Ocurren cosas extrañas en el reino, que no es el de Dinamarca sino el de Brasil: una presidenta es depuesta por errores menores de administración financiera que ocurren en todos los gobiernos del mundo sin que sean motivo de destitución, por el simple hecho de que no hay proporción entre el eventual error y la pena máxima. Es pretexto para otra cosa.
Recientemente se descubrió a través de grabaciones entre líderes de la oposición, concretamente del PMDB y del PSDB con uno de los directores de Petrobrás, que el motivo real de la destitución de la presidenta no era tanto la alegada irresponsabilidad fiscal. Era necesaria retirarla para cerrar la investigación en la Petrobrás, el famoso Lava-Jato, que implicaba la corruptos no sólo del PT sino también de los principales partidos: ministros, senadores y diputados de la oposición. Para escapar de los procesos y de las prisiones, necesitaban cerrar aquella “sangría desatada” (R. Jucá) de millones y millones de dólares, amenazando a los políticos.
Esta es la razón pura y simple del proceso de impeachment contra la Presidenta. Bien dijo Noam Chomsky que vive con una brasilera, se trata de “una banda de ladrones acusando a una mujer inocente, contra la cual ni siquiera hay indicios de delito”. Esa banda se unió con el conspirador mayor, el vicepresidente Michel Temer, con sectores del propio STF, connivente y omiso, con la PF y el MP para escapar ilesos de sus delitos y salvar sus carreras políticas. La intención originaria y perversa era desestabilizar el gobierno del PT, lo que consiguieron en parte apoyados por una prensa conservadora y calumniosa, de las más concentradas del mundo. Se buscaba deconstruir la figura carismática de Lula. Élites regresivas, nostálgicas de la Casa Grande, buscan el poder que perdieron en las elecciones y consideran inaceptable la ascensión de los pobres en la vida social y universitaria.
El vicepresidente, un hombre débil y sin ningún tipo de liderazgo, olvidó que era vice y que debía sustituir a la presidenta mientras durase el proceso contra ella, manteniendo la máquina gubernamental. Secuestró el cargo como si fuese presidente, con un proyecto político no mostrado al pueblo, montando todo un gobierno nuevo con otros ministros, gente de la peor especie política, algunos acusados por corrupción, todos blancos y ricos. Los ministerios que tenían alma (como Cultura, Derechos Humanos, el de las Mujeres, el de la Diversidad racial, Negros e Indios y otros) fueron reducidos o abolidos quedando solamente aquellos que son el esqueleto de la administración (planeamiento, hacienda y otros).
Como es sabido y la periodista canadiense Noemi Klein explicitó hace días en una entrevista sobre la situación de Brasil: en momentos de crisis y de caos político, los propulsores del proyecto radical del neoliberalismo, proyectado por los “chicagoboys” (Milton Friedman), aplican sin piedad la “Doctrina del Choque”. Aprovechan la debilidad de las instituciones y del poder central para imponer su proyecto absolutamente anti-popular y anti-social, que privatiza bienes públicos, corta beneficios sociales y beneficia todo lo que puede a las clases adineradas. Pues ese proyecto descaradamente liberal está siendo impuesto al pueblo brasilero.
José Serra, ministro de relaciones exteriores, sin calificación para ese cargo y bronco en las relaciones, está recorriendo el mundo para vender parte de Brasil, especialmente la privatización de bienes públicos y el pre-Sal.
Hay que recordar que la población ya se ha dado cuenta de las tramoyas golpistas. Allí donde aparecen diputados o senadores, en los aeropuertos o en las calles, son abucheados como golpistas o ridiculizados. El vicepresidente ni siquiera puede salir de casa en São Paulo o del palacio en Brasilia pues las multitudes gritan “fuera Temer”. Su popularidad tiene un 1% de aceptación. Sólo la vanidad lo mantiene en el poder, pues no pasa de ser un figurante de fuerzas que lo manejan, como el grupo del mafioso, corrupto y chantajista Eduardo Cunha. El silencio del STF está en la tradición de 1964, como apoyadores del golpe contra cualquier ética jurídica e imparcialidad, como es el caso innegable del ministro Gilmar Mendes.
Pero un nuevo sujeto político ha surgido en las últimas semanas: las multitudes en las calles gritando a favor de la democracia y “fuera Temer”. Están siendo protagonistas los miles y miles de mujeres, rebeladas contra la cultura del estupro y también en solidaridad con la mujer Dilma, contra el inveterado machismo brasilero.
Otro protagonista nuevo son los jóvenes de todas las edades, distanciados conscientemente de los partidos, que reclaman democracia, ocupan escuelas pidiendo mejor educación y exigen reformas. Todos los días hay miles y miles llenando las calles con sus banderas y músicas. Seguramente quien va a derribar el impeachment serán las calles. Los senadores pro impeachment, muchos de ellos acusados, difícilmente se librarán durante toda su vida del epíteto de golpistas.