Esta es, sin la menor duda, la Navidad más penosa de nuestro tiempo, con un virus que ha enfermado a más de 77 millones de personas en el mundo, cobrando la vida de un millón 800 mil y proyectando un inconmensurable océano de pobreza y agravamiento de las exclusiones y precariedades en que sobrevive una alta proporción de la humanidad.

El coronavirus sigue su arrolladora expansión, cuando con esperanza asoman las vacunas que podrían contenerlo en el próximo año, pero deja una secuela de lecciones y advertencias a una civilización que viene matando la tierra, con gases y deshechos contaminantes que rebasan el suelo y apestan las aguas fluviales y marítimas y a la voracidad por la acumulación y apropiación sin límites ni sensibilidad.

En  este contexto nos encuentra la Navidad del inolvidable 20-20, que pasará a la historia como la más triste, con gran parte de las diversiones, conciertos, lugares de música, baile, bares cerrados, con deportes sin espectadores presenciales y en muchísimos lugares hasta con restricciones para la movilización y la reunión familiar. Por todas partes se respiran aires de fastidio, porque si algo queda dramáticamente comprobado en esta crisis es que los seres humanos no estamos hechos para el individualismo, el aislamiento y la coerción.

Esa rebeldía debería sacudir las conciencias de quienes  quieren acaparar los bienes de la tierra, suprimir libertades y atropellar derechos a nombre de ideologías o credos religiosos fundamentalistas y fortalecer la vocación libertaria de hombres y mujeres para romper todas las cadenas que atan a inmensas comunidades.

El panorama nacional está también altamente  contagiado, con cientos de miles de personas dependiendo de subsidios que no alcanzan ni la mitad del costo de la canasta familiar del quintil más pobre, establecido sobre 17 mil pesos.

En estas navidades nos atrapan nostalgias y nos llenamos de saudades, evocando familiares y amigos y el ayer festivo, y soñando un mañana más armónico. Tendremos que contener los impulsos gregarios para evitar el agravamiento de la salubridad general, que el interés general se imponga sobre toda vanidad, exhibicionismo y prepotencia.

Entre las ausencias de esta Navidad están el bullicio de los aeropuertos y la saturación de los espacios de entretenimiento por los cientos de miles de dominicanos que en esta temporada vienen a reencontrarse con los suyos. Porque viven en los continentes pero sobrecargados de nostalgias isleñas, aferrados a los retazos de suelo, ternuras y cultura recibidos del terruño colocado en el mismo trayecto del sol.

Reverenciemos a la diáspora dominicana que pese a las precariedades universales ha remesado este año un promedio mensual de 668 millones de dólares, según las estadísticas del Banco Central, las cuales totalizaron hasta noviembre. 7 mil 347 millones de dólares, proyectándose sobre 8 mil millones al final de este mes, superando en más de 900 millones los 7,087 millones de dólares remitidos en el 2019. El aporte del año sería de 465 mil millones de pesos, cerca de todas las recaudaciones fiscales del período.  El promedio de incremento anual de la década ronda el 10 por ciento, que en la segunda mitad del año, después de dos meses negativos por la parálisis total, ha alcanzado tazas de hasta 36 y 37%, indicativas del valor de las aportes de los visitantes, porque al haberse reducido drásticamente los viajes este año, crecieron los envíos por los canales bancarios.   

Las remesas de la década 2010 aportaron al país 51 mil 315 millones de dólares a través del sistema bancario, y si le adicionamos los que traen personalmente los cientos de miles de residentes en el exterior, se aproximarían a los 60 mil millones de dólares, una cifra que cuestiona seriamente nuestro modelo económico y nos obliga a apreciar mucho más el trabajo de nuestros emigrantes.

Las circunstancias invitan más que nunca a reencontrarnos  con el auténtico espíritu de la Navidad, que es la solidaridad, la fraternidad y el amor contenidos en la doctrina del más grande los profetas de la humanidad, que dividió la historia y por cuya recuerdo y principios celebramos estas festividades.