Hago un alto en mi serie sobre la biografía de Juan Bosch para compartir algunas ideas sobre la situación actual de la democracia en República Dominicana. Me considero obligado a compartir con los lectores de esta columna mi perspectiva sobre el presente y el futuro inmediato político de nuestra nación, debido a mi formación profesional y mi experiencia activa en la construcción de la democracia dominicana desde el 1978.
De muchas maneras se puede definir la democracia y sus contextos sociales, y por supuesto sus bases a partir de los procesos históricos que vive cada sociedad. Dos rasgos de la democracia quiero apuntalar para mi análisis de lo que estamos viviendo, con la aclaración de que no son los únicos que ayudan a definir la democracia. El primero proviene de Karl Popper. La democracia es entendida por este autor como una sociedad abierta, flexible, que con cierta agilidad ajusta sus procesos económicos, sociales y políticos a las necesidades que entiende la mayoría -lo más amplia posible- es más beneficioso para el desarrollo de todos. Lo opuesto a una sociedad abierta sería una tiranía donde el estatus quo se conserva en función de los intereses de una persona, una familia o un pequeño grupo. Esa inamovilidad, o movilidad direccionada en función de limitados intereses, va acumulando resistencia, disgusto y en algún momento estalla violentamente y al igual que una represa de agua que se rompe, avanza con furor destruyendo gran parte de los bienes sociales y en muchas ocasiones provocando la muerte de centenares o miles de jóvenes y adultos. En una sociedad abierta eso nunca sucede porque los cambios socialmente demandados se encauzan con celeridad.
Históricamente la tiranía de Trujillo cayó debido a una expresión violenta de la acumulación de esas fuerzas contrarias al déspota que una noche estallaron ante la imposibilidad de generar cambios pacíficamente. Pero históricamente no son los extremos los más comunes, existen muchas experiencias políticas recientes donde gobiernos dominicanos van acumulando un cúmulo de rechazo por intentar mantenerse en el poder manipulando la voluntad popular. Ocurrió con Balaguer en el 1978 y el 1994, y a todas luces está pasando en la actualidad por el intento del Presidente Medina de mantenerse en el poder violentando los mínimos criterios democráticos. En el caso de Medina el proceso comenzó en el 2016 cuando impuso su candidatura mediante una reforma constitucional, y no lo logró en el 2019 debido sobre todo a la postura contraria de los Estados Unidos. Ese hecho lo llevó a manipular una primaria interna de su partido que le permitiera garantizar una continuidad a través de uno de sus seguidores más fieles.
Pero una cosa es lo que pensó el presidente Medina y otra muy distinta lo que viene ocurriendo. Un expresidente Fernández que se ha hecho fuerte con cerca de un 20% del resultado de encuestas, un candidato González que no logra remontar a un 30% y un Luis Abinader que remonta por encima de la mitad y con posibilidades de ganar en una primera vuelta.
Y aquí entra el segundo rasgo de la democracia que quiero comentar. Previo a la democracia como mecanismo político, ha de construirse la democracia como cultura social, es decir, no es cuestión de elecciones, sino de cultivar el respeto a la diversidad y el derecho de que otros obtengan mayorías y gobiernen, sea un club cultural, una junta de vecinos, un gremio profesional y por supuesto en la vida política. Si los participantes en la vida política carecen de cultura democrática, sobre todo los que detentan el poder, entonces consideraran como demostración de astucia el corromper los mecanismo electorales para quedarse en el gobierno, sin el menor rubor. Son mentalidades autoritarias jugando a la apariencia de democracia como forma. Agrava el caso las patologías personalistas de muchos liderazgos políticos dominicanos que no toleran la idea de ceder el poder y mucho menos retirarse.
En conjunto esos dos rasgos tienen en el caso dominicano un claro sello trujillista, quien controló el proceso social, económico y político siempre a su favor y de su familia, y que ejecutaba mascaradas electorales con la regularidad que indicaba las constituciones que él mismo se diseñaba. Hasta que la sociedad dominicana no se emancipe de esa influencia trujillista, no tendremos democracia, pero si mucha corrupción y una sociedad gravemente desigual.