Cuando un exmandatario entiende que la corrupción es un mal endémico del mundo entero, al decir que posee un carácter universal, tiene una representación de la realidad que no está ajena a la sensación común de los que sufrimos por los hechos de corrupción e impunidad. Es innegable que un peligro que acecha al ejercicio del poder es la tentación permanente de usufructuar en provecho propio o de particulares las funciones públicas o privadas. Es una verdad de Perogrullo decir que la corrupción administrativa ha existido siempre y que “es tan antigua como nuestra propia historia”.
Soy de los que cree y piensa que en ningún momento y en ningún lugar, salvo raras excepciones, la política se hace con fines altruistas. De igual forma pienso que en el ejercicio del poder hay una erótica que seduce de tal forma que quien llega a las cumbres de la administración pública o privada luchará incansablemente por mantenerse en ella y, si ha salido, por regresar a la misma.
Entendemos que el ejercicio del poder, tanto en las funciones públicas como privadas, posee sus propias tentaciones y, como nada humano me es ajeno, las posibilidades de caer en las redes de lo malhecho son directamente proporcionales a las responsabilidades depositadas. A mayor responsabilidad mayor tentación al vicio, por lo que se exige un mayor desarrollo de las virtudes. Emmanuel Kant decía que “no hay virtud tan fuerte que pueda estar segura contra la tentación” por lo que es comprensible esperar con cierto dejo de realidad que donde hay una persona realizando alguna función de poder está la posibilidad de desvirtuar la naturaleza de la misma, por lo que se espera que estas personas estén cultivadas en las virtudes más fuertes de modo que puedan resistir a las tentaciones que emanan de allí.
Es claro que las relaciones humanas no pueden descansar en una normativa que apelen solo a la buena voluntad de la persona, a sus virtudes cultivadas bien sea en el seno de su tradición familiar o religiosa o bajo la autodeterminación de su propia razón. Los aspectos éticos de una vida buena, en tanto que vida virtuosa, deben estar en diálogo con la obligación que emana de la ley. Por tanto, el marco legal común prescribe lo que debemos hacer cuando la ética y la moral fallan.
Aquí radica la diferencia entre la representación de la política del exmandatario y la representación de alguien con fuertes valores personales y un apego irrestricto a la ley. En el primero, la corrupción vista como un mal endémico formula que el esfuerzo legal es realizable (por tanto, la justicia estará en el debido seguimiento formal a lo estipulado en el Código Procesal Penal), pero la corrupción está en el ADN de la humanidad así que cualquier esfuerzo no eliminará los hechos de corrupción. En el segundo, fortalecer los valores personales y crear un marco legal más combativo de los hechos de corrupción y un sistema judicial más independiente del poder estatal, como garantía necesaria para la actuación justa de la ley, es posible.
En la representación mental de la política dominicana impera el principio de la generalidad. Atribuir a muchos el mismo mal de la corrupción no solo justifica la conducta, sino que también modela una actuación posible. Recurrir a la formalidad de la ley y el debido proceso, cuando se sabe que los actores del proceso están obviamente interesados en no combatir los delitos de cuello blanco, no es más que otro truco de magia de una mentalidad en contubernio con lo malhecho.
Un cambio de mentalidad en la política dominicana, dado el nuevo contexto de actuación y sensibilidad de las sociedades, no tendrá efecto si no es acompaño de un cambio radical de los modelos mentales imperantes en la práctica política criolla. La antropologización barata y la recurrencia a la historia como origen de nuestros males es una mirada miope e interesada que evade la raíz de todos los males: el irrespeto al imperio de la ley.
Contrario al nuestro, en muchos países se ha combatido de modo eficiente la corrupción pública o privada. Esto no la elimina, pero tampoco la justifica, la permite y oculta.