Durante décadas, los presidentes dominicanos han utilizado sus comparecencias ante la Asamblea General de la ONU para reclamar a la comunidad internacional que asuma su responsabilidad frente Haití, lo hizo Hipólito Mejía, Leonel Fernández, Danilo Medina y ahora el presidente Luis Abinader.
Ladran a la luna, Haití no tiene uranio, litio, tierras raras o petróleo, tiene solo pobreza extrema y desorganización político y social, por eso a nadie le preocupa, a nadie le interesa, excepto a nosotros que los tenemos al lado.
Esta cruda realidad nos demanda que hagamos frente a cuatro grandes desafíos:
- El control de la frontera, que no es con una simple valla que vamos a resolver (hace miles de años que se inventó la escala), sino con una guardia fronteriza profesional, bien equipada, bien pagada y permanentemente supervisada por otros organismos de seguridad del Estado, mientras permanezca entre nosotros una cultura del macuteo que ni siquiera los buenos salarios logran desestimular;
- Hacer respectar una ley migratoria que ciertamente podría mejorarse, pero mientras tanto debe aplicarse sin contemplación;
- Entender que ni siquiera los Estados Unidos, con todos sus atractivos, encuentra ya nórdicos para realizar las labores que sus nacionales desechan y proceder a ordenar la inmigración haitiana que tenemos en eterna condición de indocumentados, renovando el PNRE-Plan Nacional de Regularización de Extranjeros, iniciado en 2014 y luego echado al olvido;
- Dejar de gritar y ser más proactivo, poniendo en marcha un accionar político y diplomático entre los diferentes actores políticos y sociales del vecino país, ofreciéndoles nuestra experiencia de dialogo y concertación, así como institucional, en esto último estamos muy lejos de ser campeones, pero tenemos instituciones que medianamente funcionan, una Junta Central Electoral que ha hecho su trabajo, un sistema judicial que mejora, entre otras instituciones que en algo podrían contribuir al fortalecimiento institucional de sus homólogas haitianas.
Todo lo demás es gana de gastar saliva, figureo en los cónclaves internacionales.
Horrorizados, hemos visto esta semana las imágenes del tratamiento brutal e inhumano acordado a los haitianos que, huyendo de la violencia, el hambre y la ausencia de esperanza, han llegado hasta la frontera de Estados Unidos con México, esto es lo que las potencias están dispuestas a hacer por los haitianos.
A nadie le preocupa Haití, nadie está dispuesto a ayudar a mejorar su suerte, pero nosotros si que tenemos motivos de sobra para desear y trabajar para que mejore, porque mientras vaya a la deriva la presión migratoria estará ahí, y ni la valla en construcción ni un guardia en cada metro de los más de 300 kilómetros de frontera podrá detenerla. No hay muralla ni ejército capaz de detener a los desesperados y hambrientos de la Tierra, ni siquiera los Estados Unidos, con todos sus recursos, puede totalmente controlar el tráfico de personas, que provenientes de todos los rincones del planeta, fluye a su frontera con México, esperanzadas de pasar al otro lado.