Los libreros son la última especie feliz de la humanidad. Se esfuman pero permanecen tomados de lo más revelador: la página. Hoy estoy muy pero muy triste. Tal vez ustedes hayan conocido a Caridad, de Librería Avante. Se nos fue el pasado lunes. Me lo acaban de informar desde Puerto Rico los queridos Darlene Hull y René Grullón, dos ángeles mínimos que siempre nos rondan. No sé las circunstancias, pero tampoco tiene sentido. Caridad, con todos sus acentos castellanos manchegos, con esa sonrisa incandescente y la disposición a surfear entre autores y títulos, se nos fue. No la ví en la Feria del Libro de este año. Al igual que la otra mítica librero dominicana, Virtudes Uribe, Caridad le perdió todo el interés a esa avalancha de todo menos del libro que es la Feria Internacional del Libro. Me sentí más que desubicado al no verla ni a ella ni a Virtudes en esa calle central donde siempre estaban. De verdad: hacía tiempo que no estaba tan triste. El año pasado me pasó con la librería Charlemagne en Le Marais, en París, y también con un anticuario que religiosamente visitaba en Broadway, en el Midtown. Las librerías se esfuman. Junto a Virtudes, nos quedan los Povedano, de Mateca. Sí, hay que insistir en el papel, en los anaqueles, en esa navegación cavafiana que no nos llevará a ningún lado porque siempre las Ithakas serán puertos para seguir y seguir.
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