“El político se convierte en estadista cuando comienza a pensar en las próximas generaciones y no en las próximas elecciones.” *

No todos los grandes estadistas alcanzan la celebridad,  pues el destino premia con fama los esfuerzos del estadista que triunfa, sobreponiéndose a la crisis y sobresaliendo en la historia. Recibe menos atención el estadista que, a pesar de sus intensas luchas por el bienestar colectivo, no logra realizar sus ideales y marcar un reconocible hito durante su vida. El rescate de la Unión norteamericana y la abolición de la esclavitud en el caso de Abraham Lincoln, y la abolición del apartheid y el establecimiento de derechos políticos para los sudafricanos negros en el caso de Nelson Mandela, dieron  la gloria y magnificaron el lustre de esos gigantes a nivel universal. No ocurre igual con algunos héroes reconocidos como grandes estadistas por líderes coetáneos así como por posteriores investigadores sobre su vida y su obra, pero que no trascienden a la intelectualidad local. Las personas que ignoran los grandes méritos de los estadistas “anónimos” son las más perjudicadas al prescindir de su ejemplo, pues los estadistas no persiguen renombre ni se preocupan por su estatus histórico. El ejemplo de su vida y su obra es su último legado a las futuras generaciones.

Como ejemplo tenemos a Ulises Francisco Espaillat, figura prácticamente desconocida por la mayoría de los dominicanos, incluso los ciudadanos con un nivel académico sobre el promedio. En el mejor de los casos, se recuerda vagamente su breve paso por la presidencia de la república y su gobierno democrático liberal, uno de los pocos en nuestra historia. Con más facilidad recordamos el nombre de su tocayo coetáneo de apodo Lilís, o ciertamente el de Trujillo, aunque pocas personas piensan que esos dos gobernantes fueron estadistas. Sin embargo, Espaillat fue ampliamente reconocido en su tiempo como un hombre de Estado consagrado, inclusive por las mentes más esclarecidas de la época, como Eugenio María de Hostos, Federico Henríquez y Carvajal, Salomé Ureña, Manuel de Jesús Galván, Jose Gabriel García y Gregorio Luperón, entre muchas otras. Su muerte en 1878 provocó un duelo muy sentido en sus admiradores, produciendo notables manifestaciones literarias como la inspirada elegía de Salome Ureña, titulada “En la muerte de Espaillat”; y el discurso de Federico Henríquez y Carvajal en ocasión del primer aniversario de su fallecimiento, sugiriendo por primera vez la semejanza de Espaillat con Benjamín Franklin. Posteriormente el prócer cibaeño habría de ser comparado también al insigne estadista argentino, Domingo Faustino Sarmiento, por Emilio Rodríguez Demorizi, precisamente en su escrito sobre los paralelismos entre Espaillat y Franklin.

Espaillat no fue un improvisado en la política, pero tampoco vivió de la política y el gobierno. Dispuesto a sufrir prisión y exilio antes que ceder en sus ideales, pero solo para coger fuerzas y regresar con importantes conocimientos para servir a la patria, no para cobrar al Estado sus sacrificios. En varias ocasiones fue llamado a prestar su sabiduría y liderazgo cuando más se necesitaba, como durante la guerra de la Restauración; pero  siempre volvió a ejercer con modestia su profesión de boticario y propietario de la Farmacia “Normal” en Santiago, sin inscribirse en la nómina publica como era la costumbre de muchos políticos de esa lejana época. No era caudillo ni demagogo. Por su ecuanimidad y disposición al diálogo, su pragmatismo, su apego a la justicia, en fin sus indiscutibles dotes de líder civilista, el maestro Hostos declaró a Espaillat “…el hombre más digno del ejercicio del Poder que ha tenido la República”.

Sin buscar la primera magistratura de la nación, él fue llamado a ejercer la presidencia por aclamación democrática en 1876. Formó un equipo de gobierno estelar para trabajar pensando en las futuras generaciones. No hubo persecuciones, ni presos, ni exiliados políticos durante su mandato, pero tampoco hubo los repartos que acostumbraban hacer nuestros gobernantes de antaño. Al cabo de pocos meses, el país regresó a sus viejas andanzas del combate armado entre facciones, a la garata con puño. En el “Proemio” a la primera edición de los Escritos de Espaillat (1909)- Galván relata con crudeza la situación creada y los ingentes esfuerzos de Espaillat por salvar al país de la desgarradora guerra entre bandos. Quizás la más citada sentencia del presidente civilista, quien creía firmemente en la justicia y la educación como bases para el progreso, fue fruto de la devastadora frustración por el fracaso de su gobierno progresista:

“Yo creí de buena fe que lo que más aquejaba a la sociedad de mi país era la sed de justicia, y desde mi advenimiento al Poder procuré ir apagando esa sed eminentemente moral y regeneradora. Pero otra sed aún más terrible la devora: la sed de oro”.    

Gregorio Luperón, el general restaurador y compañero de luchas de nuestro discreto estadista, expresó su íntimo anhelo de ver la gloria de Espaillat ampliamente reconocida,  al declarar:

Un día la historia colocará a Espaillat en el puesto más digno entre los distinguidos hombres de Estado de América para que sirva de insignia al civismo.

Coloquemos pues a nuestra insignia del civismo en nuestros corazones, adoptando su denodado empeño por pensar siempre en las próximas generaciones.

*Que conste que esta frase aparentemente apócrifa, atribuida ocasionalmente al primer ministro inglés, Winston Churchill, es paráfrasis (algunos criticones dirían “plagio”) de la auténtica expresión del pastor estadounidense contemporáneo de Espaillat, James Freeman Clark (1810-1888):  “Un político piensa en las próximas elecciones. Un estadista en las próximas generaciones.” Otra variante es la observación del estadista inglés Benjamin Disraeli (1804-1881): “El mundo está lleno de estadistas a quienes la democracia ha degradado convirtiéndoles en políticos.” En todo caso queda claro que un estadista es un político que no se descarrila por las tentaciones del poder y se mantiene siempre obrando en favor de la nación y su futuro durante toda su carrera, sin traicionar sus ideales.

Lecturas:

Adriana Sang, Mu-kien, Una Utopía Inconclusa: Espaillat y el Liberalismo Dominicano del Siglo XIX, Santo Domingo: Instituto Tecnológico de Santo Domingo 1997.

https://es.scribd.com/doc/301759702/Ulises-Espaillat-El-Presidente-Martir