Hace ya muchos años anclé en Santo Domingo, venía de mi ciudad La Vega. En ese entonces, el medio de transporte más seguro y cómodo se lo distribuían Don José Suriel, (le decían José Bretelito), mote que le disgustaba y el que nadie se atrevía a decirle. El otro chofer era Calamidad. Ambos tenían unos carros Chevrolet muy amplios y cómodos. El precio del pasaje era costoso en ese entonces y tenían gran demanda en su servicio, por lo que había que reservar con tiempo.
Cuando me iba a La Vega los viernes por las tardes, ya reservaba para regresar el lunes. A eso de las cinco de la mañana estaba Don José, recogiéndome. En mi casa viajábamos con él.
En estos meses de pandemia he ido en varias ocasiones a Santiago, mi hijo le gusta llevarme, es una forma de botar el estrés. Guardando las formas de protegernos del coronavirus, vamos a comer a algún restaurant y luego regresamos al atardecer.
Santiago es una de las ciudades que más me encanta, produce en mí una sensación de plenitud, de hechizo. Santiago me huele distinto, sobre todo en diciembre.
Todos los años voy en el período pre-navideño a visitar las tiendas. Compro adornos de Navidad. Voy al supermercado, pues allá lo noto diferente y es que cada vez que voy me remonto a mis quince años y a partir de ahí anualmente en que iba con mi mamá a examinarme de la vista con un gran médico oftalmólogo en la calle San Luis, de ahí nos íbamos a la calle El Sol a comer en el “Pez Dorado”, restaurant que pertenecía al chino Sang y que era uno de los mejores del país. Actualmente existe, pero con otros dueños. Ya no es el mismo que me gustaba tanto.
Viviendo en Santiago de Chile, una noche estando de visita donde mi amiga argentina-uruguaya, la Sra. Mafalda, ella comenzó a poner música folclórica de diferentes países, me preguntó si conocía algo del folclore paraguayo, pues cada canción que ponía yo la iba cantando y las conocía, le dije que no, entonces me dijo que esa que yo estaba cantando era del Paraguay, se trataba de “Recuerdos de Ypacaraí”.
Cuando yo vine en la década del setenta a vivir aquí en la Capital había una emisora de radio llamada “Radio Cristal”, quedaba en la 19 de Marzo esquina Mercedes. Cada domingo yo era una de las fieles oyentes de un programa llamado “Cristal latinoamericano”. El cual disfrutaba plenamente. La música era sobre todo andina. Entre las canciones que nunca faltaba estaba “El Cóndor Pasa”, del folclore peruano.
Era habitual escuchar a Mercedes Sosa, Violeta Parra, Soledad Bravo, Chabuca Granda, Atahualpa Yupanqui y una cantidad de cantautores sudamericanos que marcaron toda una época y que dejaron huellas en mí.
En Argentina hay una provincia poblada de cerros, plantada de cactus y con una gran cultura inca en donde se confeccionan ponchos andinos. Es “Catamarca”.
Al bordear la Cordillera Central, es mi costumbre poner en mi celular a Lucho Gatica cantar “Paisajes de Catamarca”. Ese es un momento sagrado para mí, es que en una oportunidad regresando de La Vega con Don José Suriel, siendo yo bien joven, un señor, compañero de viaje comenzó a cantar esa canción, explicó sobre Catamarca, él había estado en la provincia. De él poco recuerdo, pero su interpretación, nunca la podré olvidar y por medio de Radio Cristal pude mantener ese momento, por años.
Es por eso que cada vez que voy al Cibao y regreso al atardecer, no puedo dejar de emocionarme al ver la inmensidad de nuestra hermosa Cordillera Central, a la altura de Villa Altagracia. Observo los “mil distintos tonos de verde”, que al caer el sol los va matizando.
Todos estos recuerdos que guardo en mi corazón y en mi memoria, son los que me hacen sonreír y pensar que ha valido la pena vivir.