Lo relatado como suma de ejes temáticos y de historias de grupos produce un arqueado complementario de relaciones entre protagonistas y antagonistas, allí donde la novela se va conformando en base a un cuadro de acciones y detalles de vida mediante los puntos clave de la opresión insular, manipulación de la ley y el estatuto jurídico del sujeto:
“El abogado de Fullarton se apresuró a intervenir. El fiscal de la Corona protestó; el gobernador Hislop denegó la protesta. Pero el abogado de Fullarton no tenía nada de preguntar. Logró plantear cinco preguntas irrelevantes y se sentó. Al día siguiente, insistiendo en el asunto de la edad de Luisa, ya perdido, llamó a otro de sus perjudiciales testigos mulatos. ¿Cuántos años tenía Luisa Calderón cuando se fue a vivir con Pedro Ruiz? Según mis cálculos, y por lo que me contó su madre, diez años. El abogado de Fullarton estaba desorientado. ¿A usted le pareció que tuviera esa edad? Era como una incitación. Sí, no era una mujer, no tenía pechos, y por lo tanto, pensé que tenía esa edad. Horas más tarde, el abogado de Fullarton llamó al padrino de Luisa. Declare ante el tribunal con la mayor aproximación posible el día del bautismo de Luisa.
No lo recuerdo bien.
¿Qué edad parecía tener en aquellos momentos? Una niña ni de un mes.
Entonces el abogado de Fullarton perdió la cabeza por completo.
¿Eso creo, más o menos? De modo que Luisa sólo tenía diez años. De modo que la habían encarcelado y torturado a los siete, y era la querida de un hombre a los cuatro y medio. Estupefacto, el abogado de Fullarton dejó al mulato en manos del fiscal. El fiscal no le hizo ninguna pregunta. El abogado de Fullarton dijo que no tenía más testigos. Había un alguacil, pero estaba en el continente. El fiscal llamó a Vallot. Vallot conocía toda la historia de la tortura en Trinidad; casi cualquier cosa que hubiera dicho sobre el asunto habría resultado perjudicial. El abogado de Fullarton desconcertó a todos al protestar. No le hicieron caso. Y Vallot preso juramento, ya jubilado, libre de polvo y sudor de la cárcel, quizá con sus mejores ropas de paisano, quizá un poco inquieto y también frágil tras la preparación. El fiscal reavivó su memoria poco a poco, con sencillez.
¿Se trató a Luisa Calderón como a los demás prisioneros?
Se la trató mejor que a ningún prisionero.
¿En qué clase de habitación estaba confinada?
En una habitación grande.
¿Era un aposento cómodo para un prisionero?
Era un lugar adecuado para personas blancas, el mejor de la prisión.
¿En qué consistían su comida y alimento en prisión?
Le servían de mi propia mesa. Incluso tomaba café por las mañanas.
¿Negó alguna vez el permiso para que se le proporcionara alguna comodidad?
No, nunca. Por el contratio, su hermana le llevaba dulces y tabaco todos los días.
Parecía un hotel. El abogado de Fullarton realizó el careo. Hizo que Vallot dijera al principio que no había instrumentos de tortura en la cárcel durante la época española; pero fue un golpe de suerte. El hecho importante quedó así, y en nada de tiempo el abogado de Fullarton se perdía en su indiscriminada curiosidad de costumbre. Preguntó por la rutina diaria de la cárcel, las raciones de los negros presos (“¿Nunca menos?” – Nunca menos”), los grilletes, el palo. Y Vallot revivió los años de la prisión.
¿Cuánto hace que vio el trato de cuerda?
Lo vi todo el tiempo en la prisión vieja, pero desde la construcción de la nueva se ha suprimido.
Y en la prisión nueva, aun solo un edificio, había nuevo carcelero, ni siquiera un nombre. Vallot era Vallot. El nuevo nombre nunca tendría ese peso; sigue siendo desconocido. Fue la última aparición pública de Vallot. A su negro, Porto Rico, Boutique, se lo habían llevado hacía dos años a las calles extrañas de Londres (“¿Dónde está ahora?” – “No lo sé, pero creo que está con el señor Fullarton”). Y después. Él mismo, una figura durante quince años, desaparece.” (pp. 292-295)
Importante sería mostrar las averiguaciones en torno a la bio-graphia de los personajes ligados también a una historia de la institución política abierta a lo que hoy llamamos la crítica histórica poscolonial y a los trazados interpretativos del sujeto real e imaginario. El objeto social se constituye junto al objeto no histórico. La cardinal que aporta datos para el conocimiento y comprensión de la estructura histórica y jurídica es, a nuestro modo de ver,la siguiente:
“El tribunal había realizado su tarea más importante. El hombre llamado Ruiz dejó constancia de su cólera ante la sugerencia de que se hubiera acostado con una niña de cuatro, siete o diez años, como decían algunos, cuyos pechos habían desarrollado. Begorrat protestó cuando su amigo fiscal le llamó como testigo. Era simple formulismo. Respondió con fluidez, precisión y detalle. Aplastó al abogado de Fullarton. Destrozó a Castro, el escribano”.
El contexto narrativo activa en este caso el diálogo como consecuencia de la ruptura que cobra valor de indicio a respuesta, y de núcleo a núcleo de narración. La novela resulta el nivel inquisitivo y la manipulación de la ley en un plano decisivo donde el diálogo aspira a recuperar las marcas históricas de la vida colonial:
“Le conozco desde el año 1784. Estaba al servicio del capitán Barritto, por entonces gobernador de esta isla. A la llegada del señor Chacón, pasó a ser escribano, para gran indignación de la comunidad, pues había sido soldado raro en el veterano cuerpo de Margarita, y se fue a Angostura, donde se alistó en los guardacostas; y fue sirviente y barbero del capitán Litemondi en Margarita. Lo cual me lleva a la convicción de que no realizó estudios de derecho español.”
En realidad, era ya lo único que quedaba por hacer, el castigo y degradación pública de Castro. Begorrat y sus amigos se ocuparon de ello ante el tribunal durante los tres meses siguientes, con dos largas interrupciones de la ley marcial.” (PP. 295-296).
Toda la épica en la historia de Trinidad y el Caribe nos muestra el valor literario y sobre todo narrativo de Naipaul. La historia del Caribe insular, admite un trazado en cuyos ejes se particulariza el conjunto, el detalle, la novela, el narratema de comienzo, desarrollo y de cierre, así como los elementos cardinales del sentido histórico—cultural. La lectura de un texto como La pérdida de El Dorado, invita a un conocimiento y reconocimiento de las estructuras mentales, políticas, jurídicas, económicas e ideológicas, bajo el argumento de un contexto de formación colonial y de uso político de la historia en la “literatura”. El tejido textual e intelectual de esta obra necesita de complementos analíticos conformados por la estructura misma de secuencia que focaliza la visión de un mundo social caribeño, instruido y reconocido por varios tiempos de significación y de representación narrativa.