Antes de que cumpliera un mes el estallido popular del 24 de abril de 1965 las hazañas del capitán de navío Manuel Ramón Montes Arache habían alcanzado tal categoría de leyenda que un grupo de muchachos del Ensanche Luperón estábamos seguros de que él llegaría a través de las alcantarillas a suplir de armamento al comando instalado en el cuartel de la policía de la Josefa Brea. Muchos de nosotros, ninguno de los cuales pasaba de 16 o 17 años, nos habíamos inscrito en una lista de aspirantes a combatientes que guardaba el jefe del comando. Posteriormente se regó en el vecindario que esa lista, dizque con 200 nombres,  sirvió para ir buscando casa por casa a los simpatizantes del movimiento constitucionalista.

Por supuesto, Montes Arache no salió de la Zona Constitucionalista hasta por lo menos cuando se firmó el Acta Institucional que puso fin a las hostilidades y abrió paso al Gobierno Provisional presidido por Héctor García-Godoy, el 3 de septiembre.

La tercera semana de mayo estaba en pleno empuje la sangrienta Operación Limpieza, iniciada el día 15 anterior por tropas leales al títere Gobierno de Reconstrucción Nacional, operación lanzada con el objetivo de cercar y aislar a los combatientes de las zonas norte y noroeste de la Capital. Las tropas invasoras de los Estados Unidos habían  partido en dos tempranamente las áreas controladas por el Gobierno Constitucionalista de Caamaño mediante el Corredor Internacional, una ruta supuestamente aprobada  por la OEA y la Cruz Roja que iba  del aeropuerto Punta Caucedo pasando por el puente Duarte, hasta el Palacio de la Policía y la embajada estadounidense. Aisladas del mando de Caamaño, las fuerzas populares en la extensa zona norte y noroeste de la ciudad, luego del Combate de la Fábrica de Clavos combatían precariamente; la falta de armamento, suministros y coordinación hacían estragos en los esforzados luchadores.

A los pocos días de iniciada la operación, los constitucionalistas luchaban prácticamente en retirada, a punto de ser  arrinconados a lo largo de la ribera occidental de los ríos Ozama e Isabela. Muchos cruzaron a Los Mina, Ensanche Ozama, La Barquita de Santa Cruz y Villa Mella, y gran parte de ellos alcanzaron la Zona Constitucionalista. Entre estos se hallaba mi hermano Carlos (Calín), apresado luego cerca del mercado de la 17 por los esbirros de Imbert y asesinado, según quienes lo vieron vivo por última vez, en el campo de prisioneros de la isla Saona.

Comandante Montes Arache (d), en mayo de 1965El día18 por la tarde algunos muchachos estábamos curioseando en el comando de la Josefa Brea, cuando se oyeron muchos disparos, entre ellos fuego de ametralladora, en dirección a la avenida Duarte. El comandante voceó: ¡Los que no tienen armas que se vayan! Nos dispersamos rápidamente. No sabíamos que las tropas de Imbert, con apoyo estadounidense, se aproximaban a paso veloz. De hecho, estarían allí al día siguiente.

Durante la noche, las tropas del Gobierno de  Imbert Barreras habían llegado hasta la Josefa Brea y ocuparon el comando, cuyos integrantes lo habían desalojado a la carrera. Como a las 8:00 de la mañana escuchamos en  mi casa ráfagas de ametralladoras, tal vez calibre 30 o 50, hacia la calle 27 Este. Mi hermano José y yo corrimos hacia allá. Frente a la casa número 4, a una casa de la calle 2 Sur, se había estrellado un carro, que estaba allí todavía con el motor encendido.

Varias  personas nos acercamos. En el interior del auto yacía el conductor, su cadáver atravesado por varios disparos de grueso calibre que recibió por la espalda en la parte superior del cuerpo. Alguien hurgó en los bolsillos del muerto, sacó la cédula y, recuerdo,  que dijo: “Era bombero”. En el baúl del auto, un Rambler American azul metálico 1963, había un pequeño cargamento de vegetales y víveres.

Los soldados ya habían alcanzado la Yolanda Guzmán, a dos cuadras;avistábamos sus movimientos, cuando dispararon varias ráfagas de ametralladora hacia nosotros, que escapamos todos ilesos. El frente de la casa donde vivía  mi amigo y compañero de estudios Alfredo Benavides Acosta, en la 2 Sur frente a la 27 Este, quedó acribillado.

