La India y China son rivales en la geopolítica y a cada rato hay enfrentamientos armados en sus fronteras. Cuando yo estudiaba en una universidad en Estados Unidos durante la década de los cincuenta del siglo pasado (¡qué alejado suena!) una de las tareas que me tocó hacer fue opinar si dentro de setenta años sería la China comunista o la India capitalista el país predominante en términos políticos y económicos. En esa época del anticomunismo beligerante de McCarthy y Eisenhower mi trabajo predijo que sería la India. ¡Qué gran equivocación! China actualmente posee la segunda economía más grande del mundo y es una gran potencia militar.
Hoy día el pleito diplomático entre esos dos países incluye las exportaciones de vacunas para luchar contra la COVID-19. Ya nosotros las hemos recibido de ambas naciones, aunque las chinas, por provenir de una empresa “privada” de ese país, nos cuestan veinte dólares la unidad, en contraste con los cuatro dólares por vacuna bajo el acuerdo Covax auspiciado por la Organización Mundial de la Salud (OMS). A Trump no le interesaba donar vacunas a países pobres, ya sea por razones humanitarias o geopolíticas y por eso el atraso de ese país, ahora bajo Biden, en esa estrategia. En contraste durante la segunda mitad del siglo pasado Estados Unidos era el gran donante de grano a los países pobres.
Israel es el único país que ya ha vacunado a todos sus adultos y por eso anunció que está regalando a Honduras 5,000 vacunas (una migaja) de la farmacéutica “Moderna”, hechas en Estados Unidos y que reexportará. A cambio Honduras movería su embajada a Jerusalén. Estamos entrando en la época de reexportaciones de vacunas sobrantes. En el Congreso norteamericano se pide investigar al presidente de Honduras por narcotráfico. Israel también ha hecho la misma oferta a Guatemala. No donará vacunas a El Salvador pues ese país, para estar bien con Trump, hace tiempo que mudó su embajada a Jerusalén. Es el único que lo ha hecho en el hemisferio. Creemos que Israel no hará una oferta similar a Costa Rica dada su fuerte institucionalidad. Tal vez el lector recuerde que pocos días antes de las recientes elecciones norteamericanas nuestro canciller anunció que estaba “estudiando” mover nuestra embajada a Jerusalén, pero desde que ganó Biden no se ha vuelto a tratar el tema, por lo que presumimos que ese “estudio” irá muy lento.
No hay duda que pronto adquiriremos vacunas rusas “Sputnik” como ya lo han hecho Argentina, Brasil y 48 otros países. Por cierto, el presidente Alejandro Fernández acaba de visitar a su homólogo de México, quien recientemente se quejó ante Naciones Unidas por el acaparamiento de las vacunas de parte de los países ricos. Y es que en Argentina se producirá una vacuna que será empacada en México. Los filipinos, por su lado, quienes antes promovían mucho la salida de sus ciudadanos para trabajar en el extranjero, ahora están chantajeando al Reino Unido y Alemania con mandarles enfermeras tan solo si le donan vacunas.
En nuestro país, donde por protocolos internacionales hay que guardar la mitad de las vacunas que se necesitarán para la segunda dosis, la velocidad de vacunar hasta ahora ha sido muy reducida. Para tener a todos nuestros adultos inoculados para fines de diciembre se requeriría “pinchar” a 25,000 personas por día, incluyendo fines de semana y feriados y el ritmo de los vacunados hasta ahora ha sido mucho más lento, pues en una primera semana se han vacunado tan solo 26,435 personas.
Un ejemplo interesante de la “diplomacia de la vacuna” es Chile, el que más adelantado está en América Latina en el proceso de vacunación, con un 16% de sus adultos ya habiendo recibido la primera dosis. Ese país ha comprado vacunas a Estados Unidos, a Rusia y a China dentro de una política que algunos han definido como de “neutralidad activa”. Nosotros también estamos neutralmente activos, aunque lentos en el vacunar en sí.