Hace unos días el Instituto Nacional de Pastoral me invitó a compartir algunas reflexiones sobre la cultura y la acción pastoral de la Iglesia. Esa breve exposición la dediqué a mi bien recordado profesor y amigo el P. Jorge Cela sj, con quien cursé en mi Licenciatura de Filosofía la asignatura de Antropología Cultural y Física. Esbozo en este texto algunas de las ideas que expuse a los agentes de pastoral que participaron en ese diálogo.

Creo que no voy en contra de la mayoría de las teorías antropológicas si afirmo que cultura es todo lo que hace el ser humano en comunidad y como resultado de su formación en una determinada sociedad. Como todo animal el ser humano responde a impulsos instintivos como alimentarse, refugiarse, reproducirse, defenderse, etc. Buscar alimentos para sostener la vida propia y de nuestro grupo cercano es un instinto, pero la manera en que obtenemos alimentos, la selección de los mismos, la forma en que los cocinamos o consumimos crudos, con quien compartimos la acción de comer, el horario, incluso si nos abstenemos de comer (ayuno) teniendo disponibilidad de alimentos, todo eso es cultura.

A pesar de ser mamíferos no respondemos como los otros al apareamiento impulsados a olores vinculados con las hormonas. Los humanos hemos convertido la invitación al apareamiento en cenas románticas, flores, chocolates, ropa íntima de texturas y colores determinados, música romántica, bailes, perfumes, maquillajes, sesiones maratónicas en gimnasios e infinidad de otros medios. Todos esos son expresiones culturales y son diferentes en las incalculables comunidades de humanos que pueblan el planeta. Lo que menos desean los hombres y mujeres de las culturas más sofisticadas es que se noten sus olores hormonales. Y por supuesto la respuesta sexual de los hombres es indiferente a los ciclos ovulatorios de la mujer. La mayoría de las religiones y moralidades han determinado reglas y ritos para el apareamiento, desde la prohibición de relaciones entre familiares cercanos hasta formas diversas de matrimonio con reglas específicas en cada caso.

Resumiendo, si alimentarse y aparearse es instintivo, las mil formas de prepararse para responder a esos impulsos, las maneras en que se hace y la significación que se les brinda, entre otras cosas, es cultura. Las lenguas, las religiones, las organizaciones sociales, las formas de ordenar el poder, los patrones económicos, los vestuarios, como edificamos viviendas, las ideas y creencias, todo eso es cultura. Es hechura del ser humano las cosmovisiones y los significados, tantos los que existen hoy en día, como los que desaparecieron en el tiempo y los que se crearán en el futuro. El carácter sagrado o profano que los sistemas religiosos le asignan a lugares, rituales, vestimentas, formas sociales, alimentos y demás realidades, son culturales y por tanto únicamente para los creyentes de ese sistema de creencias tiene ese valor.

Hace poco más de 500 años el valle de San Juan tenía un centro ceremonial sagrado en un lugar cercano a la actual Juan de Herrera, hoy hay muchos lugares sagrados relacionados con iglesias cristianas y formas de religiosidad popular en dicho valle. ¿Qué ha cambiado? Los patrones culturales de los habitantes de esa región en función de sus creencias religiosas. Pretender que es superior la plaza ceremonial aborigen (mal llamado corral de los indios), o la agüita de Liborio, o la Catedral San Juan Bautista, es insensato, ya que lo sagrado de esos lugares se lo brindan los creyentes de esas expresiones religiosas. Es cultural todo el sistema de creencias y prácticas asociadas que practicamos en todo el planeta los homo sapiens.

Jesús de Nazareth, a quien los católicos -y las otras religiones cristianas- lo consideramos Dios y Hombre a la vez, nació como judío en el siglo I de nuestra era, vivió como tal y murió de igual forma. No hay forma que Dios se encarnara que no fuera en una cultura determinada, sería deshumano si lo intentaba de otra manera. Y es por tanto insensato y falto de sentido de trascendencia creer que nos acercamos a Jesús adoptando sus patrones culturales, sea usando sandalias, batolas, hablando hebreo, bailando como lo hacían las mujeres de esa época en su cultura o peor aún andando con una banderita del moderno Estado de Israel. Eso no es seguir Jesús. Tampoco lo es hablar latín o griego koiné, pintar cuadros al estilo bizantino, únicamente valorar la música gregoriana, creer que la arquitectura barroca es el ideal religioso, que las liturgias anteriores al Vaticano II son más religiosas que las posteriores o que leer biblias en español antiguo o con las formas del castellano peninsular nos vincula mejor a las expresiones de Jesús. Nada de eso nos acerca más a la experiencia de nuestro Redentor, pero tampoco deja de ser útil y hermoso en la estética cristiana.

A lo largo de los últimos dos mil años las religiones cristianas han acumulado infinitas formas culturales que son evidencia de sus experiencias sociales en tantos pueblos diferentes. Católicos Romanos, Ortodoxos, Coptos, Luteranos, Evangélicos y toda suerte de expresiones religiosas que buscan un fundamento en alguna parte de los Evangelios, expresa de mil maneras su filiación con Jesucristo.

En el caso occidental el cristianismo surge como una mezcla especial de aspectos judíos, griegos y romanos. Al extenderse por América y África se vinculó a muchos aspectos de la religiosidad de los pueblos con que interactuó. Un buen ejemplo es que las primeras diócesis que se iban a fundar en nuestra isla eran:  La Metropolitana de Yaguate y las sufragáneas de Baynoa y Maguá, mediante la bula Illius fulciti praesidio. Lamentablemente eso no se ejecutó.

Si el cristianismo occidental es deudor de Platón y Aristóteles, el cristianismo chino -por poner un ejemplo- deberá encontrar apoyo en el taoísmo, Confucio y el budismo. De no hacerlo de esa forma se convertirá en un agente de la cultura occidental y no en fermento que anuncie la Buena Nueva de Jesucristo. En las culturas caribeñas falta mucho por hacer en cuanto a las formas de que el Evangelio debe integrarse con la historia y las costumbres de nuestros pueblos, evitando la inculturación occidental bajo el disfraz de la Fe y a la vez criticando con lucidez los aspectos culturales que niegan o menoscaban la dignidad de todos los seres humanos en nuestras formas y costumbres.