Sangra la ciudad. El colmado se torna peligroso. Las esquinas ya no son  orbitas de recreo de una juventud ingenua que a base de cervezas y miradas desvestían las jóvenes que pasaban. La gente se siente emboscada, tiene miedo, no hay certeza de que se logre salir sin ser asaltado en su propia casa o llegando al trabajo. Las promesas de orden y buen porvenir se pierden en ofertas de barrios seguros.  No hay caminatas nocturnas para hacer bajar el mangú de plátano o el arroz de la tarde. No importan las clases sociales, el salario de un obrero o las magnificas bisuterías de la mediana burguesía. No hay seguridad pública.

Qué se puede hacer en una sociedad que progresa con amplios elevados, metros y edificaciones que recuerdan la metrópoli neoyorquina, mientras la criminalidad aumenta día a día y la impunidad florece como la amapola de primavera.  Acaso esto definió una nueva relación con el mundo o estamos frente a una quiebra de un pasado de razonable grado de seguridad, por un mundo que reside en el futurismo, en el crédito, los grandes consorcios comerciales, los mercados abiertos y las cadenas de tiendas. La respuesta, la brindan los banqueros, pues blindan sus negocios y el otro aterrorizado por el miedo llega a creer que en el futuro se instalará mayor seguridad.

Hoy reconocemos en la sociedad dominicana, la marca de la occidentalización y el reinvento de lo moderno. Estamos claro, que la obviedad se registra bajo el desempeño de la racionalidad y de la criminalidad. Esta ciudad la hemos perdido. Se institucionaliza el crimen organizado y el nuevo orden se proclama con el reconocimiento de la sociopatía que genera el capitalismo, mientras proclaman que un nuevo gobierno  acabará con los corruptos y se frenará la delincuencia. Todo será mejor  y nos condenan a la espera, falacia de lo moderno.

Nos quitaron la ciudad. Y no fueron los viejos tiranos u oligarcas rancios de las capas poderosas de la sociedad. Fue una nueva generación de hombres y mujeres que se proclamaron revolucionarios y que aseguraron que desde las instancias del poder estatal podrían realizar los cambios que romperían la crisis económica, las desigualdades sociales  y la injusticia. Ellos, testamentaron los nuevos horizontes,  pactando con la lógica del crédito (Fondo Monetario Internacional), hoy considerado asesor gubernamental y reglamentaron nuevas jurisprudencias, mientras seguían endeudando al país.

Se llevaron la tranquilidad y nos diseñaron una ciudad que no evoca promesas, ni besos nocturnos. Ellos, los conserjes de la casa grande eligieron el dinero, sin importar de donde viniera, pues la dignidad no ofrece prosperidad, ni poder.  En consecuencia, ni tú ni yo recuperamos el escenario de una ciudad en que se manifieste la vida y predominen los abrazos. Hoy es el tiempo del miedo.