El desorden social en que vive nuestro país y la inversión de valores de nuestra sociedad, nos está convirtiendo en una sociedad insensible y de ciegos, incapaces de analizar las verdaderas causas de la anarquía que hoy desarregla toda la convivencia colectiva.

Nuestra Policía Nacional es una de las instituciones con niveles más altos de deterioro, tanto así que en más del 50% de los actos delictivos, hay involucrados miembros de esta institución, a pesar de que está llamada a prevenir y perseguir la delincuencia. 

Por esto, comparto lo que se ha estado señalando en muchos medios de comunicación, programas y artículos de opinión, en cuanto a que se hace urgente una reforma policial, una amplia depuración de los hombres de sus filas, pero aún estoy más acuerdo con los que señalan que lo primero es dignificar a nuestros policías con salarios y condiciones que les permitan vivir adecuadamente y así poder atraer a las filas a hombres y mujeres deseosas de hacer las cosas bien, sin tener que corromperse para poder llevar el sustento a sus familias.   

Independientemente de estos acertados señalamientos, lo que estamos es siendo testigos de cómo es que la soga se parte por el lado flaco…, por los más chiquitos…, por los pobres policías, porque en realidad, esos aspectos que señalamos como causas del deterioro de nuestra policía, de todos nuestros cuerpos castrenses e incluso de los empleados públicos y hasta algunos privados, son la consecuencia de la maldita impunidad, que cada vez más impulsa, motiva, incentiva y promueve la corrupción generalizada de nuestros “ejemplares” líderes políticos. Y digo “ejemplares” porque esto es lo que están llamados a ser: un buen ejemplo para todo el resto de la sociedad; pero actualmente lo que son es: un muy mal ejemplo.

Sin dudas, nos encontramos en una espiral, en la que tanta impunidad y descaro, se manifiesta en más corrupción administrativa de nuestros políticos, de nuestros policías, de nuestros cuerpos castrenses… etc., etc., en fin, llegando a manifestarse en un aumento de la corrupción ciudadana, o sea un aumento de la delincuencia por parte de nuestros ciudadanos, policías o no, que prácticamente hace invivible las principales ciudades de nuestro país.

Definitivamente, nuestra prioridad debe ser el fin de la impunidad y el castigo de todos los corruptos.

Requerimos con urgencia una fuerza política que represente una nueva opción de cómo hacer política, de como manejar la cosa pública, de cómo invertir en el desarrollo y acabar con el parasitismo de los compañeros de partido. En nuestro país hay quienes pueden representar esa opción, unos pocos ejerciendo la política y otros que se respetan tanto, que cometen el error de no lanzarse a promover los principios y valores en los que creen, por temor a que los confundan con los políticos corruptos, que son la mayoría. Pero basta ya, debemos abandonar esa práctica de no participar y callar, pues eso es lo que quieren que hagamos los que hoy se reparten el botín, amedrentando a las buenas y los buenos dominicanos.