Muchas veces sentimos que nuestros hijos o estudiantes son los únicos que se comportan de forma inapropiada o retan la autoridad y las reglas, pero no estamos solos. La mayoría de los padres y educadores enfrentamos en algún momento situaciones que requieren de nuevas estrategias para ayudar a nuestros hijos y estudiantes a mejorar su conducta.

No hay magia, pero es posible lograrlo sin morir en el intento…

Todos los niños y jóvenes desobedecen en algún momento. Incluso es importante y necesario que cuestionen y prueben sus capacidades en el proceso de desarrollo de su personalidad, de su autonomía y de su individualidad. Esto no quiere decir que permitamos que hagan lo que quieran, como quieran y cuando quieran, sino que debemos orientarlos y ayudarlos a canalizar de forma apropiada sus emociones, deseos de expresarse, de conseguir las cosas, de negociar, de manejar el fracaso, estableciendo límites apropiados y claros.

No hay “fórmulas mágicas” que hacen desaparecer la conducta inadecuada. Cuando lo intentamos y nos damos cuenta que una técnica no funciona tendemos a frustrarnos o a darnos por vencidos. Lo que funciona con uno no necesariamente funciona con otro e incluso, con un mismo nino o joven, la misma estrategia no siempre funciona. Esto depende de muchos factores.

Disciplina no es sinónimo de castigo. El adulto debe analizar sus propias conductas, actitudes y respuestas, pero sobre todo las expectativas que tiene y los mensajes que transmite al niño desde que nace y a medida que crece. La claridad, firmeza y consistencia son fundamentales en este proceso.

Recordemos que nosotros somos los adultos. Muchos padres y educadores se ponen al nivel de sus hijos o estudiantes, permitiendo y aceptando conductas y actitudes inadecuadas sin darse cuenta del gran daño que les hacen. Otras veces, pierden la autoridad o recurren a relaciones de iguales poco saludables.

Para disciplinar de manera efectiva lo primero y más importante es enseñar y modelar las conductas deseadas con el ejemplo y la práctica. La forma como nos relacionamos influye en el comportamiento. No lograremos lo que deseamos si nos ponemos en un “tu a tu” o a la defensiva, si atacamos o amenazamos, por lo que se recomienda autodisciplinarnos y autogestionar nuestras emociones, asumiendo nuestro rol con responsabilidad, sin irnos a ninguno de los extremos de ser autoritarios ni permisivos.

Como adultos nos toca preparar el ambiente, planificar, establecer rutinas, horarios y reglas antes de que se presente el problema de conducta. Lamentablemente muchas veces actuamos cuando ya es demasiado tarde, reaccionando de manera agresiva ante el comportamiento de nuestros niños y jóvenes. Castigamos y luego nos arrepentimos o sentimos culpa cayendo en un circulo vicioso. Repetimos patrones con los que fuimos criados sin darnos cuenta que cada uno tiene unas necesidades únicas y que se comunica a través de su comportamiento.

Escuchemos y observemos, retroalimentando positivamente cuando hacen lo que se espera y dando oportunidad de que se comporten de manera apropiada, sin herirlos, atacarlos o burlarnos de ellos, pero si comunicándonos con claridad. Las consecuencias naturales cumplen un rol importante para asegurar que piensen antes de actuar, tomen buenas decisiones y asuman responsabilidad con autonomía.