Como plantee en un artículo anterior, la conceptualización del género como una identidad subjetiva no binaria que cada persona debe definir en función de su propia inclinación personal, no sólo amenaza el andamiaje teórico con que el feminismo ha explicado la subordinación femenina y definido sus estrategias políticas, sino que además obliga a una redefinición del significado mismo de la feminidad y de los parámetros que la definen.
Durante ya varias décadas un sector del feminismo tradicional (1) ha disputado la equiparación plena de las transexuales con las demás mujeres. Este es sin duda el punto más controversial y el que genera las reacciones más ríspidas dentro de los movimientos feminista y LGBT, incluyendo tildar de transfóbicas y hasta de misóginas a quienes se atrevan a cuestionar la validez de esta equivalencia existencial, psicológica y política. La cuestión central, por supuesto, es en qué medida puede transformarse en mujer una persona socializada como varón y que ha vivido como hombre buena parte de su vida (2). Cuando cambia su identidad, ¿se convierte en una mujer o en una mujer trans, y son éstas categorías diferenciadas o política y psicológicamente equivalentes?
La respuesta a esta pregunta va a depender de cómo definamos lo que significa ser mujer. ¿Es lo femenino una categoría biológica, sociológica, psicológica? ¿Tiene una existencia objetiva o es (al igual que lo masculino) una construcción arbitraria por medio de la cual se encajona a los seres humanos en categorías binarias opresivas y restrictivas, que no se corresponden con las experiencias subjetivas reales de las personas? ¿Basta con que una persona criada como varón asuma la identidad subjetiva y la apariencia convencional femenina para convertirse en mujer?
Como vimos anteriormente, la respuesta afirmativa a esta última pregunta no sólo presupone que el género es continuo y no dicotómico, sino que además sitúa su definición en el cerebro y no en la socialización. Esto significa que la identidad de género debe entenderse como “natural” -es decir, innata- lo que a su vez presupone la existencia de esencias biológicas femeninas (o masculinas) que son significativamente independientes de la socialización. Sólo de esta manera se puede explicar el fenómeno de la “disforia de género” que lleva a una persona con cuerpo biológico y socialización masculinas a sentirse mujer y asumirse como tal (o al revés).
Si sentirse mujer equivale a ser mujer, ¿hay algo que defina esa condición más allá de la percepción subjetiva de cada persona? Desde el feminismo tradicional, el dictado fundacional de Simone de Beauvior de que las mujeres no nacen sino que se hacen remite a la centralidad de las experiencias vitales en la conformación de una identidad compartida de subordinación que, con sus variantes históricas y culturales, ha caracterizado la condición femenina desde hace miles de años en todas partes del mundo.
¿Cómo aplica esto a una persona que nunca sufrió discriminación laboral o salarial por ser mujer, nunca tuvo miedo de caminar sola en la calle, nunca sufrió acoso sexual, nunca fue tachada de emocionalmente inestable por menstruar, etc.? Es decir, nunca tuvo que enfrentar las pequeñas y grandes vejaciones que definen la realidad cotidiana de las mujeres y que van construyendo el perfil psicológico y sociológico de la feminidad como entidad compartida por la mayoría de las mujeres, más allá de las especificidades de raza, clase, cultura u orientación sexual. Más aún, ¿cómo aplica esto a una persona como Caitlyn Jenner, que durante seis décadas disfrutó de una vida de privilegios masculinos excepcionales gracias a su condición de súper atleta? (3)
Sólo descartando el rol de las experiencias vitales en la construcción de la feminidad podemos explicarnos la afirmación de Caitlyn de que, en su experiencia, “lo más difícil de ser mujer ha sido decidir qué ropa usar” (4). Si se tratara de un hecho aislado, de la frase fortuita de una farandulera tonta, el comentario no fuera preocupante. El problema es que parece reflejar el ethos prevaleciente en una comunidad transexual que concibe la feminidad sobre todo en términos de imagen: senos exuberantes, ropa sexy, maquillaje exagerado, pelo, uñas, tacos, etc. Una imagen de feminidad casi caricaturesca, que remite a los estereotipos de feminidad cosificada y frívola que el feminismo ha combatido durante décadas.
Aunque la comunidad trans la ha convertido en ícono y heroína, lo cierto es que ni la frivolidad de la Caitlyn de los Kardashian ni los privilegios del superhéroe olímpico Bruce son representativos de las experiencias de opresión y violencia que caracterizan las vidas de la mayoría de mujeres trans. La mayor visibilidad que resulta de su transgresión desafiante de los roles de género las convierte en el blanco favorito de la violencia homofóbica/transfóbica y de las formas más descarnadas de discriminación, exclusión y escarnio. Por eso las mujeres trans han jugado un papel tan importante en las luchas por los derechos de la comunidad LGBT, empezando por su protagonismo en la rebelión de Stonewall (en cuyo honor celebramos el Día Internacional del Orgullo), sin olvidar su triste primacía en las estadísticas de crímenes de odio en la mayoría de los países.
