La novela histórica tiene una amplia tradición en la cultura mediterránea, sobre todo en aquellos pueblos que como Grecia, Italia, Francia, España, Alemania y Rusia han querido retratar sujetos, contextos y experiencias ligadas a funciones psicológicas e identitarias, reveladoras de acciones provenientes de la política,  la historia, la religión, los héroes, ceremonias y tradiciones festivas representactivas. En casi todas las naciones del mundo se escriben novelas históricas clásicas, modernas y tardomodernas. Podemos decir que existe un mercado ruidoso de novelas llamadas históricas junto a lectores ansiosos de consumirlas.

La temática de la novela histórica o de tema histórico aparece en la Grecia clásica con los relatos de Heródoto, Pausanias, Jenofonte, Tucídides y más tarde con las Historias Romanas de Tito Livio que se leerán como narraciones fontales y originarias con un grado de sustancialización mitológíca, mitográfica y hasta mitopoética. Los relatos de héroes y guerreros, así como las descripciones caracteres y  hazañas bíblicas han servido para retener, adecuar y reconstruir historicidades, así como cuerpos imaginarios y textuales que han servido para estrechar aún más los lazos entre historia y novela. El ya clásico texto de Lukács titulado La novela histórica (1999), así lo confirma.

No en vano, los historiadores modernos han utilizado novelas, historias locales y las historias totales para interpretar un tipo de mentalidad que subyace en la civilización occidental como gesto, trazado y retrato. De ahí que temas y personajes como Nerón, Calígula, Julio César, Hitler, Jesucristo, W. Churchill, San Pablo, Lenin y otros hayan sido objeto de trabajos e investigaciones narrativas, biográficas e históricas.(Ver al respecto, Justo Serna: La imaginación histórica, Eds. Fundación José Manuel Lara, Sevilla, 2012.)

La modernidad y la tardomodernidad o posmodernidad han propiciado a través de la novela una puesta en escena de temas, héroes y sucesos con líneas definidas de historicidad, siendo así que en los últimos veinte años del siglo veinte y, aún antes, hemos tenido una avalancha de novelas llevadas al cine, al teatro, la televisión y a la ópera, lo cual implica un proceso múltiple de narrativización y adecuación de universos históricos e imaginarios en el orden muchas veces difuso del discurso novelesco.

El novelista quiere ponerse en contacto con las raíces y para ello utiliza los recursos de la fragmentación, la interpretación, la interpolación, las extrapolaciones temáticas y formales para fabricar tejidos, incluso experimentales de la sustancia histórica y novelesca. A pesar de las dificultales generadas por una tratadística histórica relativa a las visiones y preocupaciones, que en tal tenor revela contenidos emergentes, sacralizadores o desacralizadores, asistimos a una vuelta y a un repunte de la novela histórica basada en creencias religiosas y actividades sagradas, ceremoniales, mistéricas o cultuales.

Con la introducción de la subjetividad como función y visión que desde Víctor Hugo, Goethe y Joyce se hacen observables en la caracterización y creación de la novela moderna, asistimos a recombinaciones narrativas y espaciales que le otorgan valor y vida a héroes, tiempos y espacios de la acción artístico-narrativa. Se ha llegado a hablar de una novela pictórica y de una pintura novelesca donde el artista visual pretende “novelizar” lo real a través de un modelo y el novelista ha intentado pintar, retratar y planear un orden orgánico y mágico mediante un modelo histórico-literario.

Se trata de nuevas formas de invención narrativa que se expresan mediante la mixtificación o mezcla de procedimientos técnicos y novelescos que impulsan los valores creacionales, imaginarios y míticos determinados por el dinamismo del texto-novela en la era postmoderna. Así, novelas tales como El amuleto de Samarkanda de Jonathan Stroud (2004), Sonata interrumpida de Joyce Hackett, La dama y el unicornio de Tracy Chevalier (2004), Memorias de Idhún. La resistencia, de Laura Gallego García (2004); La Hermanadad de la sábana Santa de Julia Navarro (2004); En contra del destino de Amy Tan (2004); La Pianista de Elfrede Jelinek (2005); Pompeya de Robert Harris (2004); Eragón de Christopher Paolini (2004); Inquisición. Las cárceles del Santo Oficio de Miguel Betanzos (2004); Al servicio de Nelson de G. S. Parsons (2001), y otras, alcanzan un niveide compra, lectura e intercambio importante para el mercado literario actual.

Espiritualidad, rescate de memoria, revelaciones de secretos y temas oscuros de la historia humana se leen como una crónica novelada y como escrito que se presume de testimonio y documento de una época o reflejo de un tipo de visión temporal.   En este sentido se podrían leer las novelas de Kent Follet, Los Pilares de la tierra (2004); Stephen King, Las cuatro estaciones (Vols. I y II (1983); El cazador de sueños (2001); Apocalipsis (1990) y otras; también La casa de las siete urracas (1992), La isla del paraíso (2004) y La herencia de Landower (2004) de Victoria Hott; Lanzarote de Michel Houellebecg (2000); El último Merovingio de Jim Hougan (2004); La reina sol (2002) y El imperio de las tinieblas (2003).

La historicidad de ciertas estructuras narrativas que aparecen en la mayoría de estos Best-sellers se interpreta no solo a partir de una escritura a veces borrosa, opaca o transparente, sino también en textos cinematográficos difusores de “supuestas claves” y signos históricos ocultados por cierto poder comunicacional.