Nuestra principal pobreza no es material, es de otro tipo. Se observa cuando uno habla con la gente y en los temas tratados en la radio y en la televisión. Tal vez la pobreza es mundial, pero aquí es tan cotidiana en el modo que predomina que uno siente o presiente que es sólo nativa. En tal modo somos pobres que los escasos héroes que tenemos son líderes de bateo o en efectividad, con una gran fama en otro lugar, pero que no saben elegir sus amigos.
Ahora bien, si uno en este lugar buscara amigos distintos a los que pululan detrás del dinero no lo podría encontrar, porque las hazañas socialmente premiadas en este lar terrenal no fortalecen el espíritu de una nación ni producen seres distintos a los que solemos encontrar. Cada truhán que vive aquí de su fama se convierte en el modelo nacional.
Todo está en nuestras tristes carencias, que yo quisiera decir que son del orden intelectual, pero es algo como más profundo, que se refleja en las acciones políticas, pero que no se queda ahí. Somos más pobres de lo que pensamos. Lo que nos falta no se refleja sólo en el debate de perversos que se suele escuchar como alta política y que se reproduce como conducta valorada en cada conglomerado social.
Nuestra principal miseria no está en la noción de triunfo que hemos aprendido, que habla de la virtud de engañar al otro como proeza de las más dignas. Tenemos ladrones agito de posesiones que no entran en cuestiones filosóficas e ideológicas sobre el derecho de propiedad diciendo que es un robo igual. Son seres que despojan a los otros cumpliendo un deber natural, con la justificación cultural de que ellos lo merecen y los otros no.
Nuestra gran desdicha no está en el ver ladrones opulentos y ociosos como arquetipos de la vida social. Nuestra gran miseria es que los aceptemos. Asumir como válido sus discursos y aceptar como verdades todos sus relatos, cuando sabemos que son mentiras que producen como plagas de langostas seres moralmente defectuosos.