¡Qué semanita! Definitivamente, una muy nutrida y movida jornada; repleta de reflexiones, enunciados alarmistas, sentencias y experiencias. La alharaca formada alrededor de los ciudadanos que, haciendo uso de un derecho democrático, solicitaron por medio de un manifiesto la renuncia del Presidente Medina –entre otras demandas–, ha sido exagerada, repleta de burlas, faltas de respeto y desproporción.

Intelectuales o no, esos ciudadanos no hicieron más que apelar a un derecho que está debidamente amparado en la Constitución. Y como tal, asiste el mismo derecho de disentir a aquellos que se han distanciado del contenido de la propuesta presentada por el referido grupo.  Independientemente de las calidades de dicho documento, de si los planteamientos expuestos en él obedecen a la sensatez, o si son congruentes con la realidad actual, es absolutamente desbordado hablar de maldiciones, unción y no sé cuantas cosas más. Eventos como los ocurridos en los días recientes, sacan a la luz el infantilismo que nos caracteriza, con la correspondiente falta de madurez.

Y más allá de las diferencias de criterio que puedan presentarse entre aquellos que promueven la renuncia del Presidente Medina y los que como yo, prefieren dirigir la lucha agotando otros procesos, hay una lectura importante que me permito hacer. Una gran cantidad de dominicanos vamos tras el mismo objetivo, y esta gran masa a la que me refiero ha convenido en que nuestro sistema político está podrido; estamos de acuerdo, ¡TODOS!, que el cambio no solo es necesario, también es inevitable, pues el país está en crisis y esto no puede sostenerse más. A partir de estas premisas, más que distanciarnos por nuestras diferencias en ideas y métodos, urge cohesionarnos por nuestros puntos en común. Dicho esto, se advierte un escenario que termina complicando más la empresa que dio inicio ese emblemático 22 de enero, porque resulta que no solo nos enfrentamos a un sistema que ha vuelto la vida del dominicano en una aventura diaria del sobrevivir, también tenemos que encarar, además, nuestros propios enfrentamientos.

En este contexto, las discusiones que nacen de las diferencias expuestas solo serán positivas en tanto que la diatriba innecesaria se mantenga al margen, mientras los egos no salgan de control y siempre que se cuide, por sobre todo, el bien mayor, que en este caso consiste en lograr el fin de la impunidad. Un bien que se resume fácilmente, pero que implica mucho más que demandar la renuncia del Presidente o decidir que la ruta de la marcha del 16 de julio tenga tal o cual destino.

Más allá de converger, insistir en los ataques y el insulto, entrar en debates solo para responder y rebatir, más que para entender y analizar, es una soberana pérdida de tiempo. La defensa de posturas hasta rozar la obstinación, poniendo en peligro la objetividad, tan vital en este momento, resulta en un gasto de energía y tiempo innecesarios. He sido testigo de la terquedad estéril por fijar posiciones, de la defensa necia de ideas que están fuera de tiempo, de improperios y descalificaciones. Ceder, así sea para solventar un impase, implica esfuerzos agotadores, que bien deben ser empleados en la consecución de la meta fijada: el fin de la impunidad.

Se nos da muy fácil el irrespeto y el ataque, a riesgo de olvidar que todos estamos en la misma ruta, que el futuro del país se está decidiendo en esta coyuntura histórica, y que solo desde un concierto de voluntades y puntos afines es que podremos lograr salir del atolladero. Al final de cuentas, empecinarnos en seccionarnos y oponernos mutuamente, puede fortalecer al mismo sistema que estamos combatiendo y que tanto daño ocasiona a nuestra República Dominicana.

A menos, y aquí concluyo, que no sea como quizá ingenuamente supongo. A menos que algunos estén utilizando el clamor nacional como profiláctico y les importe un pepino la unidad. A menos que la verdad de mucha gente sea solo una asquerosa mentira y todo resulte en agendas y planes ulteriores. Puede que haya quien use el sentimiento verde instalado en el imaginario colectivo como excusa para sus planes personales, para purgar frustraciones pasadas o para saciar egos políticos.

Estas líneas nos sirven a todos. Los sombreros están en el perchero, tome el que le sirva y nos seguimos viendo en esta selva del día a día. Ya la historia dirá en qué lado queda cada quien.

@riveragnosis