Mientras disfrutaba de un programa de televisión, en un canal internacional, los chistes que contaban los humoristas, uno tras otro, conquistaban mis risas y hasta las carcajadas.
Con la serenidad que la tarde se despide para dar paso al titilar de las estrellas, en igual manera -sin previo aviso y como niños traviesos-, algunos de mis recuerdos me mostraron imágenes y vivencias que creí dormidas. En esta ocasión no resultaban tan divertidos como las bromas que escuchaba.
Tal cual espectro inesperado, asomaron diciembre del 1971 y enero del 1972. Meses abominables en los que la búsqueda y captura de miembros de los Comandos de la Resistencia –“Los Palmeros”- , principalmente a mi hermano Virgilio Eugenio, y sus compañeros, Amaury Germán Aristy, Ulises Cerón Polanco y Bienvenido Leal Prandy,Chuta, constituía el objetivo primordial para los organismos militares del país, a solucionar en el menor período posible.
Las acciones referidas se ejecutarían durante el gobierno de Joaquín Balaguer (1966-1978), período letal tristemente recordado como “Los Doce Años”.
Bajo aquellas circunstancias, las Navidades y celebración de los Reyes Magos – festejos de añejas costumbres-, para nosotros no significaron fechas de regocijo, tampoco de júbilo o disfrute. El acoso que vivían “los muchachos”, como cariñosamente les nombrábamos, representaba nuestra única importancia de la temporada.
Perseguidos sin tregua, incluyendo los avisos televisivos, ofreciendo por ellos recompensa, obligaba a nuestras familias, más que en desasosiego, a vivir sobre una cuerda invisible y como malabaristas, brincar sobre ella durante horas. En las noches, sin lograr un total reposo, surgía la inclemente pregunta ¿cuáles nuevos episodios – ¡jamás agradables!-, nos traería el nuevo día?
A la par que estos hechos se desarrollaban, nos percatamos que muchas veces olvidamos encender las hornillas para la preparación de las comidas, las que solucionábamos con otros recursos que obvio referir. Las tensiones que vivíamos, unidas a las descargas de la adrenalina, provocaron extraños dolores, tanto corporal como muscular.
Ante la incertidumbre de los acontecimientos que pudieran presentarse, no reparábamos en esas manifestaciones físicas. Involuntariamente reflejábamos expresiones rígidas y de gran preocupación; el entrecejo fruncido se constituyó en inseparable cómplice.
Enero 12 del 1972 nos trajo la muerte, el duelo y la tristeza; la pérdida de seres muy queridos. Aquel nefasto e imborrable enero, vestidos de dolor, el jueves 13 despedimos padres, hijos, hermanos, esposos, compañeros y amigos.
En el Camposanto, con la presencia de uniformados a nuestras espaldas, portando sus armas largas, sepultamos a Virgilio. ¡Cuán desgarrador estar presente en las exequias de un hermano!, máxime si con él hemos compartido juegos infantiles, complicidades de adolescentes y quimeras de mujer.
De la multitud que permaneció alrededor de la fosa donde se le sepultaría, nadie levantó la voz, solo murmullos. ¡Ninguno fue capaz de esbozar una sonrisa! Rostros serios, curiosos y expresiones de pesar sí que mostraron.
Transcurridos los días, Ligia y Rubén Echavarría (Hiró) -miembros de una familia con la que nos unen estrechos vínculos-, nos visitaron en casa de Quisqueya, nuestra madre. Procurando mayor intimidad, nos acomodamos alrededor de la mesa del comedor. Luego de uno que otro comentario, Rubén, con sus dotes de gran actor, procuró atenuar la pesadumbre del ambiente.
Siempre correcto, con unas palabras tímidas y jocosas, logró que sonriéramos un poco. ¡Qué sensación tan extraña y dolorosa sentimos en el rostro! Con ambas manos sujeté mis mejillas porque pensé que podían romperse. ¿Cuántos días habían transcurrido para que del hogar materno se esfumaran las sonrisas y alegrías?
Las jornadas vividas, sometidos a continuas intranquilidades, provocaron rigidez en los músculos, incluyendo los faciales. Mediante la risa, pudieron distenderse, lo que también provocó cierta dolencia. Conforme nos explicara Rubén, los actores de teatro, muchas veces atraviesan por esas situaciones, las que logran superar mediante técnicas especiales.
Con esta inolvidable experiencia, a todas luces entendí que no solo nos robaron a nuestros padres, hermanos, parientes y personas muy amadas; ellos, quienes enlutaron innúmeras páginas de nuestra historia, en repetidas ocasiones ¡también nos robaron la risa!