Una de las cuestiones en debate permanente entre investigadores de la ciencias sociales dominicanos es sí la llamada Restauración entre 1863 y 1865 fue propiamente nuestra independencia. Roberto Cassá lo afirmó: “La verdadera independencia de la República Dominicana fue la Restauración” (El Dia, 18 de agosto del 2014).

Los motivos son varios, en primer lugar el control político de los hateros de la Primera República (1844-1861) con propósitos claramente anexionistas debilita la tesis de que nos hicimos independientes en 1844, en segundo lugar la guerra restauradora fue eminentemente popular, es decir, participó el pueblo de manera entusiasta porque se oponía a perder su soberanía, y un tercer punto es que las independencias iberoamericanas se habían realizado enfrentando a España y eso era algo que no había ocurrido en nuestro país hasta ese momento, por el contrario en dos ocasiones nuestros líderes hateros nos entregaron a España (1809 y 1861), con el agravante de que España nos había entregado a Francia (1795).

Es sustentable la tesis de que el primer movimiento verdaderamente independentista de carácter popular fue la Guerra de Restauración contra España, mientras que la “independencia” del 1844 fue simplemente la separación de Haití. Por supuesto eso ocurrió porque los que impulsaron la gesta del 27 de febrero del 1844 fueron los trinitarios, grupo minoritario en la sociedad dominicana que rápidamente quedaron fuera del poder político. Al mando del Estado naciente quedaron los hateros con Santana como líder.

La Restauración representa un hecho de la mayor importancia en la historia del pueblo dominicano, es la primera vez que de manera espontánea el pueblo se embarcó en combatir a un ocupante extranjero, sobre todo en la región del Cibao.

Emilia Pereyra en el periódico Diario Libre del 16 de agosto del 2019 brinda de manera sintética la valoración de ese hecho por varios historiadores. “A juicio de Juan Bosch, escritor y expresidente, fue “el acontecimiento histórico más importante de la República Dominicana” porque en el conflicto “tomó parte directa, activa y principal el propio pueblo dominicano”. Y de acuerdo con el historiador Adriano Miguel Tejada, de feliz recordación, se trató de “una guerra popular, anticolonial y antillanista por sus consecuencias”. El pueblo se reveló porque no estuvo conforme con la decisión de Santana, que cercenaba la independencia lograda en el 1844, cuando fue proclamada la separación dominicana de Haití, luego de 22 años de férrea dominación. Según el historiador Roberto Cassá, “la Restauración vino a ser entonces el acontecimiento culminante del siglo XIX, en tanto que ratificó y expandió estas búsquedas de los dominicanos que se canalizaron primordialmente por medio de la aspiración de autonomía en un Estado independiente”.

Se ha entendido, conforme al humanista Eugenio María de Hostos, que la Restauración fue la verdadera independencia dominicana porque gracias a ella los criollos se despojaron de todo apego colonial español. “Un pueblo mal armado, un ejército mal alimentado y precariamente avituallado, insuficiente en número, pero inmenso en el valor y en la táctica, supo enfrentar todos los obstáculos, para preservar no solo su independencia sino también su modo de vida, sus costumbres, sus tradiciones y la tolerancia característica de toda sociedad digna y libre”, añadió” (Pereyra, Diario Libre, 16 de agosto del 2019).

Por tanto, hay consenso generalizado que esa gesta tiene más importancia que la del 27 de febrero del 1844, pero curiosamente es menos estudiada en la escuela y la mayor parte de los intelectuales con inclinaciones racistas prefieren destacar la de 1844 porque fue contra los haitianos y no la de 1865 porque fue contra los españoles. La ideología hispanista de muchos de nuestros pensadores criollos y su elitismo social, los lleva a “olvidar” la Restauración porque fue una gesta del pueblo y contra España. Las corrientes trujillistas anti-haitianas del presente giran obsesivamente en torno a las escaramuzas militares entre los hateros y tropas haitianas obligadas a combatir por líderes que los mismos haitianos detestaban.

Uno de los aspectos que más debate ha provocado entre los historiadores es definir quien fue el verdadero líder de la Restauración. La mayoría considera que fue Gregorio Luperón, pero el 1 de junio de 1987 Juan Bosch le manda una carta a Mons. Hugo Eduardo Polanco Brito, que en ese entonces era el presidente de la Academia Dominicana de la Historia donde le decía: “Estimado amigo: En el año 1982 se publicó un libro mío titulado “La Guerra de la Restauración” cuya 5ta edición está en prensa y se pondrá en circulación dentro de pocos días. Esa obra fue escrita consultando los documentos relacionados con ese episodio, el más importante de la historia de nuestro país, y en sus páginas se ofrece en detalle la actividad que desplegó, en tal guerra, Gregorio Luperón que no fue, ni siquiera durante una hora, el jefe de esa epopeya como lo afirman los historiadores al uso; el jefe fue Gaspar Polanco, cuya figura ha sido relegada a un tercer, si no un cuarto lugar debido a que la alta pequeña burguesía comercial y profesional de Santiago y Puerto Plata, que era quien hacía la historia en los años siguientes a los de la Restauración, no le perdonó nunca al autor del incendio de Santiago el fusilamiento de Pepillo Salcedo, compañero de clase de esa alta pequeña burguesía, y en consecuencia sumió en un pozo profundo a Gaspar Polanco y en el puesto que le correspondía colocó a Gregorio Luperón” (Bosch, 1 de junio del 1987). Los argumentos de Bosch a favor de Gaspar Polanco se debatieron mucho en la prensa en su momento, pero la figura de Luperón sigue siendo venerada oficialmente como el líder de la Restauración.

Ahora que nos acercamos a una nueva celebración del 27 de febrero del 1844 se mezclan verdades, mentiras y medio verdades, sentimientos legítimos de patriotismo y pulsiones vergonzosas de racismo y xenofobia. Usar a Duarte para esgrimir el odio contra el vecino es desconocer textos suyos como el siguiente: “Yo admiro al pueblo haitiano desde el momento en que, recogiendo las páginas de su historia, lo encuentro luchando desesperadamente contra poderes excesivamente superiores y veo cómo los vence y cómo sale de la triste condición de esclavo para constituirse en nación libre e independiente. Le reconozco poseedor de dos virtudes eminentes, el amor a la libertad y el valor…”. Debemos sentirnos orgullosos de tener un vecino con esos valores y eso no elimina el auténtico derecho nuestro de formar un Estado independiente, pero además debemos estar claros en que la verdadera lucha de todo el pueblo por su independencia fue durante la Restauración.