Las frágiles embarcaciones en el Mar Caribe constituyeron, por muchos años, el camino expedito para miles de criollos que al ver sus aspiraciones materiales de existencia marchitarse en este país, optaron por arriesgar el único bien con el que la naturaleza los había dotado, para mejorar a cualquier precio, su estadía y la de los suyos en este pedacito de tierra que algunos llaman patria. Los riesgos eran infinitos y las posibilidades escasas, sin embargo, el hambre y la sed de vivir dignamente, fueron más fuertes y cientos de miles de compatriotas perecieron junto a sus sueños en alta mar.

Al cabo del tiempo nos fuimos sofisticando y junto a la yola, producto de esa destreza que nos caracteriza, accedimos a la duplicidad y alteración de documentos, fórmula que nos permitió  exportar por aire las ilusiones de miles de hombres y mujeres que a fuerza de despojarse de todo cuanto tenían, pisaron con emoción el paraíso norteamericano. Y así, constantemente, se han ido, no solo a los Estados Unidos, sino a todos los confines del globo terráqueo, tantos dominicanos que hoy un cuarto de nosotros vive en aguas extrajeras y probablemente la gran mayoría es producto directo o indirecto de los viajes irregulares.

No obstante esa realidad social, un grupo se dedica a fomentar el repudio a los migrantes haitianos, por ser negros y pobres y saca provecho político de la desgracia ajena. Se agrava, porque han logrado poco a poco, calar en la débil mentalidad de la gente, hasta el punto de que el odio irracional contra la nación hermana, nos ha hecho olvidar que ellos, como nuestros compatriotas, pretenden hallar una ruta económica que alivie un poco el sufrimiento que causa la falta de pan y les permita construir un sueño en medio de tantas precariedades.

Comprender eso, y evaluar las condiciones en que un nativo, sin importar quien sea,  antepuso toda dificultad que encarna la  espinosa travesía oceánica en la que se sumerge un hombre por necesidad y el noble deseo de ver los suyos vivir dignamente,  buscando una vida que puede acarrear la muerte. Entenderemos entonces, porqué un haitiano se arriesga a salir de su patria a construir  un  futuro, sin importar que de este lado los espere desprecio, la intolerancia y el rencor.

Si al dominicano -yolero- le resultó más conveniente sucumbir en la mar, que esperar a que este Estado abusador les generara las condiciones necesarias con las que pudiera acceder a los medios de producción y con ello estar provisto de los servicios básicos. Qué no haría el haitiano cuyo riesgo consiste en tener unos pesos para sobornar el centinela, sabiendo que de este lado, existen condiciones mínimas para vender su sudor, consciente  de la discriminación, peo sabe que es preferible ser odiado y comer, que  morir por no haberlo intentado.

A los haitianos nos une un conjunto de necesidades y sueños que forjan en la vida de un hombre, la ilusión de cambiar nuestras vidas en tierras ajenas. Pretendemos como ellos, buscar  una nave que a pesar de las pocas garantías, nos sirva de utopía  y ayude a obviar las bravías olas del Canal de la Mona, a veces evadiendo los rigurosos sistemas migratorios de países desarrollados. Todo con la finalidad de dar a nuestros hijos una vida que supere en beneficios la nuestra.

Odiarlos no es una opción. Aceptarlos y ser tolerantes es la muestra de que hemos madurado y entendemos que somos iguales y que nos unen necesidades parecidas, aunque resulte difícil, como diría Ellen Meiksins Wood, "pensar en una doctrina de la igualdad y de la fraternidad entre los hombres" . Mucho menos cuando se trate de un pueblo hambriento, desprotegido por sus autoridades e incomprendido por nuestra historia.