El crisis en el seno del Partido Revolucionario Dominicano (PRD) a raíz de los resultados de su convención, nos sirve como otro indicativo más de las peripecias que nuestro destino político debe enfrentar de cara al futuro. Tanto es así que, desafortunadamente metida en un mismo saco, nuestra democracia sufre al ser fragmentada de una manera sistemática, ya sea por nuestro actual gobierno como por partidos de cuasi-oposición. 

Un sistema democrático se caracteriza por la separación de poderes, enfatizando la institucionalidad de cada uno de los organismos que de manera cuantitativa conforman el gobierno. Pero temas como el del Tribunal Constitucional, por citar un ejemplo, desnudan ante los ojos de los dominicanos la porosa democracia en la cual vivimos. 

Y si "cruzamos la calle" nuestra suerte no mejora, ya que los partidos de oposición, necesarios para el contrapeso y la balanza política de todo sistema democrático, a la hora de ofrecer una opción electoral viable y diferente terminan por enfocarse en objetivos partidistas particulares y riñas internas. 

En el caso del PRD, no hubo acuerdo alguno que evitara el impase actual, incluso cuando previamente por medio del consenso se determinaron los reglamentos de la convención para elegir su candidato presidencial. Al parecer, la errada constante de que el hombre es más grande que la institución se impone. 

Al facturar nuestra escena política, la afirmación de que el ser humano es quién corrompe un principio natural y soberano como lo es la política no es un argumento vacío. Actitudes egocéntricas de líderes políticos en nuestro terruño hablan de la conceptualización de una idea política amorfa, totalmente ajena a la realidad, conllevando a un resquebrajamiento de la democracia. Si lo que se busca al incurrir en la política son intereses personales, y no el bien mancomunado, el marbete de político no le cabe a dicho individuo. 

Pero no podemos solamente culpar al gobierno ni al PRD de este derrumbe democrático y la política amorfa en nuestra nación. Debemos empezar por revisarnos todos, cada dominicano y dominicana, pues al final, esos líderes son el producto de su pueblo. 

Tanto es así, que muchos de nosotros no dudamos ni un instante para reclamar nuestros derechos, pero languidecemos a la hora de cumplir con nuestros deberes. La responsabilidad cívica de un ciudadano de cualquier nación radica precisamente en velar que sus derechos no sean violentados y ejercerlos a cabalidad. Pero dicho título también conlleva el aceptar como propias responsabilidades colectivas en pos de un mejor país. Siendo así, la democracia no es ajena a este ejercicio ciudadano. 

La ausencia en nuestro pueblo, principalmente nuestra juventud, de un accionar "de conciencia", socaba en sus cimientos las columnas que deben sostener el techo que está llamado a darnos albergue a todos. 

Definitivamente, para enmendar el camino, todos debemos cambiar.