"HAY SITUACIONES en las que un verdadero patriota no tiene más remedio que ser un traidor", escribió el distinguido periodista alemán, el ya fallecido Rudolf Augstein, en una nota sobre uno de mis libros en la década de 1980.
Mi amigo, el enemigo describía entre otras cosas mi reunión con Yasser Arafat. Fue el primer encuentro entre un israelí y el líder de la Organización de Liberación de Palestina. Se llevó a cabo en el fragor de la batalla de Beirut en 1982, y para conseguirla, tuve que cruzar las líneas enemigas.
En los 14 años previos a la reunión inicial, mantuve contacto regular con los líderes de la OLP, a pesar de que la organización fue definida oficialmente, en ese momento, como una organización terrorista e identificada con el architerrorista Arafat. Informé sobre esos contactos a Yitzhak Rabin, cuando era primer ministro (1974-77). No hay que decir que sólo once años después Israel concluyó un tratado con la OLP, nuestro primer ministro abrazó a Arafat y los ministros que querían llevarme a juicio por traidor, hacían peregrinaciones hasta él.
CUANDO AUGSTEIN escribió su comentario estaba pensando, concretamente, en el caso de traición más famoso de la Alemania nazi: la trama en 1944 dirigida por el coronel Claus von Stauffenberg, un intento para asesinar a Adolfo Hitler.
Von Stauffenberg, un héroe de guerra que había perdido un ojo y varios dedos en la Segunda Guerra Mundial, tenía muchos reparos antes de decidirse a atacar. Como un verdadero patriota llegó a la conclusión de que sólo el asesinato de Hitler podría salvar a Alemania de la catástrofe inminente de la derrota y la muerte innecesaria de cientos de miles de personas en una guerra perdida. Pero él había jurado lealtad al Führer, y como un católico devoto, consideraba la ruptura de un juramento un asunto muy grave. Una rebelión en tiempo de guerra era, por supuesto, traición.
Casi todos los alemanes estarían de acuerdo hoy en que un acto de traición como a la patria como ese era moral y justo. Por lo tanto, la calle donde estaba situada la sede del estado mayor alemán entonces, y en cuyo patio fue ejecutado von Stauffenberg, hoy lleva su nombre. En este caso conviven la traición y el patriotismo.
Claus von Stauffenberg no era de izquierda. Por el contrario, era un hombre de la derecha católica, muy conservador, descendiente de varias generaciones de una familia noble. Pero con mayor frecuencia, son los de la izquierda los que se enfrentan a acusaciones de traición. Esta acusación puede ser la maldición que los derechistas -en todo el mundo, pero particularmente en Israel- con más frecuencia achacan a los izquierdistas: que traicionan a su pueblo y su patria.
De acuerdo con el punto de vista de la derecha, la izquierda socava la firmeza nacional y ayuda a un enemigo que está conspirando para destruirnos. La izquierda casi siempre se opone al aumento del presupuesto militar, y prefiere gastar el dinero en servicios sociales como educación, salud y bienestar. Sostiene que el individuo está en un nivel de importancia mayor que la nación y el Estado. Busca la paz y, para ello está dispuesta a hacer concesiones al enemigo. En el ámbito palestino-israelí, está dispuesta a ceder partes de la tierra que el Todopoderoso prometió al pueblo judío. En resumen, son traidores despreciables.
Los izquierdistas en Israel y en todo el mundo responden diciendo que ellos son los verdaderos patriotas, porque son ellos los que buscan una sociedad sana, que es la base real para la seguridad nacional. Después de todo, sólo los ciudadanos que se sienten parte de la patria y del Estado los van a apoyar de todo corazón.
Por otra parte, ningún Estado puede emprender guerras sin fin. El Estado y el individuo necesitan la paz, porque sólo en paz puede un Estado desarrollar todos sus recursos espirituales y materiales. De acuerdo con la izquierda, los de la derecha cultivan sentimientos de odio, miedo y prejuicios contra los extranjeros, tanto los de otros países como entre las minorías dentro de su país.
Con el fin de obtener el apoyo de las masas, la derecha procura poner en tensión constante a la seguridad, y las aventuras bélicas; un ambiente para justificar su distorsionada visión del mundo. Es por eso que la derecha es una amenaza para el Estado y para sus ciudadanos, y en última instancia, provoca un desastre nacional, que en nuestro caso sería la destrucción del "Tercer Templo"; es decir, la comunidad judía renovada. En pocas palabras, son racistas despreciables.
Nuestra propia historia incluye casos de traición muy anteriores al del alemán von Stauffenberg.
Hace muchos años fui a comer con alguien que era entonces una figura clave en la economía israelí. Durante la conversación sugerí que Shimon Bar Kojba, quien dirigió el fallido levantamiento judío contra Roma en el 132-135 DC, fue un aventurero loco, que los zelotes de la Gran Revuelta que le habían precedido eran delincuentes, y que los macabeos también, antes de ellos, habían luchado en una criminal guerra civil.
El banquero se me quedó mirando con una expresión de asombro infinito en sus ojos azul claro. Nunca había oído opiniones tan extrañas. De inmediato decidí que escribiría una serie de artículos sobre el tema. Fueron publicados en serie en Haolam Hazeh, y no causaron gran revuelo.
