Tienen los nombres de la dominicanidad subterránea, esa de la gente de los márgenes –que son en verdad el centro-, la de los dolores nomás ponerse claro allá afuera, la de los barrios marcados por el polvazo al paso de las yipetas, los candidatos, las frituras.

No son blancas, se quedaron en el limbo del bachillerato, ya saben maquillarse porque hay que evitar los rigores del sudor en pleno juego, no han sido específicamente advertidas por Magaly ni por las organizaciones feministas en general, porque ellas no son las víctimas, no son las que necesitan la pomada o la ayuda, porque con ellas tú no puedes ser salvador sino solamente admirador, hincha, fanático.

Se alisan el pelo porque eso facilita las cosas aunque no siempre compagine con el color de la piel y el rejuego que hacen los moños con el aire. Son atletas que son mujeres que son hijas que son hermanas, uniéndolas a todas un coro griego: hay que ayudar a los padres, hay que seguir creciendo dentro de la familia.

Son mujeres en los sentidos más extensos e intensos de la palabra, porque no se esconden ante el placer, las lágrimas, la expresividad. Esos mujerones lo pueden dar todo en la noche pero luego se van a la casa, incluso a dormir en la mismísima cama de los padres, como dijo el papá de Candy en una entrevista, ¡ofrézcome!, qué cama tendrá que ser esa.

Nacieron en los márgenes que son Cristo Rey, Sánchez, hasta en uno de los lugares más contaminados del planeta, Haina. Son como monjas porque no salen del gimnasio, la cancha, el juego, tal vez pasen por “Uno más uno” o “Chévere nights” pero de ahí a la casita, a comer arroz con papa frita.

No hacen escándalos ni son megadivas, porque para ellas las uñas y el color del pelo no son los puntos que mueven sus universos. Se nos fueron metiendo por la puerta, por la puerta que estaba cerrada, y fueron con el agua que se cuela hasta que nos damos cuenta que los Panamericanos del 2003 no fueron una casualidad, que las Copas y el cargamento de medallas tampoco.

No tienen un Adidas ni un Nike en la camiseta –tal vez ahora las grandes marcas tomen nota de su existencia.

Tampoco saldrán en “Ritmo Social” porque no tendrán cuadros de Cándido o mesitas de noche adquiridas en anticuarios parisinos, pero no lo harán porque son negras –con un par de claritas que no borra la marca africana-, porque se ganan el pan y la mantequilla con el puro sudor, porque tienen que estar concentradas en cada milésima de segundo en la cancha, porque lo único que tienen es la pelota, la cancha, la familia, y luego de ahí la misma pelota, la misma cancha, y luego quién sabe.

Son una lava indetenible, son las dominicanas que han llegado aún más lejos que nuestras Miss Universos o los discos de Toño, porque trabajan en lugares tan distantes como Azerbayán o Seúl o Moscú. Son verdaderas obreras.

En Santo Domingo le tendrán tremendo recibimiento pase lo que pase, seguramente la Oficina de la Juventud le dará algún Premio, necesariamente el funcionariado de Deportes y del Olímpico estará de risitas buscando algún lugar en la foto y si son inteligentes, se colarán por algún selfie.

A partir de ahora se les dará su cuota en la sección deportiva de nuestros prestigiosos diarios, se les complicará por lo demás ir a la Sirena o al Diamond Plaza sin que los fans las persigan, darán consejos de cómo mantener ese cuerpazo, algunas hasta confesarán la dieta familiar a base de locrio, sancocho y paticas de cerdo.

Jochi Santos hará par de chistes, los predicadores dirán que es la voluntad de Dios, los patriotas que ellas representan lo mejor de lo dominicano aunque algunos pondrán en duda la proveniencia de uno que otro de sus padres.

Ellas seguirán poniendo en alto nuestra bandera, “qué linda en el tope estás, quién te viera, quién te viera, más arriba, mucho más”. Para las muchachas y los muchachos de barrio habrá nuevas heroínas, esperemos que con tantas fotos en el celular no las desconcentren, que ellas sigan así y mejorando siempre.

Al fin los dominicanos tenemos un nuevo cuento de hadas cuando en verdad lo que tenemos es la afloración de lo mejor que tenemos, porque sí, porque a pesar de la debacle colectiva ante la inseguridad y la sensación de que todo caminará gracias a hierros que rechinan, estas mujeres te enseñan cantidad de cosas: a trabajar, a vivir en comunidad, a disfrutar las pequeñas cosas, a no maldecir la lluvia o el sol porque eso es parte de la bendición que es la Tierra.

Ellas no instalarán ninguna escuela de Autoayuda y sospecho que en sus programas no habrá ningún Coelho aunque quién sabe si “La casa de los espíritus” haya pasado por alguna mano a la espera de una conexión con Malasyan Airlines.

Nuestras “Reinas del Caribe” son eso: reinas, mujeres, hijas, trabajadoras, madres.

Y sí, sus nombres son verdaderos poemas, y para mencionar las casi puras invenciones o los que nos llevan a otras esferas, digamos que la pronunciación de sus nombres son como un mantra de lo que real y verdaderamente somos: ellas son Niverka Dharlenis, Candida Estefany, Prisilla, Yonkaira Paola, Ana Yorkira Binet Stephens, Gina Altagracia Mambrú Casilla, y seguramente sin saberlo, serán nuestro nuevo “Principio de la Esperanza”.