Con este artículo no pretendo, por tanto, minimizar las experiencias de opresión de las trans, como tampoco ignorar el hecho de que sus vivencias de discriminación y violencia resultan en gran medida de su asunción de una identidad femenina y reflejan, por tanto, la misma misoginia que subyace a todas las formas de violencia contra las mujeres. Pero también creo que, más allá de éstas y otras intersecciones con la opresión de las mujeres, las trans están insertas en una constelación de experiencias que les son propias y que remiten a identidades y demandas políticas específicas. El desafío es articular esas demandas a las luchas políticas de los movimientos feministas y LGBT de formas no conflictivas, a fin de potenciar la efectividad política del trabajo a favor de los derechos humanos de todos los sectores que conforman estos movimientos.
La dificultad estriba en que el posicionamiento político actual de la comunidad trans/queer como vanguardia de los movimientos LGBT y feministas ha creado un clima en el que resulta muy difícil debatir abiertamente cualquier tema que cuestione las ortodoxias políticas imperantes. En consecuencia, se dejan de lado debates de gran importancia estratégica para los movimientos y hasta se incurre en injusticias innecesarias.
Ejemplo de lo primero es que no estamos analizando adecuadamente el impacto que sobre el activismo por los derechos gays y lésbicos parece estar teniendo el ascenso político meteórico del movimiento trans luego de la salida del closet de Caitlyn Jenner y su adopción como cause célèbre por los medios de comunicación internacionales. Tras una década de logros políticos espectaculares en un gran número de países, el movimiento gay y lésbico ha experimentado una clara ralentización justo cuando tocaba empezar la transición estratégica desde la lucha por el matrimonio igualitario hacia demandas políticas más amplias, sobre todo en materia de discriminación (laboral, política y otras). ¿A qué se debe esto? Quizás no sea casualidad que la sentencia de la Corte Suprema de los EEUU sobre el matrimonio igualitario que marca el punto de inflexión de las luchas gays y lésbicas en muchos países ocurriera a escasos días de la portada de Caitlyn Jenner en Vanity Fair. ¿Por qué no lo analizamos?
Ejemplo de lo segundo es la evidente injusticia que se acaba de cometer en las Olimpíadas de Río contra las atletas de campo y pista que tuvieron que competir con Caster Semenya y Margaret Wambui, dos gigantes musculosas de seis pies de altura diagnosticadas con hiperandrogenismo. Debido a esta condición, su producción endógena (o natural) de testosterona triplica el nivel habitual en el 99% de las mujeres, lo que se traduce en mayor desarrollo muscular, mayor agresividad y retraso en la aparición de la fatiga (5). Para nadie fue sorpresa que en su especialidad, los 800 metros, Semenya ganara el oro y Wambui el bronce. Lo que sí sorprende es que el clima de censura política en torno a estos temas haya llevado a la Federación Internacional de Atletismo a adoptar la ortodoxia queer sobre el género, lo que supuestamente le impidió establecer parámetros “arbitrarios” para definir quién podía competir como mujer o no.
Reconozco que los temas tratados en estos artículos son enormemente complejos y requieren mucha mayor consideración de la que les he podido dar. Quedan muchos argumentos por debatir, ideas por confrontar, aspectos relevantes por analizar. Mi objetivo ha sido promover el debate, rompiendo un silencio político que me resulta preocupante como activista feminista y LGTB de décadas, y que además me parece contrario a los preceptos libertarios y democráticos de estos movimientos. Necesitamos debatir para superar los desacuerdos internos, para fortalecernos a fin de enfrentar a nuestros verdaderos enemigos, que son los fanáticos religiosos y sus aliados, dedicados como están a promover el odio y la intolerancia contra todas las formas de diversidad sexual.
NOTAS
(1) Cuando hablo de ‘feministas tradicionales’ me refiero a las herederas del feminismo radical de la Segunda Ola (en oposición al feminismo liberal o socialista de la época).
(2) Recordemos que hasta la emergencia del movimiento transexual hace unos pocos años, la mayoría de mujeres trans asumieron esta identidad ya de adultas. El derecho de los niños a optar por una identidad trans y el acatamiento de esta decisión por parte de sus padres y médicos, que proceden entonces a neutralizar los procesos hormonales de la pubertad biológica de estos niños, es un fenómeno muy reciente y una de las demandas políticas más polémicas del movimiento trans.
(3) Ver Elinor Burkett, “What Makes a Woman?” The New York Times, JUNE 6, 2015.
http://www.nytimes.com/2015/06/07/opinion/sunday/what-makes-a-woman.html?_r=1
(4) Ver CNN en Español, “Viudo devuelve premio de 'Mujer del Año' a revista por galardonar a Caitlyn Jenner”, 17 noviembre 2015.
(5) Ver Orfeo Suarez, “Músculo, sexo, polémica y ciencia”, El Mundo, 20/08/2016
http://www.elmundo.es/deportes/2016/08/20/57b82893ca474151248b4587.html y JM Pinochet, “¿Don natural o injusticia deportiva?” BBC Mundo, 18 agosto 2016. http://www.bbc.com/mundo/noticias-america-latina-37108517