Algún tiempo después, sin embargo, Yehoshafat Harkabi, un ex jefe de Inteligencia Militar, y a la vez un historiador en la Universidad Hebrea, escribió un libro en la misma cuerda, y el dique reventó.
La rebelión de los zelotes contra Roma –escribió- fue un acto de locura. En términos actuales, se podría calificar de extrema derecha. Gente sensata, como el rey Herodes Agripa II, advirtieron sobre la futilidad de la aventura contra el enorme poderío militar de la superpotencia romana. Sin embargo, los zelotes silenciaron aquellas voces, asesinaron a quien habló en contra de la revuelta, y tomaron el control de la comunidad judía. Cuando los romanos sitiaron Jerusalén en el año 70, los grupos de fanáticos quemaron unos a otros las reservas de granos, con la certeza de que no eran necesarias, porque el Todopoderoso redimiría a su ciudad santa.
Una de las personas sensatas que se quedaron en la "ciudad que se volvió loca" fue el rabíno Iojanán ben Zakai, quien con razón, predijo lo que iba a suceder. Ben Zakai fingió estar muerto, se hizo sacar clandestinamente de la ciudad en un ataúd, se acercó al comandante romano y pidió permiso para establecerse en Yavne y abrir un centro espiritual allí.
Esto era, fuera de toda duda, traición: abandono del frente, cobardía, mantener contacto con el enemigo, y colaboración. Cuando yo era un adolescente, era miembro del Irgún clandestino previo al Estado de Israel, y organizamos un simulacro de juicio a Ben Zakai. Fue declarado culpable de traición y condenado a muerte. Los zelotes eran nuestros héroes.
Pero la sabiduría colectiva del pueblo judío, de hecho, elogió la traición de Ben-Zakai. Su movimiento es ampliamente visto como el que permitió la supervivencia del judaísmo durante los 2,000 años de diáspora. En otras palabras: su traición a la patria salvó al pueblo. Su Acción fue patriótica. La comunidad judía fue capaz de permanecer en su tierra y florecer, hasta la aparición del próximo loco que vendría, Bar Kojba, otro miembro de la extrema derecha -para usar la terminología de hoy.
El veredicto histórico sobre los macabeos es más positivo. Están grabados favorablemente en la conciencia judía, mientras que a las actividades de los zelotes se hace referencia en el duelo de Tisha Beav. Las actividades de los macabeos, por otra parte, se celebran durante la festividad de Hannukkah, y el movimiento sionista los ha aclamado como los luchadores por la libertad que liberaron a los judíos de la opresión de los gobernantes extranjeros.
Y, en efecto, a diferencia de los zelotes y Bar Kojba, los macabeos tenían una visión realista de la situación política de su tiempo. Hicieron alianzas y gestionaron sabiamente la rebelión. Pero la guerra de los macabeos, en el siglo II AC, era ante todo una guerra civil. Decimos que los macabeos llevaron a cabo una campaña criminal contra los griegos helenistas… ¿pero quiénes sino fueron los helenistas? Pues, fueron los que adoptaron la cultura más ilustrada y avanzada de su época, aproximadamente equivalente a la cultura estadounidense, o en general, la cultura occidental de hoy en día.
El campo de los "religiosos nacionales" de aquellos tiempos y sus contrapartes de hoy, la "juventud cumbre", consideraron traidores a los helenistas, precisamente, de la misma manera que califican a la izquierda de hoy. (Sin embargo, esto no impidió que los reyes Asmoneos que sucedieron a los macabeos adoptaran la cultura griega, como revelan algunos de sus nombres).
MUCHOS SIGLOS después, la batuta del mesianismo loco pasó a manos de Shabbetai Zvi.
Sus enseñanzas cautivaron, con la velocidad de un incendio forestal, a las masas judías de todo el mundo. Sólo un pequeño número de judíos se atrevió a oponerse a esta locura, y ellos eran los "traidores" de esos días. Cuando estalló la burbuja, y el llamado mesías se convirtió al Islam, quedó claro que los adversarios habían estado en lo cierto. Sin embargo, esto no movió a las masas a acogerlo. Por el contrario, como nos cuenta Gershom Scholem, después de la desgracia de Shabbetai Zvi, el odio de sus adversarios se hizo aún más amargo.
Y todavía no hemos mencionado al archi-traidor, el profeta Jeremías, quien predicó la rendición. Era un verdadero derrotista, y por eso los gobernantes de derecha de Judá del sexto y séptimo siglos AC lo arrojaron a un pozo de barro. Sin embargo, sus palabras fueron incorporadas a la Biblia, mientras que las de sus adversarios fueron olvidadas.
SE PUEDEN sacar igualmente infinidad de ejemplos de las historias de otros pueblos. En tiempos de crisis, los verdaderos patriotas, aquellos que llaman a la paz y el compromiso -en definitiva, la "zurdos"-, son considerados traidores, mientras que los nacionalistas de todo tipo, los belicistas, los incitadores del odio, son percibidos como patriotas.
Es de ellos de quien el hombre de letras británico Samuel Johnson dijo que "el patriotismo es el último refugio de un canalla".