Luego de que las tropas llegaron a la 2 Sur en su avance sur-norte, salimos a caminar y nos acercamos, como si nada, al carro ametrallado. En la acera, al lado del vehículo,  había una manguera botando agua y un soldado nos dijo a los muchachos que laváramos “esa sangre” todavía fresca, que corrió a lo largo del contén; luego nos ordenó amenazante que nos fuéramos  a nuestros casas.

Ese día por la tarde hubo otro muerto en nuestro vecindario. Los soldados regulares habían detenido su avance en la 2 Sur y seguirían hacia la calle Albert Thomas al día siguiente. Mientras tanto, instalaron su puesto de mando avanzado en la marquesina de la casa vecina a la nuestra, que era el hogar y la clínica del doctor Ramón Abrahán Rodríguez Arias, coronel de la Policía quien se encontraba en el cuartel general desde el comienzo de la guerra. De pronto dobló la esquina y pasó frente al grupo un soldado conduciendo preso a un joven mulato alto, de veinte y pico de años, vestido  pobremente y calzado con unas sandalias. El oficial al mando le preguntó “¡Hey, guardia!, ¿A dónde va con ese hombre?”  “Allí, a  un servicio”, contestó el soldado sin detenerse ni saludar a su superior. Continuó hasta la casa número 9, hogar de mi amigo Marino (Marinito) cuya familia había sido evacuada al portaviones Boxer por ser ciudadanos estadounidenses.  Menos de dos minutos después escuchamos un disparo y el soldado regresó solo por el mismo camino. El oficial le preguntó “¿Qué…?, “¡Ya!”, respondió el guardia sin tampoco detenerse esta vez.

Algunas personas, principalmente adultos, corrieron hacia el patio de la casa y hallaron al joven  todavía agonizante con un tiro en la cabeza. Entre quienes contemplaron el macabro hallazgo y describieron la escena estaba mi hermano Ramón Bienvenido.

Días antes hubo otro muerto en nuestra calle, la 29 Este. En el Ensanche Luperón, al igual que en el Ozama, vivían muchos oficiales de las fuerzas armadas y la policía. Desde el comienzo de la guerra se formaron bandas de saqueadores y ladrones cuyo principal objetivo fueron las casas de estos oficiales, además de algunas tiendas y otros negocios. Se propaló que el coronel Caamaño había emitido órdenes de proceder drásticamentecontra estos delincuentes armados que se escudaban en la lucha popular para cometer fechorías. Uno de estos maleantes asesinó el 11 de agosto cerca del Mercado Modelo de la Mella al combatiente Oscar Santana, de 22 años de edad.

Una mañana mi mamá me mandó a comprar algo al colmado de la 29 con 6 Sur. Cuando me aproximaba vi cómo un hombre le disparaba a quemarropa a otro, que cayó bocarriba sobre el pavimento. Primero me había tirado al suelo instintivamente pero luego corrí hacia la escena, a mitad de cuadra entre la 6 Sur y la Yolanda Guzmán. Pude observar cómo el pecho del herido se cubría de sangre rápidamente.  Había otro herido, este apenas una bala le atravesó el brazo derecho sin interesarle el hueso. El cadáver fue colocado en la cama de una motoneta y conducido, junto con el herido, al cercano hospital Francisco Moscoso Puello. Oí que el muerto y el herido formaban parte de un grupo que intentaba saquear la casa de un oficial militar.

Otro suceso de la Guerra de Abril en nuestro barrio digno de recordar ocurrió el día que unos combatientes que se habían apoderado de un tanque AMX llegaron por allá. No sabían nada del funcionamiento del tanque, aunque se dice que andaban con un supuesto artillero. El caso es que estaban leyendo viejos manuales militares y, de repente, dispararon el único proyectil que tenían. La leyenda derivada de este hecho dice que el obús fue a caer por el dique de Félix Benítez, en la ribera oriental del Ozama, no lejos del puente Duarte.

Otro que se quedó sin municiones fue un solitario combatiente que andaba con una bazuca cargada con un único proyectil. Eso fue en los primeros días.  No tuvo tiempo de aprender porque le disparó a un avión de los que bombardeaban a los grupos congregados en los alrededores del puente Duarte, sin ningún resultado.