En su discurso de rendición de cuentas del 27 de febrero de 2012, frente a la Asamblea Nacional, Leonel Fernández contaba de cómo sus vuelos en helicóptero sobre la ciudad capital, con su renovado skyline de edificios, le recordaban a las grandes ciudades del mundo; más concretamente, anunciaba el logro de una vieja promesa: el Nueva York Chiquito. De principio, la frase no podría ser más absurda para un presidente que cerraba dos periodos de gobierno consecutivos, sin ningún avance en política social y que coronaría su salida con el famoso déficit fiscal de aquel año.
Vale la pregunta de si Leonel estaría consciente de cómo se coloca Nueva York en el imaginario elvinvinístico ochentero del dominicano, donde Nueva York no se trata solo de una ciudad sino de todo Estados Unidos; aún más, del resumen de toda una concepción del “norte”, del “Primer Mundo” y de las antípodas del subdesarrollo. Nueva York ha sido al dominicano la Tierra Prometida a Abraham o el Nirvana a un budista. Esto en parte lo explica su posicionamiento como neo-metrópoli dentro del colonialismo económico y cultural de Estados Unidos sobre República Dominicana. Así como en otra época nos perdimos detrás de la hidalguía española, la dominación no se completa hasta que el colonizado no busque mimetizar a su colonizador.
Al mismo tiempo, muchos sí llegaron al cielo y son más de setecientos mil la población los de origen dominicano que habitan en la urbe. Esta migración ha impactado decisivamente a República Dominicana con remesas e inversiones, cultura y tendencias. El dominicanyor, con el universo que implica, es un patrón que ha modelado desde aspiraciones de consumo hasta modos de hacer. Junto a ese acercamiento, Nueva York también es uno de los principales destinos a conocer desde que se obtiene un visado americano de turista. Y así es como Washington Heights quiso ser Los Mina y la Churchill quiso ser la 5ta Avenida.
La última década y media de crecimiento económico transformó la ciudad de Santo Domingo, en especial el sector comercial y de servicios. Por primera vez al anhelo se le sumó una posibilidad de recrear el escenario creíble de un pequeño Nueva York, sobre todo cuando se gira en un circuito del Distrito Nacional y se cuenta con los ingresos. Con el boom inmobiliario germinaron cientos de altas torres de apartamentos inalcanzables como sus precios. Se consolidó un parque vehicular de lujo para que haya comodidad en los tapones. Llegaron las cadenas de comida rápida que faltaban y proliferaron los gimnasios para atender la fiebre del fitness. Tiendas de las marcas más exclusivas vinieron para recubrir esos cuerpos necesitados de abrigo. Restaurantes y discotecas de estreno para estrenar las pintas se ponen y pasan de moda con cada vez mayor velocidad. Y así más centros comerciales como Downtown que dejan tan noventera a la gran manzanita de Plaza Central.
Pero aunque Leonel se quiera hacer responsable, el Nueva York Chiquito no tiene detrás a un gran planificador sino que es el resultado del caos como política. El bucle de una suma de desórdenes que generan negocios y negocios que generan desórdenes. El rol de lo público, ya sea del gobierno central o de los cuatro municipios del Gran Santo Domingo, se limitó, en el mejor de los casos, a respuestas inmediatistas que con frecuencia empeoraron los problemas urbanos. Pero junto a la instauración de un modelo está su asimilación: muchos estaban dispuestos a creerse que de pronto se trataba efectivamente de un Nueva York en el medio del Caribe. “Vivir la movie” (expresión que, como ninguna, resume esa mezcla entre realidad y fantasía de la que estamos hablando) se volvió un mandato divino. El rodaje no para y por suerte el sueño cuenta con una manada ciudadana dispuesta a vivir más allá de sus posibilidades, a endeudarse hasta los huesos con tal de garantizar el flujo de consumo conspicuo que implica mantener bien adornado el set.
Pero aparte del zoológico está el safari. Porque Santo Domingo es en el fondo la planicie salvaje donde el peatón sigue bajando de categoría y acosan mujeres en cada esquina. Lo de Nueva York no ha sido más que una fachada en eterno proceso de desmorone y remiendo. Santo Domingo es ahora más Santo Domingo que nunca, solo que con otros precios y más publicidad en inglés. Por eso desde que se sale uno de los engranajes del bulto se nos recuerda lo invivible e incómoda que es esta ciudad, como caminar la Máximo Gómez en traje y corbata a las doce del día.