La literatura caribeña ha estado siempre caracterizada por el fenómeno de la diáspora: República Dominicana, Cuba y Puerto Rico, por ejemplo, han vivido intercambiándose autores. Así ha sido desde que la civilización hispana nos legara la lengua y, con ella, la influencia de su cultura cervantina.

¿Acaso no sentimos los dominicanos como nuestro al puertorriqueño Eugenio María de Hostos, transformador del sistema de enseñanza dominicano en el siglo XIX? ¿No es nuestro el autor de «Virginia», Valentín Giró (1883-1849), a pesar de haber nacido, igual que el apóstol Eugenio María de Hostos, en la ciudad puertorriqueña de Mayagüez?

Un dato curioso: Adolfo de Hostos, hijo de Eugenio María de Hostos, fue un afamado historiador e investigador arqueológico puertorriqueño, declarado, en 1936, como «Historiador de Puerto Rico» ―algo así como Historiador Nacional― por sus aportes al estudio de la cultura de ese país hermano. Pero resulta que Adolfo nació, en 1887, en la ciudad de Santo Domingo.

Asimismo, ¿no sentirán los cubanos como suyos a los hermanos Angulo Guridi, a Francisco Javier Foxá y Lecanda, a Esteban Pichardo y Tapia, a Francisco Muñoz del Monte y al propio Nicolás Heredia? Los cuatro tuvieron, en el siglo XIX, una profunda incidencia en la vida cultural de la mayor de las Antillas.

A Cuba debemos agradecerle su invaluable donación a las letras dominicanas: Federico García Godoy, eximio escritor, vegano por adopción y autor de la brillante trilogía novelística conformada por Guanuma (1914), Rufinito (1908) y Alma dominicana (1911). García Godoy nació cubano el 25 de diciembre de 1857 y luego ―informa Néstor Contín Aybar en su Historia de la literatura dominicana1― vino al país, con su familia, en 1868, a la edad de 11 años, viviendo primero en Puerto Plata y estableciéndose después en la ciudad que sería su hogar por el resto de su valiosa vida: La Vega. Aquí moriría en 1924. Su amor por esta tierra de palmeras y sinsabores fue tal que legalmente gestionó la nacionalidad dominicana, la cual le fue concedida el 7 de enero de 1888.

Y es que los lazos de hermandad histórico-culturales que atan a estos pueblos «descubiertos» por Cristóbal Colón y marcados por un destino, en cierto modo, común, hace que el intercambio y la integración se impongan con tal fuerza que inevitablemente tienen que darse confusiones como la de considerar como cubano al autor de Leonela (1983), habiendo nacido éste donde mismo naciera el gran Máximo Gómez: en Baní.

Vale recordar que el celebrado poeta cubano José María Heredia (1803-1809), llamado «El Cantor del Niágara», era hijo de un dominicano y una dominicana: José Francisco Heredia y Mieses (1776-1820) y María de las Mercedes Heredia y Campuzano (1782-1855) eran sus padres. Pero este hecho histórico de importancia literaria merece otro artículo.

Hay que destacar que han sido determinantes, en ese proceso emigratorio-inmigratorio, factores políticos y económicos que en momentos estelares de la historia de cada uno de los países citados han jugado un rol influyente en la vida intelectual y cultural de la región caribeña.

En su Historia de la literatura hispanoamericana2 Enrique Anderson Imbert se refiere a Nicolás Heredia como si fuera cubano. El reputado crítico argentino dice: «Nicolás Heredia (Cuba; 1849-1901), realista en Un hombre de negocios (1882), logró su mejor novela con Leonela, en la que elementos naturalistas se combinan con apasionados rasgos románticos».

Anderson Imbert, discípulo aventajado del humanista dominicano Pedro Henríquez Ureña, menciona a Heredia en el «Capítulo IX (1860-1880», en el que estudia la segunda generación romántica de la literatura hispanoamericana. Cita dos ejemplos de la narrativa romántica dominicana en ese periodo: a Francisco Gregorio Billini (1844-1898), autor de la novela Baní o Engracia y Antoñita (1892); y a Manuel de Jesús Galván (1834-1910), el célebre autor de Enriquillo (1882), novela incluida por la Editorial América en Los 333 libros más famosos del mundo (1990).

