En días pasados comentábamos sobre las nuevas condicionantes espaciales pos-Covid 19. En varios foros profesionales de las últimas semanas, obviamente todos on line, hemos estado más que de acuerdo (casi todos los que nos dedicamos al ordenamiento espacial, ya sea arquitectónico o urbano), en que nuestros espacios no estaban preparados para un acontecimiento como el que aún estamos viviendo: la pandemia y el distanciamiento social.
La semana pasada, en la ciudad de residencia el autor, se pasó a un nuevo estadio del estado de alarma denominado fase 1. En esta fase algunos establecimientos de comida y bebida (restaurantes, bares y cafeterías), están abriendo sus puertas con aforos permitidos del orden del 50% de su capacidad original. Tomarse una caña (vaso típico de cerveza en España), en una terraza de viernes por la tarde, puede suponer una espera de entre 15 y 30 minutos para ocupar una mesa y a unos dos metros del consumidor desconocido más próximo. Caminamos por las aceras intentando que el corredor de turno nos pase por el lado lo más lejos posible; no existen garantías sanitarias para ir a la peluquería y hacer el turno in situ; tomar el metro puede llegar a suponer un desafío, desde el andén hasta abordar y compartir los vagones.
Entre paranoia y realidad (el autor está más que convencido de lo real de la situación), nos hemos visto, de repente, en un mundo distinto, uno en el que nos hace falta espacio para estar tranquilos; ya sea por la tranquilidad de nuestra salud física o por la tranquilidad de nuestra salud psíquica…y esto por lo menos por un tiempo.
La parte buena
Pero a todo esto, y mientras salimos de esta situación pandémica, se han revitalizado otras formas, ya existentes, de interrelacionarnos. Ahora se es más consciente de que no hace falta desplazarnos hasta un punto para realizar unas determinadas tareas o labores, si estas la podemos realizar desde nuestras casas o despachos profesionales y de manera telemática. El teletrabajo ha cobrado valor mientras las calles y oficinas se han quedado vacías; o por lo menos vacías de humanos, dado el hecho de que en muchas ciudades la naturaleza ha emprendido la reconquista de sus espacios (https://www.bbc.com/mundo/noticias-52216020).
Algunos optimistas han visto, en esta reducción de la circulación vehicular, una luz en el camino hacia la reducción, valga la redundancia, de emisiones contaminantes y han reivindicado las posibilidades reales de muchos aspectos relacionados con el concepto de las Smart Cities.
A los seres humanos nos gusta el contacto, parte del éxito de nuestra especie radica en nuestras características gregarias, a las que le debemos adjuntar condiciones adaptadas a posibles escenarios similares a futuro, de cara mejorar la experiencia de vida colectiva. La oportunidad toca la puerta y esta crisis ha sido un chispazo – eso ha tenido de bueno- para encender ilusiones de mejores ciudades y mejores edificios en los que la calidad de sus espacios sea la regla constante. Sirvan estas líneas de introducción para continuar con el tema en lo adelante.