A lo largo de este año, y especialmente en los días recientes, se han escrito interesantes artículos y se han celebrado importantes conferencias, charlas y simposios con motivo de estar conmemorando nuestro país  el bicentenario de haber sido proclamada, por parte del Lic. José Núñez de Cáceres, nuestra primera independencia, o como la denominara el Dr. Julio Genaro Campillo Pérez, nuestra “Independencia precursora”.

Núñez de Cáceres es un personaje discutido en nuestra historiografía, lo mismo que el hecho político que encarnara y que motiva las conmemoraciones y reflexiones de estos días. A este respecto, como afirmara Don Sócrates Nolasco hace ya unas décadas  en sus “Comentarios a la historia del haitiano Jean Price Mars: “hubo otro acontecimiento que para los mismos dominicanos se está volviendo asunto de controversia: la independencia “Efímera”. Elogian unos y los otros no acaban de comprender la conducta del Dr. José Nùñez de Cáceres”.

Cabe significar, ya de entrada, y sin pretender enmendar la plana a Don Sócrates,  que bajo el calificativo de “efímera “se ha procurado reducir categoría histórica al acto político del 1 de diciembre de 1821. No obstante, los hechos históricos, para calificarlos en su real significación, no deben medirse única y exclusivamente por parámetros cronológicos, conscientes, además, de que, como  solía afirmar el gran historiador Fernand Braudel: “la historia no es un momento, sino un proceso”, aunque aún hoy,  no faltan quienes consideren que la revolución francesa se contrajo a la toma de la bastilla el 14 de julio de 1789.

Pero sobre todas las cosas, en lo que atañe a Núñez de Cáceres, lo cierto es que ha sido en nuestra historia  un gran olvidado. Esto último no es nuevo, desde luego.

Ya el 1 de diciembre de 1932, hará con poco un siglo, reflexionaba Juan Isidro Jiménez Grullòn sobre esta realidad, cuando afirmaba: “…poco estudiada ha sido hasta ahora la personalidad del Lic. Núñez de Cáceres. La magnitud de su gesto parece que no fue suficientemente estimada por las pasadas generaciones. El primero de diciembre de 1821 rara vez ha sido recordado…El olvido se enseñoreo sobre el hombre y la gesta…”.

Y prueba al canto,  aún más notoria, de este secular olvidado en que fue cayendo la figura de Núñez de Cáceres en nuestra memoria histórica, es el hecho de que fue casi un siglo después- más específicamente, el domingo 8 de agosto de 1943-, en el marco de la vigilia del centenario de la independencia cuando sus cenizas fueron traídas al país desde México.

URNA EN QUE FUERON TRAIDOS LOS RESTOS DE NUÑEZ DE CÀCERES EN AGOSTO DE 1943

Dias antes, habían sido exhumados en el cementerio de Santa Ifigenia y trasladados al país, desde Cuba, los restos del prócer trinitario Juan Nepomuceno Ravelo.

La ocasión es, pues, propicia, para reflexionar a profundidad sobre el personaje y su tiempo, con el único propósito de comprender y explicar el complejo contexto de su actuación. Esta es, como acostumbraba recordar el maestro Pierre Vilar, la esencial responsabilidad del historiador, es decir, tratar con honestidad y con las fuentes disponibles, de: “comprender y explicar” el pasado.

Y esto, desde luego, hasta donde las modestas posibilidades del historiador lo permiten, pues por mucho que se afane quien trabaja con el pasado, sabe que aún  a pesar de su duro faenar y el auxilio de las técnicas más avanzadas, apenas podrá lograr una reconstrucción parcial y fragmentaria de los procesos que estudia, lo cual solía recordar en sus textos el gran historiador Checoslovaco- norteamericano, Eric Khaler, quien gustaba de comentar al respecto una reflexión de Polibio, el gran historiador griego, quien afirmaba:

Quien crea que estudiando historias aisladas puede llegar a tener un conocimiento razonable de la historia como un todo, se parece mucho, en mi opinión, a aquel que, después de contemplar los miembros separados de un animal antes hermoso y lleno de vida, imagina que lo ha visto en pleno movimiento y con toda su gracia. Si fuera posible volver a unir los miembros de la creatura, devolverle su forma y la hermosura de la vida, para mostrarla entonces a aquel mismo hombre, creo que éste reconocería al punto que anteriormente estaba muy lejos de la verdad y como en un sueño”. ( Polibio. Libro I, 4. ).

Pero la historia es viva y dinámica. No es materia inerte. Surgen, a medida que se avanza, nuevas interpretaciones e inéditos hallazgos. Y está siempre esa irreductible capacidad interrogativa que nos acompaña como seres racionales, capaces de formularnos preguntas.

En el caso de los acontecimientos del 1 de diciembre de 1821, sus antecedentes y sus consecuencias, diversas y complejas son las incógnitas que se presentan ante el estudioso de la historia. Y cabe significarlo: no de fácil resolución explicativa.

1.- ¿Ante todo, quien era José Núñez de Cáceres?

Por muchos  motivos Núñez de Cáceres es un personaje biografiable y cabe esperar que muy pronto, cualquiera de nuestros buenos historiadores,  acometa con rigor  la tarea, la cual, desde luego, ha de implicar aproximarse a la reconstrucción de su periplo vital, político, intelectual y funcionarial en Cuba,  Venezuela y  México, países, estos dos últimos,  donde vivió y militó política e intelectualmente, desde su salida del pais los últimos veinticuatro años de su complejo periplo vital,  es decir, desde  principios de  1822 hasta su muerte, en Ciudad Victoria, capital de Estado de Tamaulipas, en México, en 1846.