Curiosamente, Heredia ―como ya dijimos― es tan banilejo como su padre, Francisco Javier Heredia (1831-1885), militar al servicio de las fuerzas españolas, y quien, en compañía de Máximo Gómez, emigró a Cuba con toda su familia, en 1865, a consecuencia de la Guerra de Restauración. Nicolás Heredia tenía, en ese momento, 13 años de edad, pues había nacido en 1852, no en 1849 como registra Anderson Imbert en su obra citada.

Rufino Martínez, respetable biógrafo dominicano, afirma, en su Diccionario biográfico- histórico dominicano 1821-1930, que «…Nicolás Heredia. Nacido en Baní, y quien adolescente, pasó a Cuba siguiendo la devoción de la familia a la bandera española, dejada de enarbolar el 11 de julio de 1865». Y luego agrega que el novelista dominicano «Acabó por abrazar la libertad cubana».4

Por su lado, Contín Aybar señala que: «En el esfuerzo titánico que hizo Cuba por alcanzar su libertad no faltó la contribución del ilustre banilejo. Por esa razón fue expulsado del territorio cubano. Pero siguió trabajando en pro de los ideales de la libertad del seno de la Junta Revolucionaria de Nueva York».5

Ahora bien, diversos son los autores nacionales y extranjeros que consignan como dominicano a Nicolás Heredia: Pedro Henríquez Ureña, Joaquín Balaguer, Edna Coll, Vetillo Alfau Durán, Federico Henríquez y Carvajal, Joaquín S. Incháustegui y los citados Rufino Martínez y Néstor Contín Aybar.

Pero independientemente de cualquier consideración sobre la nacionalidad de Nicolás Heredia, lo más importante es conocer la manera en que él asumía este hecho. En su poema «Quisqueya» (1877) de cuyo texto Contín Aybar cita algunas estrofas con las que, según el historiador literario, Heredia «testimonia, claramente, que la fama alcanzada en Cuba no le hizo olvidar su patria».6 El escritor dominicano, con gran tristeza y con notable nostalgia, que le brota de muy adentro, confiesa:

 

Al recordarte, tierra bendecida,

apenas puedo contener el llanto

por eso con el alma dolorida

tus desventuras y tus glorias canto

 

Nunca, tierra adorada,

jamás dentro del pecho

otro amor abrigué, ni otro cariño

que el que me inspira la gentil Primada,

donde mi cuna se meció de niño.

 

Son rosados recuerdos, sueños de oro,

hermosas esperanzas infantiles,

de ilusiones riquísimo tesoro,

cuánto luce en sus mágicos pensiles

mi joven fantasía,

tanto vive en tu seno, patria mía.

 

Nicolás Heredia y Mota, novelista, ensayista, crítico, poeta, orador, abogado y político dominicano murió, como el maestro Pedro Henríquez Ureña, mientras viajaba en un ferrocarril y fulminado por un ataque cardíaco, no en la tierra de Gardel, sino en la de Walt Whitman, el 12 de junio de 1901.

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  1. Néstor Contín Aybar. Historia de la literatura dominicana. San Pedro de Macorís: Universidad Central del Este (UCE), 1983. Tomo II: pág. 300.
  2. Enrique Anderson Imbert. Historia de la literatura hispanoamericana. México: Fondo de Cultura Económica, 1974. Tomo I: pág. 312.
  3. Rufino Martínez. Diccionario biográfico-histórico dominicano 1821-1930. Santo Domingo: Universidad Autónoma de Santo Domingo (UASD), 1971. Págs. 221-222.
  4. Loc. cit.
  5. Néstor Contín Aybar, Op. cit., pág. 213.
  6. Ibidem, pág. 214.