Las siguientes líneas no aspiran al rigor racional y mucho menos completar el tema que me ocupa. El pasado domingo de Pentecostés murió el P. Rafael Torres, redentorista, en su natal Puerto Rico. Fue misionero en su tierra, en República Dominicana, Haití, Cuba y África. Fue mi formador en el sentido más hondo del término. Dialogando con muchos de los que nos hermanamos en torno a Felo surgió la cuestión de comenzar a explicitar las notas distintivas de su vida y su manera de actuar siguiendo el camino de Jesucristo.

Lo más evidente para todos los que le conocieron es que Felo no se dejaba atrapar en ningún escenario que cercenara su vinculación con los más pobres y los que sufren. En casas que visitaba incluía en el diálogo a las trabajadoras domésticas o los empleados, llegando incluso a recordar mejor el nombre de ellos que de los anfitriones, sin llegar por supuesto a crear un disgusto, provocando sutilmente que la vida y familia de los más humildes estuviera en el centro de atención de todos.

Frente a distintas situaciones siempre terminaba del lado de los más pobres y distante de quienes tenían el poder. Preguntando por lo que sentían o de donde provenía su familia, destacando la importancia de su servicio y la relevancia de su existencia. En torno a Felo nunca había gente sin importancia o anónima, fueran niños o mujeres, trabajadores o marginados. Con él aprendimos a ser recelosos de quienes ostentan poder y mucho más de quienes lo usan para abusar o atemorizar a los más pequeños, a los que no tienen como defenderse. Es maléfica toda forma de poder cuando no está al servicio de los más pobres.

Ver a Felo en acción era una profunda experiencia espiritual. Su forma de preguntar, su atención a lo que dicen los que usualmente no son escuchados, su técnica de evitar al máximo ser el protagonista y dejar que fueran ellos, los más humildes, quienes se empoderaran de la situación. Muchas veces en el proceso formativo en la Casa San Juan Neumann nos colocaba a la escucha de mujeres mayores pobres que tenían tanto que contar sobre la vida, el cuidado de la salud, la manera de cocinar, la crianza de los hijos, la realidad política y por supuesto sus críticas a muchos de los que pretendiendo ser religiosos las discriminaban.

En la Casa Neumann siempre habían invitados a comer, sobre todo niños pobres del barrio aledaño. Las celebraciones festivas siempre eran con las familias del sector que originalmente se llamó el Semillero, pero debido a un hecho curioso terminó llamándose La Habichuelita. En una celebración de Cuaresma, mientras se celebraba una misa, se había dejado en una casa cocinándose a fuego lento una habichuela con dulce, pero al concluir la eucaristía descubrimos que algunos vivos se habían robado toda la habichuela con dulce. El nombre ha quedado hasta el presente, es el barrio que queda entre la Calle Esther Rosario y la Calle San Juan en el kilómetro 8 y medio de la Av. Independencia.

Con la misma pasión con que Felo se entregaba al servicio de los más pobres su vida no se explica sin un profundo amor por la naturaleza. Montañas y playas, cotorras y gatos, incluso un león viejo cuando vivió en África, eran parte de su existencia. Disfrutaba nadar, caminar por horas, ver la noche estrellada y contemplar los amaneceres frente al mar. Un proyecto que nunca ejecutó, pero lo tenía muy bien pensado, era intentar nadar hasta la isla Saona, ya que en Puerto Rico hizo proezas de ese tipo. Siempre que notaba que estábamos algo estresados por los estudios nos montaba a todos en un vehículo y nos íbamos a Boca Chica a pasar el día allá.

En varias ocasiones íbamos de retiro a las dos casas Manresa, pero también a lugares en Jarabacoa o San Juan de la Maguana. En la casa la capilla estaba centrada en un sagrario hecho por todos nosotros con forma de casita del sur. Muchas horas pasé en oración frente a ese humilde hogar donde estaba el Santísimo. Me cuesta todavía mucho estar en oración frente a sagrarios de oro o plata, más cuando estoy tan consciente que el primer sagrario fue un pobre pesebre de una pobre aldea en Palestina.

La Casa Neumann fue hogar por largas temporadas de jóvenes que se estaban formando para encontrar el camino que el Señor le señalaba para vivir su bautismo, pero también gente humilde. Un joven no vidente, otro que tenía una enfermedad que destruía su tejido óseo, o escultores de madera haitianos, llegaron a convivir y ser parte de la formación de los que vivimos en ese centro de formación redentorista. Recibíamos visitas a menudo de matrimonios que Felo orientaba, de redentoristas de diversas partes del mundo, de sacerdotes y seminaristas diocesanos y de otras congregaciones, de religiosas, de hombres y mujeres humildes del interior del país y de la capital. Era muy común que al mediodía al llegar de las clases nos encontráramos uno o varios invitados que generaban ricas sobremesas.

Felo era un apasionado de la historia del Caribe, de cada pueblo que vivía en las orillas de este hermoso mar. Con mucho café supimos durar dialogando hasta la madrugada sobre la historia de Puerto Rico, República Dominicana o Haití, de las luchas de nuestros pueblos por lograr la soberanía y un régimen de justicia social. Concluidas las Completas algunos se acostaban a dormir, pero otros nos íbamos con Felo al comedor y la galería a hablar sobre temas de carácter político, histórico y hasta teológico. Nos inculcó el amor por nuestros pueblos y su historia. Gané identidad como cristiano y caribeño gracias a él.