bolívar luchaba ferozmente en Suramérica contra los españoles, y es el 9 de febrero de 1822, momento en que se efectúa la ocupación haitiana de Santo Domingo, cuando  escribe una carta a Santander en la cual le expresa:

Ayer he recibido las agradables comunicaciones sobre Santo Domingo y Veraguas del 29 y 30 del pasado. Mi opinión es que no debemos abandonar a los que nos proclaman, porque es burlar la buena fe de los que nos creen fuertes y generosos; y yo creo que lo mejor en política es ser grande y magnánimo. Esa misma isla puede traernos, en alguna negociación política (¿) alguna ventaja. Perjuicio no debe traernos si le hablamos si le hablamos con franqueza y no nos comprometemos imprudentemente por ellos”.( Pedro Mir, 1983: págs. 397 y 398).

Tal vez desconociendo este importante documento, importantes estudiosos de nuestra historia por muchos años criticaron a Bolívar su supuesta “indiferencia a nuestra causa”, entre ellos, Don Emilio Rodríguez Demorizi y el mismo Peña Batlle. Este último llegaría a afirmar: “ …nos dejaron solos en las ergástulas de la opresión”. 

El mismo Núñez de Cáceres   nunca perdonaría  Bolívar lo que entendió como un desaire a su proyecto independentista. 

Lo más próximo a la verdad que puede uno colegir en torno a tan espinoso asunto, es el hecho de que Bolívar tuvo conocimiento de los propósitos de adhesión de Núñez de Cáceres más de dos meses después de la  proclamación de nuestra primera independencia, simple cuestión de tiempo más que de desinterés,  el cual en ningún momento se deduce de la carta precitada, pues antes bien resaltaba “El Libertador” que “no debemos abandonar a los que nos proclaman...”. 

3.- Que en el acto político de la independencia proclamada por Núñez de Cáceres  no  declaró la abolición de la esclavitud. 

Para disminuir la significación histórica del 1 de diciembre de 1821, otro de los aspectos que se ha querido significar es el hecho de que Núñez de Cáceres no declaró la abolición de la esclavitud. 

La abolición de la esclavitud en América fue un proceso gradual y complejo. Tortuoso y tardío, lo cual no lo justifica, desde luego, pero lo explica, como para no cargar el pesado fardo de la culpa únicamente sobre sus hombros, como si su particular obrar fuera la causa de su perpetuación por muchos años más. 

Ni siquiera en Haití, cuna de la revolución antiesclavista, fue abolida, en la práctica esta institución  odiosa, pues como señala  Moya Pons al inicio de su importante obra, ya citada:

“La teoría de que la plantación era la unidad productiva por excelencia dentro de la economía haitiana fue una de las grandes convicciones de Toussaint y de los demás jefes negros que se hicieron con el poder después de haber desalojado a los franceses y de haber obtenido el control del gobierno y de la economía de Haití”. (Op.cit, pág. 15). 

Pero pocos historiadores dominicanos han reparado,  como lo testifica Máximo Coiscou Henríquez, en que: 

“…José Núñez de Cáceres- contra la opinión de nuestros escritores de historia- proyectó en diciembre de 1821 un fondo de manumisión” destinado a libertar a los esclavos de esta parte de la isla, sin lesionar su incipiente riqueza privada; la ocupación haitiana de 1822 frustró ese designio. En los preliminares del primitivo Plan Levasseur- copiados por nosotros en el Archivo del Ministerio de Asuntos Extranjeros de Francia- se menciona este proyecto. (Coiscou Henríquez, 1958: 100). 

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