En muchos países del mundo se espera con cierta expectación cual será el primer bebé en nacer cuando el reloj pase las 12 pm del último día del año. Entre el júbilo de las mejoras que pueda traer el nuevo año, la prensa se hace eco del primer recién nacido.
En República Dominicana y de manera consecutiva en 2017, 2018 y 2019 los primeros alumbramientos han correspondido a madres dominicanas menores de 18 años, es decir adolescentes. Pero ya no nos inmutamos. Es más, hay quien las culpa de ello.
En el periodo de 2010 a 2015 se calcula que el 22.3% de los nacimientos totales del país fueron de madres de entre 15 a 19 años de edad, superando el promedio latinoamericano de 16.5% y al africano del 14.1%
En nuestro país ocurre que en las provincias con tasas de pobreza cercanas o superiores al 70% de la población, la maternidad adolescente alcanza cifras de entre 35% y 40%. Lo que indica una relación directa entre pobreza y maternidad temprana.
No solo la pobreza es un determinante social para el embarazo adolescente, sino que a éste se añade casi por defecto el nivel educativo. En nuestro país más del 70% de las mujeres de 19 y 20 años de edad que solo alcanzaron la primaria han sido madres adolescentes. Se estima que la posibilidad de ser madre adolescente es 6 veces mayor cuanto menor sea el nivel educativo.
La pobreza y la educación formal no son inherentes a la condición humana, sino más bien el producto de decisiones políticas o de la falta de las mismas, o de decisiones a medio camino entre ambos, que suelen curiosamente materializarse en forma de asistencialismo, que se reproduce a velocidad imparable y desemboca en dependencia y pasividad, ante el presente y el futuro.
Miles de adolescentes en nuestro país, cuando no niñas, son víctimas de la normalización con la que convivimos con la pobreza ajena y con la que aceptamos las consecuencias de la misma, mientras permitimos que esta pobreza genere todo tipo de abusos, desde la maternidad adolescente, el matrimonio infantil, el abuso sexual o las limitaciones de acceder a una educación que les permita vivir con dignidad.
Solo un cambio social en la forma en la que vemos los problemas y sus causas, y de cómo enfrentamos los desafíos que presentan sus soluciones, podrá encaminarnos a una sociedad donde las niñas y las adolescentes, sean realmente niñas y adolescentes, ni madres ni esposas.
Ojalá este nuevo año nos llevase a reflexionar y actuar por éxitos comunes, no solo por logros y metas personales. Tenemos una nueva oportunidad, si queremos.