Nos encontramos en ese momento del año en el que la Administración Pública canadiense, observando el inicio del nuevo año fiscal, presenta el presupuesto federal y pasa revista a su gestión del año que termina. Es bajo este escenario que el gobierno federal acaba de anunciar (en febrero pasado) una serie de cambios en su política migratoria. Cambios que responden, por un lado, a los recortes presupuestarios que a nivel general afectan casi todos los programas sociales y, por otro, a una necesidad de reforma del modelo migratorio que desde hace tiempo venía haciéndose evidente.

Para situarnos en el contexto debe saberse que pocos países en el mundo son tan abiertos a la inmigración como lo es Canadá, cuya política migratoria, enfocada en la sustentabilidad económica y demográfica, es de tal importancia en la agenda nacional que la mayor parte de la población y principales partidos políticos favorecen ya sea mantener o aumentar el número actual de inmigrantes a los que se da entrada anualmente. Un consenso social envidiable sobre un tema que por lo general, en otros países con la misma problemática, divide ampliamente a la población y al gobierno.

La tasa de inmigración canadiense es una de las más altas per cápita a nivel mundial, rondando el cuarto de millón de nuevos residentes admitidos cada año desde 2006.  Además, estadísticas recientes muestran que en el pasado año 2012 el país registró su mayor nivel sostenido de inmigración por  séptimo año consecutivo.

Sin embargo, el fomento de la inmigración es una política egoísta, no un esfuerzo de altruismo filantrópico. Los países desarrollados necesitan a los inmigrantes, especialmente cuando son afectados por la epidemia del descenso de la natalidad y una población envejeciente, como lo es el caso de Canadá.

Históricamente, las inusuales altas tasas de inmigración de Canadá se pueden atribuir a la particularidad de la economía de la nación. El país posee una de las mayores fuentes mundiales de recursos naturales como el petróleo, los metales y la madera; también cuenta con una población escasa –alrededor de 34 millones de habitantes- extendida sobre el vasto territorio nacional. Canadá se ha tenido que enfrentar a una grave escasez de mano de obra a lo largo de su historia, a lo que ha intentado responder con la búsqueda activa de inmigrantes.

Por tanto, los objetivos de la agresiva política migratoria canadiense son indiscutibles, contrarrestar los efectos del envejecimiento de la población y suplir la creciente demanda de mano de obra calificada, a fin de mantener la competitividad económica del país.

No obstante, y posiblemente debido a esa gran demanda del mercado laboral, el gobierno federal había sido tradicionalmente un tanto benévolo en cuanto a los requisitos de entrada de inmigrantes, llevando a cabo programas que favorecían ampliamente la reunificación familiar y dando acogida a un gran número de refugiados.

Paralelamente, el sistema de puntos para calificar y determinar la elegibilidad de los solicitantes de residencia permanente bajo el programa federal de trabajadores calificados, restaba importancia a factores que luego demostraron ser cruciales para la adaptación social e inserción laboral de los recién llegados, como era el caso del idioma.

En virtud de los cambios introducidos bajo el nuevo modelo, el dominio de uno de los dos idiomas oficiales -un fuerte indicador del buen desempeño económico de los nuevos inmigrantes- se convertirá en el factor más importante en determinar si los solicitantes son o no admitidos. La edad y la experiencia laboral son otras de las variables que más puntos obtienen en la nueva escala.

Entre los factores que motivaron estos ajustes destaca la alta tasa de desempleo y subempleo que registran los inmigrantes recién llegados, la cual en los últimos años alcanzaba niveles preocupantes.

Pero es que inmigrar es un ajuste enorme, y los primeros cinco a diez años a partir de la llegada son a menudo difíciles. Este efecto se ve incrementado a medida que Canadá atrae personas de un grupo más amplio de países, con mayores diferencias culturales y más dificultades de acreditación académica.

Después de los diez años en Canadá, sin embargo, las tasas de empleo de los inmigrantes y sus salarios comienzan a acercarse a las de los nativos. “Entre las personas en sus mejores años de trabajo, los inmigrantes tienen casi un 60 por ciento más de probabilidades de tener un título universitario que los nacidos aquí”.

 

Cuando los inmigrantes llegan, no sólo llenan las lagunas en la fuerza de trabajo sino que pagan impuestos y gastan dinero en bienes de vivienda, de transporte y de consumo. Aumenta la capacidad productiva y hay un efecto dominó en toda la economía. Además, los estudios muestran que sus hijos tienden a estar entre los jóvenes mejor educados y emprendedores del país.

En la medida en que los inmigrantes se establecen en la sociedad canadiense e integran los valores culturales en su identidad, forman un nuevo nicho en panorama social, aumentando la riqueza cultural característica de la identidad canadiense.

El gran desafío de la nación para la nueva etapa será no sólo localizar y atraer a la gente que Canadá necesita, brindarles excelentes oportunidades e integrarlos en las comunidades, sino también comprender y reconocer las formas en que éstos reconfiguran este país.