Creo a carta cabal que basta con observar el sistema electoral de un país para conocer la madurez que ha alcanzado su democracia, y en República Dominicana un sistema que garantice el respeto al derecho a elegir está aún por verse.
En muchas ocasiones he afirmado que en nuestro país no hay electores, sino votantes y que la sociedad anhela un sistema electoral que no esté secuestrado por los partidos políticos y gobiernos de turno.
Sin embargo para alcanzar ese sueño, porque los ideales democráticos aunque estén plasmados en nuestra Constitución en la práctica parecen ser irrealizables, se requiere de un sistema electoral fuerte y adecuado a los nuevos tiempos.
Esto así porque todavía a pesar de los años tenemos los mismos problemas: fraudes, falseamiento de actas, suplantaciones y un sinnúmero de rémoras que datan de los años setenta.
Las mismas mañas electorales de los partidos de hace décadas: compra de voluntades, transfugismo, taras que no hemos podido superar porque son prácticas arraigadas, que un pueblo desesperanzado se ve obligado a tolerar.
Todas estas negatividades se resolverían con una adecuada ley electoral y una ley de partidos políticos, esta última no ha tenido suerte, por una sencilla razón: la ley de partidos no puede derivarse de la voluntad exclusiva de esas organizaciones.
Una ley de partidos políticos debe ser el resultado de un análisis profundo del sistema y recoger la visión crítica del principal activo: la ciudadanía que ha sido víctima de un sistema partidario que apenas supera sus expectativas.
Respecto a una ley electoral ya se ha hablado mucho también, sin embargo un hecho negativo notable es que en los últimos años el país se ha concentrado en elegir "personas notables" y seguir manteniendo una legislación obsoleta.
La reforma a la ley electoral fue la bandera exhibida por el bloque de partidos de oposición pero que a la postre el tema fue abandonado, actitud que ocurre con frecuencia en la sociedad dominicana donde lo urgente suplanta lo necesario y lo vital.
Creo que en estos momentos impera el que nos aboquemos a realizar una profunda reforma electoral que sea consensuada. De no ser así seguiremos con las mismas taras de siempre.