Es  mucho lo  que aún falta por recopilar en torno a la obra de Núñez de Cáceres, y si no, que lo confirme el incansable investigador y editor Andrés Blanco Díaz, quien lleva años en esa  ímproba tarea.

Ya en el pasado, Don José Gabriel García, Renè  Lepervanche  Parparcèn, el Dr. José María Morillas, entre otros, realizaron un notable esfuerzo por biografiar a Núñez de Càceres, como lo hizo don Emilio Rodríguez Demorizi, procurando reconstruir su genealogía familiar y su papel histórico, pero ellos mismos eran conscientes de que no disponían, al momento, de toda la información relevante para dar cumplimiento cabal a su tarea.

En cualquier caso, lo que resulta de entrada digno de atención por parte de quien se aproxime sin prejuicios preconcebidos a su vida y su obra, es el hecho de que Núñez de Cáceres fue un hombre que en gran parte  se hizo a sí mismo, amèn, desde luego, de la inestimable ayuda que en sus años más críticos recibiera de una tía,  y si alcanzó notabilidad y nombradía en la sociedad de enormes limitaciones en que le correspondió nacer , en el Santo Domingo de 1772, fue en base a sus méritos y no  prevalecido de rancios privilegios de casta;  esos que sólo se alcanzan por apellido o por fortuna.

Nadie con más autoridad que el padre de nuestra historiografía para dejar constancia de este hecho. Afirma Don José Gabriel García: “…no alumbró a aurora de su vida el sol de la bienandanza, ni alegraron sus ensueños de niño los dulces cantares de una madre cariñosa. Predestinado para el sufrimiento, apenas hubo ingresado a la vida cuando plugo al destino condenarle a la más terrible orfandad, hiriendo de muerte a la mujer que le había dado el ser; de suerte que ni tuvo la dicha de cambiar con ella una sonrisa de amor, ni pudo contemplar con alegría su rostro venerable, ni sintió nunca latir su pecho al fuego abrazador de ese beso santo con que las madres acarician sus hijos al amanecer”. (1971: pp.138 y 139).

El padre se oponía tenazmente a su primigenia afición por los estudios y le escatimaba cualquier apoyo económico con tal de convertirlo en un obrero, llegando incluso a esconderle los escasos libros que en aquel entonces podía encontrar, al punto que, tal como consigna el historiador García: “ …cuenta la tradición que tan despreocupado como agradecido, no desperdició nunca la manera de proporcionarse algunos recursos con que ayudar a sufragar los gastos ordinarios, que en este afán fue tan lejos, que hasta se le vio vender por las calles las  aves que un cazador mataba para mantener a su familia, en cambio de la pequeña remuneración con que aquel solía recompensarle, humildad verdaderamente plausible que le captó el aprecio de la gente del pueblo y la admiración del circulo más granado de la sociedad”.

Pero fue ese el mismo Núñez de Cáceres que a sus veintitrés años se graduó de licenciado en derecho civil en la entonces Universidad de Santo Tomás de Aquino, convirtiéndose en un destacado jurista y màs luego, en catedrático del alma màter que lo llamò a su seno como uno de sus renombrados.

En el mismo año en que se gradua de abogado, en 1795, su vida experimenta de pronto un giro dramático, a raíz del Tratado de Basilea de mediante el cual España cede a Francia la parte española de la isla. Núñez de Cáceres, que ya estaba candidateado a Relator de la Audiencia, debió trasladarse a residir en Cuba en 1799, específicamente a la Ciudad de Puerto Príncipe, donde se instalaría el máximo  órgano de administración de justicia en la española.

En Cuba ganó fama no sólo como funcionario sino en el ejercicio del derecho, dado que le estaba permitido litigar como abogado en aquellos casos en que no estaba comprometida su condición funcionarial, lo que le permitió mejorar su condición económica durante los ocho años que ejerció.

Acompañó  a  Sánchez Ramírez en 1809 en la campaña militar contra Francia para reconquistar nueva vez la parte española de la isla y encomió con sus dotes poéticas la hazaña militar de Palo Hincado. ¿Lo hizo como aceptación de un hecho cumplido, tras intentar convencer infructuosamente a Sánchez Ramírez de que la decisión más sabia entonces era la declaración de independencia absoluta?

Sobre este punto habría que profundizar más en la indagación historiográfica, pues no deja de llamar la atención lo que en su perfil biográfico reseña el historiador García, cuando refiere: “…amigo decidido de la independencia absoluta, aportaba más bien la mala nota de tratar de probar a sus compañeros de destierro que los esfuerzos hechos por los dominicanos para cambiar de amo, debían emplearse de preferencia en dotar a Quisqueya de autonomía y darle un gobierno propio acomodado del todo a sus necesidades y costumbres. ¡ Idea grande y patriótica que si desde entonces hubiera podido aclimatarse, habría evitado a Quisqueya la dura prueba a que se vio condenada por la ocupación haitiana de lúgubre recuerdo”.

Y afirma García, que al momento de triunfar la reconquista, Sánchez Ramírez: “ …vio en el Licenciado Núñez de Cáceres, no a un político previsivo y sagaz, sino a un soñador consumado o a un demagogo perjudicial”, pero “ si como político encontraba en sus ideas exageración y falta de cordura, le respetaba como jurisconsulto y tenía en mucho sus opiniones”.

Tan es así, que Núñez de Cáceres se convirtió en el Auditor de Guerra del gobierno de Sánchez Ramírez, es decir, asesor militar del Capitán General.