Un área protegida (parque nacional) es una invención política, al igual que la naturaleza no es puramente natural, porque todo lo que existe, aun la vida, y que llamamos ente está marcado por la impronta humana. De ahí que todo acto de aprovechamiento, uso y conservación conlleva una ética política. Desde la perspectiva de la modernidad, todo aquel que se somete a un acto normativo es el producto de un acuerdo social. En tal caso, los derechos se aplican a las personas que tengan la capacidad para exigirlos. No obstante “la naturaleza” no está dotada de la razón ilustrada y no puede defenderse, por tales razones los naturalistas, los ecologistas, conservacionistas y los Ministerios de Ambiente están para representarla. En algunos momentos, todas estas complejas voces se unen con la misma fuerza, en otros se distancian por principios de carácter político.
En este entendido de la modernidad, un territorio y sus paisajes están enfrentados a un conjunto de obligaciones que marcan el sentido del Otro, entiéndase “naturaleza”, como una entidad menor que debe ser protegida y que se convierte en un espacio público, visibilizado y controlado por el Estado, bajo leyes estrictamente ratificadas por ese brazo de poder que da garantía a la bio-civilidad (parque Valle Nuevo).
En general, todo lo que corresponda a “la naturaleza” bajo el amparo de las nuevas normativas universales, debe ser respetada y protegida. Bajo esta referencia fundamental, el viejo antropocentrismo ya no es tolerable, y lo humano no puede ponerse por encima de la naturaleza, como lo representaba el paradigma de la evolución o del progreso, sino que se personaliza dentro de una nueva ética política: la de "la integralidad”.
Las razones pueden ser múltiples, publicidad para evadir la ratería de Odebrecht y la impunidad en todos sus ámbitos, ganar notoriedad pública, precisamente en momentos en que se agudizan los autoritarismos en el continente, “un mal echao” por calumnias, intrigas presidenciales, fragilidades o como dice el viejo Freud, proyecciones fetichistas, o simplemente para que vean que “doy pela”. El caso Valle Nuevo es la nueva pila de arranque de esta nueva morada moralidad ético ecológica.
Con tal categoría, “La Integración” supone que el viejo antropocentrismo se rompe y la naturaleza pasa a ser vista dentro de una ecoética en la que amablemente la especie humana se integra a sus ecosistemas y bio-regiones. Asumida esta mirada, la naturaleza se hace política. El Parque Valle Nuevo, bajo la pasión de las nuevas identidades, se torna un punto clave para el protagonismo del Poder Estatal. Valle Nuevo quiere ser propiedad pública y por ende manejada por el centro de poder, el Ministerio de Medio Ambiente y Recursos Naturales. Desde esta perspectiva, cada una de los llamados Recursos Naturales se convierte en entidades claves de poder. Este Otro bio-civilizado (Valle Nuevo) es el anfitrión de un Nuevo Morado Moralismo.
Del otro lado, están "los usurpadores, terroristas ecológicos, ladrones históricos, gente de alcurnia o de baja estofa", en fin, gente insensible que no asumen la moderna bio-civilidad, ya porque ocuparon ilegalmente las tierras públicas, la compraron aprovechando circunstancias favorables, o la necesitan para llevarle el pan de cada día a su prole. A estos nuevos terroristas, hay que quitarles la propiedad, perdón a “Valle Nuevo”, pues todo lo público única y exclusivamente es manejado por el Estado.
Bajo dicho requerimiento, le urge al Ministro de Medio Ambiente de manera obsesiva y sin ambages la nueva apropiación (Valle Nuevo). Las razones pueden ser múltiples, publicidad para evadir la ratería de Odebrecht y la impunidad en todos sus ámbitos, ganar notoriedad pública, precisamente en momentos en que se agudizan los autoritarismos en el continente, “un mal echao” por calumnias, intrigas presidenciales, fragilidades o como dice el viejo Freud, proyecciones fetichistas, o simplemente para que vean que “doy pela”. El caso Valle Nuevo es la nueva pila de arranque de esta nueva morada moralidad ético ecológica.
Y llama la atención lo desmesurado y mal manejado del caso Valle Nuevo. El ministro de Medio Ambiente y Recursos Naturales quebranta dos importantes leyes: La Ley 64-00, y la Ley 108-05 de Registro Inmobiliario que tumbó y derogó muchas leyes sobre propiedad agraria, entre otras. ¿Qué estará pasando por la cabeza del Ministro?, ¿lo atormentan ciertos grupos?, y me cuestiono, ¿por qué no permitió el diálogo entre las partes?, y los planes de manejo ¿qué pasó con ellos?; o no sabía que se podía sacar a las personas por etapas hacia otras tierras listas para la producción; que se deben desmontar las torres de Alto Bandera, crear áreas de amortiguamiento, pagar o permutar; en fin, ¿qué motiva el incumplimiento de sus propias leyes? Acaso inaugurar un nuevo régimen ético político en el que los Derechos de la Naturaleza se sobreponen a los Derechos de los Seres Humanos en una perspectiva de ecología política en que el autoritarismo violenta el espíritu compartido del comanejo de un área reservada. Me sorprende su autoritarismo.
Y con toda la libertad le digo que la naturaleza es un bien común, no público, pues tenemos derecho de acceso a los recursos y a su manejo todos y todas. Y desde esta perspectiva, el Parque Valle Nuevo, no solo está imbuido de derechos en un estado de igualdad, sino también de seres humanos que no son ni subyugados ni superiores. No soy de las que acepta el viejo dilema de Kant de que solo tienen derechos aquellos que pueden realizar un pacto o contrato social. Asumo que “la naturaleza” tiene derechos y éstos deben ser compartidos y aceptados por todos y todas. Señor Ministro, mis voces son legiones; si usted asume la jerarquía de los Derechos con postura autoritaria, plantea usted un desafío ético político, y esto solo puede dirimirse entre los humanos en el marco de las luchas políticas. Abierto está el escenario.